Publicado: 27 de Abr 2017 15:00 PDT
Un libro para descubrir que estamos llamados a la divinización a través de Cristo
Uno de los elementos fundamentales en el camino hacia la divinización que Dios nos propone es, sin duda, la Divina Misericordia, que recientemente hemos celebrado.
El hecho de que reorientemos nuestros deseos y queramos fundamentarnos en el amor de Dios no significa que no podamos caer. Ante la normal y humana situación de la caída, del pecado, Dios no quiere que nos culpemos, que nos juzguemos y nos maltratemos por lo que hemos hecho.
Lo que Dios quiere es, simple y llanamente, que nos abandonemos en su Misericordia y acudamos a Él, que nos perdona y nos levanta, para que podamos seguir el camino con la confianza renovada. Como señala Gregory K. Popcak en su libro Dioses rotos. Los siete anhelos del corazón humano (Palabra, 2017), citando a santa Faustina Kowalska, “que las almas que tienden a la perfección se distingan por una confianza sin límites en Mi Misericordia”.
La antigua ley del pueblo judío se había alejado demasiado del Paraíso cuando Adán y Eva tuvieron que dejarlo, y habían creado una concepción del hombre totalmente alejada del corazón de Dios como seres creados a su imagen y semejanza, todos y cada uno de nosotros.
Habían puesto el centro de su fe en esas otras cosas, mayormente accesorias si no prescindibles, como la lógica o la justicia, el cumplimiento de las leyes, la apariencia, etc.
Jesús, que viene a renovar la alianza de Dios con los hombres, proclama un mensaje tan bello, tan rompedor, que el pétreo corazón de aquellos sumos sacerdotes y ancianos del pueblo no pudieron, ni quisieron, entenderlo, hasta tal punto que lo colgaron de un madero.
La sociedad actual, como los sumos sacerdotes y los ancianos de tiempos de Jesús, no quiere aceptar este destino tan bello que nos ha reservado el Padre mediante su Hijo, es decir, nuestra divinización a través de Cristo, y ha conseguido crear una auténtica generación de “dioses rotos”. Pero ¿cómo lo ha hecho? Podría decirse que haciendo del pecado el centro de la vida y del camino del hombre.
Ante esta situación, afirma Gregory K. Popcak que “entender la deificación nos permite dejar de escapar a la carrera de nuestros pecados para dirigirnos a la carrera hacia Dios. Nos permite convertirnos no solo en nuestro mejor yo, sino en mucho más”.
Gregory K. Popcak propone en esta obra redescubrir la grandeza de sabernos destinados a lo más grande por Dios, y cómo actúan aquellos que son conscientes de una realidad tan radical.
Pese a ello existe el pecado, que nos aparta del destino que Dios nos tiene reservado. La capacidad de pecar, arraigada en nuestra concupiscencia o inclinación al mal, necesita también de nuestra libertad.
Y del mismo modo, nuestros anhelos divinos están arraigados en el amor de Dios, que él nos da gratuitamente siempre, y que también necesita de nuestra libertad para que actúe en nosotros. Por ello, es básico en el camino hacia Dios, y, por ende, en el camino hacia nuestra deificación, el amor y la reorientación del deseo.
Afirma Gregory K. Popcak en Dioses rotos que “cuando respondemos a la invitación divina de convertirnos en dioses, ocurre algo sorprendente. De pronto toda gira en torno a Él. Nuestras esperanzas, nuestros sueños, nuestras relaciones, nuestros deseos toman una nueva orientación. […] Todo apunta no a nuestros deseos como un fin en sí mismos, sino a un modo nuevo de conocer mejor a Dios y acercarnos más a Él”. En definitiva, cómo a través de nuestros deseos, eso sí, bien orientados, podemos reconocer a Dios en cada momento, en cada acción, en cada cosa.
Dicho camino lo entiende Popcak compuesto por “siete anhelos divinos” o necesidades del alma humana, los cuales fundamenta no sólo en su propia experiencia espiritual sino también en el estudio profundo de la psicología. Son éstos:
1) El anhelo divino de abundancia: para colmar esta necesidad, encontramos el camino fácil y el difícil: la soberbia y la humildad. El primero produce una felicidad hedónica o pasajera, y aparta de Dios, mientras que el segundo, aunque más costoso, produce una verdadera felicidad y asegura en el camino hacia Dios.
2) El anhelo divino de dignidad: aquí encontramos otros dos caminos, la envidia, por la cual podemos caer en el error de buscar las cosas de este mundo, y creer que eso es suficiente para ser feliz, y, por otra parte, la amabilidad, uno de los frutos del Espíritu (Ga. 5, 22-23), signo de nuestro vínculo personal con Dios y que nos redescubre el sentido de dignidad.
3) El anhelo divino de justicia: para satisfacer esta necesidad encontramos el camino de la ira, como manera de reaccionar ante una sensación normal como el enfado y llevar a cabo nuestra propia justicia, o el de la paciencia, que nos mueve a buscar refugio en Dios y a tener claro cuál es el objetivo supremo al que aspiramos.
4) El anhelo divino de paz: de nuevo se nos presenta el camino fácil y sin esfuerzo para satisfacer superficialmente este anhelo mediante la pereza, una insana indiferencia que lo empeora y emborrona todo, y, por otra parte la diligencia, que nos ayuda a materializar este anhelo mediante la puesta en práctica de los dones que Dios nos ha concedido.
5) El anhelo divino de confianza: este anhelo puede ser malogrado por el miedo a confiar, lo que nos lleva a agarrarnos demasiado a otras cosas, lo que desemboca en la avaricia, mientras que la generosidad conlleva la necesidad de confiar en Dios.
6) El anhelo divino de bienestar: aunque muchos no lo crean, el anhelo de bienestar es algo puesto por Dios en nosotros, solo que tenemos que saber dirigirlo, hacia la gula, es decir, una forma inconsciente y descontrolada de satisfacer ese anhelo, o hacia la templanza, que nos permite encontrar la estabilidad para hallar el equilibrio que nos mantiene en el camino a Dios.
7) El anhelo divino de comunión: ante esta necesidad encontramos dos caminos sumamente opuestos, incluso más que en los anhelos anteriores, el de la lujuria, por el que se usa a las personas en pro de nuestro propio placer momentáneo, y el de la castidad, donde prevalece la entrega y amor al otro por encima de nosotros mismos.
En definitiva, en Dioses rotos encontramos un libro práctico en primer lugar, ya que recopila toda una serie de escritos e ideas, sintetizadas por el autor, que nos ayudarán a darnos cuenta de que hemos sido creados para el Cielo, y en segundo lugar, un libro muy necesario, ya que muchas veces los mismos cristianos podemos caer en el error de pensar que somos meros productos de la naturaleza, con una importancia relativa y cuya acción es irrelevante… No nos equivoquemos, pues ¡hemos sido creados para la Eternidad!
Por Antonio Miguel Jiménez
Ediciones Palabra
Fuente: Aleteia
No hay comentarios. :
Publicar un comentario