Segunda lectura de la Fiesta de San Marcos, evangelista:
Y todos, revestíos de humildad en el trato mutuo, porque «Dios resiste a los soberbios y a los humildes da la gracia». Humillaos, por eso, bajo la mano poderosa de Dios, para que a su tiempo os exalte. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros.
Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos.
Y, después de haber sufrido un poco, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os hará idóneos y os consolidará, os dará fortaleza y estabilidad. A él el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Por medio de Silvano, a quien juzgo hermano fiel, os he escrito brevemente, para exhortaros y atestiguaros que ésta es la verdadera gracia de Dios. Perseverad en ella. Os saluda la Iglesia de Babilonia -elegida como vosotros- y, en particular, Marcos, mi hijo. Saludaos mutuamente con el beso de la caridad. La paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo.
1 Ped 5,5b-14
La vida cristiana es una guerra constante. Una guerra en la que las armas de la victoria son la humildad, la sobriedad, la fidelidad y la confianza plena en el Señor.
Satanás, enemigo de nuestras almas, anda pendiente de arrebatarnos la sa
lvación que Dios nos ha concedido por Cristo y en Cristo.
La soberbia, pecado satánico por excelencia, nos separa de Dios irremediablemente. El cristiano es cordero como Cristo es cordero de Dios. El cristiano se humilla, como Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
El cristiano sufre, como Cristo sufrió. Pero Cristo sufrió para limpiarnos de todo pecado, mientras nosotros a veces seguimos sufriendo por causa de nuestros pecados. Cuando el sufrimiento llega por ser perseguidos a causa de nuestra fidelidad, bienaventurados somos.
En la gracia de Dios encontramos fortaleza y seguridad. Nada puede apartarnos del amor de Dios en Cristo Jesús si en verdad vivimos en gracia y por gracia. De ahí que sea tan fundamental que acudamos al sacramento de la confesión cuando hemos pecado gravemente o cuando los muchos pecados veniales nos debilitan ante las acechanzas del enemigo.
Concédenos, Señor, un espíriu humilde y sometido a tu voluntad, para que así podamos alcanzar la salvación que nos has concedido gratuitamente.
Luis Fernando
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