LA FE EN LA RESURRECCIÓN ES FUENTE DE VIDA Y ESPERANZA
Por Gabriel González del Estal
1.- A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Tengo que empezar diciendo que el relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús se presta a muchas interpretaciones y deflexiones personales, espiritualmente jugosísimas. Que cada uno de nosotros lo lea y lo medite según lo que el Espíritu le sugiera a él. Yo me limitaré a escribir alguna de las reflexiones que ahora mismo me parecen interesantes. A los discípulos de Emaús la fe en la resurrección de Jesús les cambió la vida. Cuando se les había nublado la fe, se les había nublado la alegría y la esperanza: nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió todo esto. A los discípulos de Emaús les pasó lo mismo que les había pasado a los demás discípulos de Jesús: antes de ver al resucitado andaban tristes y acobardados; después de verlo recobraron la alegría, la valentía y las ganas de vivir y predicar. Sí, yo creo que también ahora, hoy mismo, la fe o la no fe en la resurrección de Jesús nos cambia la vida, con todo lo que esto conlleva. Creer en la Resurrección es creer en la vida inmortal, una vida en la que viviremos para siempre, según el juicio misericordioso que Dios haga de cada uno de nosotros. No creer en la resurrección es creer que todo se acaba definitivamente para la persona cuando ésta muere corporalmente. Y, naturalmente, creer que esta vida mortal es todo lo que tenemos, o creer que esta vida temporal es sólo camino para otra vida inmortal, condiciona mucho nuestro actual estilo de vida. Sí, la fe en la resurrección es, debe ser, fuente de vida y esperanza para todos nosotros, los que creemos en la Resurrección de Jesús. Leamos este relato del evangelista Lucas sobre los discípulos de Emaús con el alma llena de fe, alegría y agradecimiento a Jesús de Nazaret que, por nosotros, vivió, murió y resucitó.
2.- Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Estas palabras del apóstol Pedro, citando las Escrituras, son palabras que podemos y debemos decir hoy nosotros con alegría pascual. Tenemos el corazón alegre y todo nuestro ser vive esperanzado, porque la muerte, nuestra muerte corporal, no será el final de nuestro existir, sino el paso necesario de este mundo material a un cielo nuevo, donde viviremos para siempre con Dios, nuestro Padre, gracias a os méritos de nuestro Señor Jesucristo. Los cristianos debemos ser personas espiritualmente alegres, porque vivimos con el corazón lleno de esperanza. Las tristezas y los desasosiegos de este mundo nunca deben robarnos la alegría y la paz del alma. Vivamos para los demás, como Cristo vivió para nosotros, siendo mensajeros de la alegría y de la paz que Cristo nos ha regalado con su vida, muerte y resurrección. Cristo nos ha enseñado el camino de la vida y estamos seguros de que nos saciará de gozo en su presencia. Digamos, con palabras del salmo responsorial: se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena.
3.- Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. El juicio de Dios siempre será un juicio misericordioso, porque su justicia es una justicia misericordiosa, pero nunca será un juicio indiscriminado. Dios quiere que también cada uno de nosotros pasemos por la vida haciendo el bien, como lo hizo el propio Jesús. No es lo mismo que hagamos obras buenas que obras malas, porque el que actúa con el espíritu de Jesús siempre debe intentar hacer las obras de Jesús. Tomemos en serio nuestra vida de cristianos, de discípulos de Cristo, y vivámosla según el espíritu de Cristo. Los frutos del espíritu son distintos de los frutos de la carne, como nos dice san Pablo en más de una ocasión. Que nuestras obras sean fruto del espíritu, no de la carne, porque si vivimos con Cristo y por Cristo, resucitaremos con él.
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