EL ESPIRITU SANTO SALE A NUESTRO ENCUENTRO
1. PENTECOSTES
Nos acercamos a nuestra gran fiesta de Pentecostés, la gran fiesta del Espíritu Santo, y nos hacemos muchas preguntas sobre el significado de estas fiestas. Esta palabra, Pentecostés, viene del griego “penta” y significa el día quincuagésimo. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34,22), esta fiesta en un principio fue agrícola, pero se convirtió después en recuerdo de la Alianza del Sinaí.
Al principio los cristianos no celebraban esta fiesta. Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de los padres de la Iglesia, tales como San Irineo, Tertuliano y Orígenes, a fin del siglo II y principio del III. Ya en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual. Con el tiempo se le fue dando mayor importancia a este día, teniendo presente el acontecimiento histórico de la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles; Hoy Pentecostés es fiesta pascual y fiesta del Espíritu Santo. La Iglesia sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con la venida del Espíritu Santo. Es hasta entonces, que los Apóstoles acaban de comprender para qué fueron convocados por Jesús; para qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia íntima con Él.
Podemos decir que la Fiesta de Pentecostés es como el “aniversario” de la Iglesia. Es la fiesta donde El Espíritu Santo desciende un comunidad naciente y temerosa, e infunde sobre ella sus dones, proporcionándoles el valor y la fortaleza necesaria para anunciar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, para preservarlos en la verdad, como Jesús lo había prometido, para disponerlos a ser sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones como el se los había pedido;”Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, (Mateo (SBJ) 28, 19)
2. ¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
“Nadie puede decir: Jesucristo es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3).
Es el mismo Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta ahora, sigue descendiendo sobre quienes creemos que Cristo vino a vivir entre los hombres, murió y resucitó por nosotros; sobre quienes sabemos que somos parte y continuación de aquella pequeña comunidad ahora extendida por tantos lugares; “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.” (Hechos (SBJ) 2), sobre quienes sabemos que el Señor nos ha pedido ir extender por todas parte su Reino de Amor, Justicia, Verdad y Paz entre los hombres.
Muchas veces hemos escuchado hablar de Él; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y lo hemos invocado, pero; ¿Quién es y cómo es el Espíritu Santo? ¿Cómo acercarnos más a conocer la misma Tercera Persona? No se trata de preguntar lo que hace, sino lo que es él mismo, su mismo ser personal. ¿Cómo se origina? ¿Cómo es la “procedencia” del Espíritu Santo? ¿Qué puede decir proceder” o espiración” cuando se trata de Dios? ¿Cómo distinguirla de “generación?. Los teólogos reconocen que la teología ha experimentado desde siempre una gran incompetencia para llegar a comprender estas preguntas que nos hacemos hoy.
En el libro El Dios de Nuestra Fe, (Máximo Arias Reyero), dice que Incluso muchos Padres y teólogos tienden a ver en la reflexión que busca aproximarse más a este misterio algo ilícito. Sin embargo, cuando se busca y expone con humildad, aunque no se encuentre se obtiene mucho fruto.
Desde luego que para comprender un poco más la persona del Espíritu Santo hay que acercarse por semejanzas tomadas de nuestra manera de conocer, pero superándolas; purificándolas de toda limitación creada.
3. EL ESPÍRITU SANTO, TIENE UN NOMBRE PROPIO
“Espíritu Santo” es el nombre propio de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. “y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Romanos (SBJ) 5,5).
En los evangelios y en las cartas de Pablo, se le denomina de diversas formas, tales como “El Espíritu de Dios” “Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios (SBJ) 2,11), “El Espíritu del Señor”, “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. (2 Corintios (SBJ) 3,17), “El Espíritu de Cristo”, “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece”; (Romanos (SBJ) 8,9), “El Espíritu del Hijo”. “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! (Gálatas (SBJ) 4,6), “El Espíritu de Jesucristo”; Que la gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. (Filemón (SBJ) 1, 25) Jesús lo llama también Espíritu Paráclito (Consolador, Abogado) y Espíritu de Verdad. “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. (Juan (SBJ) 15, 26-27)
4. EL ESPIRITU SANTO SALE A NUESTRO ENCUENTRO
Le dijo Jesús a sus discípulos; “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; (Juan (SBJ) 16,13). Y antes el Señor les había dicho que: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Juan (SBJ) 16,7)
Nuestro Señor Jesucristo, ha salido al encuentro de los hombres, El tenía ansias de decirles a sus amados que Dios es Padre e Hijo. Y le envía su Espíritu, el que sale al encuentro de los cristianos para fortalecerles, ayudarles y orientarles.
En el Nuevo Testamento, tenemos muchas referencias que nos muestran y nos hablan del Espíritu Santo; “Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad. (Juan (SBJ) 4,24) y El espíritu es el que da vida; (Juan (SBJ) 6, 63). Dijo Jesús; “Recibid el Espíritu Santo”. (Juan (SBJ) 20,22) El que se abre a recibir el Espíritu Santo, “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios”. (Romanos (SBJ) 8,27). Es así, como por las diversas manifestaciones carismáticas: “Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo” (Marcos (SBJ) 13,11), sumado a la confirmación de amor por Jesús, no damos cuenta de la presencia de quien nos la ocasiona: el Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu que obraba en Jesús y en su vida: “el Espíritu le empuja al desierto” (Marcos (SBJ) 1,10), “porque lo engendrado en ella (María) es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, (Mateo (SBJ) 1, 18), el mismo espíritu que se forjaba en la historia del Antiguo Testamento, el mismo Jesús nos los dijo; “David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo” (Marcos (SBJ) 12,36).
5. TODA NUESTRA VIDA CRISTIANA ESTÁ MOVIDA POR EL ESPÍRITU SANTO
Le dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, (Mateo (SBJ) 28, 19)
Tanto Jesús como la Iglesia nos enseñan que todos los cristianos recibimos el Espíritu Santo en el sacramento del bautismo, y que toda la vida cristiana está movida por el Espíritu Santo. Y es el mismo Espíritu quien nos ayudar a responder la pregunta que más nos hacemos y que es: ¿quién es el Espíritu Santo? ¿Qué hace en la Iglesia? ¿Qué hace en la vida cristiana? ¿Cómo actúa en cada uno de nosotros? ¿Qué hace en mi vida?; Y así nos lo prometió Jesús; “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. (Juan (SBJ) 14, 26)
El Espíritu Santo actúa, sobre todo, en la misión de la Iglesia, testimoniando que la Iglesia es una obra divina, que, pesar de las apariencias humanas, es Dios quien conduce la Iglesia, es así como observamos que la guía en su misión, y en ella le descubre constantemente nuevos campos de acción y tareas a realizar. También la acompaña con signos y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado. A modo de ejemplo, las grandes concentraciones de fieles durante los viajes del Beato Juan Pablo II, la de los jóvenes en las últimas visitas a las jornadas mundiales juveniles donde ha estado presente el Papa Benedicto XVI y en otras personas como la Madre Teresa de Calcuta, etc.
El Espíritu Santo es la fuerza que impulsa nuestra vida de creyente y si nos dejamos llevar por él, se producen los frutos propios del Espíritu.
Es la fuerza que nos capacita para confesar a Jesucristo, por eso San Pablo está convencido de que nadie puede creer en el señorío de Jesús si no es ayudado por el Espíritu Santo; “Nadie puede decir: Jesucristo es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3).
6. EL ESPÍRITU SANTO ES LA PRESENCIA ACTIVA Y LA ACCIÓN PRESENTE DEL SEÑOR GLORIFICADO EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO.
Algunos aspectos interesantes a destacar, es que el Espíritu Santo, hace posible que en nuestra vida haya una doble apertura a Dios, expresada sobre todo en la oración y a nuestros hermanos y expresada en el servicio generoso de la caridad. También es la garantía firme de la esperanza cristiana, es el Espíritu que nos guía a una vida espiritual, “ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros… El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida…… Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. (Cfr Romanos (SBJ) 8 del 5 al 16)
El Espíritu Santo es la presencia activa y la acción presente del Señor glorificado en la Iglesia y en el mundo. El Espíritu Santo el don de la nueva vida, es, también, el dador de este don, una verdadera persona divina. Esta presencia activa comienza a actualizarse y hacerse presente en el bautismo, por el que nos hacemos criaturas nuevas.
En efecto, el bautismo nos convierte en hijos, nos da la vida divina. En el bautismo Dios realiza en el hombre, por el Espíritu Santo, una transformación real y esencial: Dios no sólo declara justo al hombre, sino que hace que sea justo. Este nuevo nacimiento presupone y comporta el perdón de todos los pecados. Esta liberación del pecado trae consigo también la liberación del poder de la muerte. Trae consigo nueva comunión y amistad con Dios, reconciliación y paz.
7. LA FE ES EL PRINCIPIO DE LA SALVACIÓN
La reconciliación con Dios sólo es posible mediante la fe. La fe es el principio de la salvación: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. (Marcos (SBJ) 16,16). La fe significa estar identificado con la actitud fundamental y más íntima de Jesús. Vivir cristianamente es vivir en la fe y por la fe. Por medio de la fe el Espíritu Santo nos hace descubrir el punto de vista de Jesucristo que ve a Dios como Padre, y el punto de vista del Padre que ama al mundo.
La fe no es una teoría. La fe es una vida, una historia de amor entre Dios y nosotros, entre Dios y yo. Dios me ama, Dios me busca desde toda la eternidad, quiere vivir una historia con nosotros, una historia de amor y de salvación; “Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. (1 Juan (SBJ) 5,4), San Pedro dice; el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, (1 Pedro (SBJ) 1, 5) y luego añade; A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas. (1 Pedro (SBJ) 1, 8) “De modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios”. (1 Pedro (SBJ) 1,21)
Esta es la radical diferencia entre el cristianismo y las demás religiones: aquí no sólo nosotros quienes buscamos a Dios: es Dios mismo quien nos busca a nosotros. Es Dios mismo quien ha venido en persona -en Jesucristo- a hablarnos al corazón y a mostrarnos el camino de la vida.
8. ESTO ES UN MISTERIO DIFÍCIL DE COMPRENDER.
Ciertamente, para todos es un misterio difícil de comprender. Pero no importa. A Dios no se le estudia: a Dios se le ama. Y la fe, misterio de amor, es un don que hemos de pedir al Espíritu Santo.
Esta lógica de la fe que nos otorga el Espíritu, nos introduce, además, en un mundo de valores que contradicen los criterios mundanos. La lógica de la fe no es otra cosa que alcanzar y transformar con la fuerza del Espíritu Santo los criterios de juicio, los valores determinantes. Es pensar como pensó Jesús, amar como amó Jesús, vivir como vivió Jesús, obedecer la voluntad del Padre, como lo hizo Jesús: es, en definitiva, tener a Jesucristo como único Señor y único Maestro, y tratar de que tu vida se parezca cada día más a la Cristo.
Esta vida nueva que Dios nos regala en el Espíritu, es todavía una experiencia provisional: son las primicias de la herencia definitiva que encontrará su plenitud en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Dios nos ama tanto que no nos ha creado para vivir muchos años en esta vida terrena, pero el amor de Dios es tan grande que ni el tiempo puede ponerle límites: Dios nos ama para toda la eternidad, para siempre.
Son numerosos los símbolos con los que se representa al Espíritu Santo: el agua viva, que brota del corazón traspasado de Cristo y sacia la sed de los bautizados; la unción con el óleo, que es signo sacramental de la Confirmación; el fuego, que transforma cuanto toca; la nube oscura y luminosa, en la que se revela la gloria divina; la imposición de manos, por la cual se nos da el Espíritu; y la paloma, que baja sobre Cristo en su bautismo y permanece en Él.
9. “CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
Como nos enseña nuestro Catecismo, creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”, y es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. La misión del Hijo y la del Espíritu son inseparables. Esto porque en la Trinidad indivisible, el Hijo y el Espíritu son distintos, pero inseparables. En efecto, desde el principio hasta el fin de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía también su Espíritu, que nos une a Cristo en la fe, a fin de que podamos, como hijos adoptivos, llamar a Dios “Padre” ; recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Romanos (SBJ) 8,15). (CIC)
En Pentecostés, cincuenta días después de su Resurrección, Jesucristo glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. La misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria. Es así como en Pentecostés. El Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles, reunidos en torno a María Santísima, en forma de lenguas de fuego y como un viento impetuoso. En Pentecostés nace la Iglesia, y el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en él.
El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa. Es así como expresamos que la misión tiene el Espíritu Santo en la Iglesia, es ser el alma de la Iglesia. Cristo como Cabeza derrama sobre los miembros de su Cuerpo al Espíritu Santo, quien construye, anima y santifica a la Iglesia. De allí las propiedades más sobrenaturales de la Iglesia: su infalibilidad, su indefectibilidad y su santidad.
10. LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN MARÍA.
El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la venida de Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Por tanto un aspecto importante es comprender qué relación tiene el Espíritu Santo con la Virgen María. Podemos decir que es la obra maestra de la misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos. El Espíritu preparó a la llena de gracia; por obra del Espíritu concibió ella a Cristo; y por medio de ella pone el Espíritu Santo a los hombres en comunión con Cristo.
Existe una gran relación entre el Espíritu y Jesucristo, en su misión en la tierra. Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías en su humanidad. Jesucristo revela al Espíritu con su enseñanza, cumpliendo la promesa hecha a los Padres, y lo comunica a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los Apóstoles después de su Resurrección.
11. EL ESPÍRITU DA TESTIMONIO DE CRISTO
El Espíritu Santo viene sobre todos los bautizados y realiza en ellos lo que Jesús anunció a los apóstoles. Jesús llama al Espíritu Santo “paráclito”, es decir, el “defensor”, el “abogado”, el que asiste a los discípulos. Como sabemos, además el Espíritu de la verdad no puede ser reconocido por el mundo, porque el mundo se opone a Dios y a su plan de salvación.
El Espíritu da testimonio de Cristo, ante todo, en el corazón de los buscamos el camino de ser sus discípulos, preparándonos y fortaleciéndonos mediante la verdad para hacer frente a la acción de la maldad en este mundo de hoy, donde nos encontramos cara a cara con aquellos que intentan hacer fracasar el proyecto salvador de Dios para los hombres al querer introducir el modos de vida que nada tiene que ver con nuestra fe.
Es así como el Espíritu nos convierte también en testigos de Jesús ante el mundo, que ha rechazado su mensaje y en el testimonio del Espíritu encontramos la fuerza necesaria para no dejarnos encadenar por la mentira del mundo y para permanecer fieles en su testimonio, porque el Espíritu de la verdad nos da la certeza de la justicia de Cristo.
No olvidemos que Jesús nos presenta al Espíritu Santo precisamente como el maestro interior del cristiano. Él nos ayudará a recordar el sentido y el valor de todo lo que Jesús ha dicho y hecho. La verdad de Dios ya ha sido revelada: lo que hace el Espíritu es dar a los discípulos una inteligencia cada vez más profunda del misterio de Cristo.
El Espíritu hace a Cristo presente y actual de modo que la verdad de Cristo penetre en mi corazón e ilumine mi conciencia para que vivir de Él.
Porque la vida cristiana no está ya hecha, sino haciéndose. Hay que crecer cada día hasta que alcancemos la meta, que es la vida eterna. Y en este crecimiento, el Espíritu va transformado nuestro corazón, va esculpiendo en él el rostro de Cristo, poco a poco va modelando nuestro corazón, y solo necesitamos que sea cada día más parecido al Cristo.
Que Espíritu Santo viva en vuestros corazones
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Fuentes de inspiración y estudio:
CIC; Catecismo de la Iglesia Católica
Sagrada Biblia de Jerusalén (SBJ)
El Dios de Nuestra Fe, (Máximo Arias Reyero
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