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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
La Navidad es ante todo nocturnidad. Una noche revestida de amor, una noche especial, donde un Niño nace en cada corazón…, ¡pero no deja de ser noche! Y la noche, por definición, es el reino donde impera la oscuridad.
Y en una noche fría, en una aldea en las montañas de Judea, es el lugar escogido por Dios para que nazca su hijo. De noche y en la más absoluta pobreza, «favorecido» por la «generosidad» de un posadero que ofrece a una mujer embarazada el lecho de su vaca en lugar del suyo propio.
En estas circunstancias desfavorables el bebé recién nacido que vino al mundo esa noche iba a ser bautizado como anunció el ángel Gabriel con el nombre de Jesús, que significa Dios salva, expresando a la vez su identidad y su misión pues en Jesús, Dios recapitula toda la historia de la salvación en favor de los hombres. Así, Jesús treinta años más tarde se presentará a sí mismo como la luz del mundo. Y, entonces, todo se vuelve claridad pues la razón de ser de la luz es aclarar la oscuridad.
Es en el corazón de la noche que la luz es más efectiva. Cuanto más oscura es la noche, más notable será la luz será. ¡Qué entrada más hermosa en el escenario de la vida que nacer para ser luz en el medio de la noche!
El problema es que no es fácil iluminar la oscuridad de nuestro corazón. Dios lo sabe mejor que nadie. Por eso envió a su Hijo para que fuera luz del mundo. Él ya nos había dado el sol que calienta nuestros cuerpos, que embellece nuestras vidas y persigue las sombras cada mañana. Pero a pesar de su brillo, a pesar de las luces que iluminan nuestros árboles navideños, de las velas de la corona de Adviento, hay demasiadas sombras en nuestro corazón. Pero esas sombras solo retroceden ante un nombre: el de Jesús.
Jesús quiere decir Dios salva, el Dios que nos salva de las tinieblas y la oscuridad ante las que tantas veces estamos metidos. ¿No es encender la luz del amor, la esperanza, la alegría, la paz interior, la serenidad, el mejor regalo que podemos esperar de Dios en esta Navidad?
¡Niño Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros, Dios que salva, ilumíname interiormente y haz que tu luz brille en mi corazón para que disipe toda oscuridad! ¡Envuelve, Niño Dios, tu luz en mi alma para que esté dispuesta alimentarse de Tu Palabra! ¡Dios con nosotros, tu eres la luz que ilumina mi vida porque tu amor es eterno! ¡Tu que habitas, Niño Dios, en el misterio de la luz inefable y has creado la luz, guía mis pasos para convertir mis oscuridades en luz! ¡Niño Dios, que eres la luz que brilla en la oscuridad, inunda mi corazón con tu amor para que a través de tu luz y con la fuerza del Espíritu Santo, caminar en tu luz! ¡Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan en mi alma, porque ya sabes de que soy tierra estéril que necesita de tu luz para dar fruto! ¡Niño Dios, derrama sobre mí las gracias del cielo y haz que llueva sobre esta tierra árida la gracia del Espíritu Santo y las fecundas aguas de la piedad, del amor, de la entrega, de la generosidad para que produzca frutos buenos y saludables en mi entorno familiar, social y profesional!
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