ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
Primer sábado de abril con María en el corazón, cerca ya de la Semana Santa. Una de las bienaventuranzas hace referencia a los que lloran. La segunda parte de la frase es muy explicita: «porque ellos serán consolados». Es el consuelo que sana las heridas provocadas por la vida que acompaña a la cruz a cuestas en lo cotidiano de la jornada. La vida de cada uno entremezcla momentos de dolor con grandes instantes de alegría. Personalmente he recibido golpes profundos que han provocado mares de lágrimas y oscuridad espiritual. Pero cuando he llorado en los hombros de Cristo y tomado la mano de la Virgen me he sentido un privilegiado; he experimentado el consuelo del bienaventurado.
De cualquier herida, por profunda que sea, renace la vida. Surge vivificante la esperanza. Por eso es tan consolador acudir raudo al corazón de María porque Ella si que tiene en Su corazón inmaculado y puro una herida permanente. La herida que le fue anunciada por Simeón cuando, en el templo, se le dijo que una espada traspasaría su corazón. Es una herida abierta de la que brota un amor inconmensurable.
Pero esa herida provocada por la espada es también el discernimiento espiritual que la Virgen tendrá que afrontar desde el momento mismo de haber dado su «Sí» a Dios. Y eso es una enseñanza para el hombre. Al menos a mi me ayuda en mi crecimiento espiritual. Profundizar en la palabra de Dios y conservarlo en el corazón, no es tan sencillo como se escribe. Exige un trabajo de interpretación. Implica un proceso de discernimiento constante. Obliga a una conversión permanente. Como todo ser humano, María recibió en su vida constantes dificultades que pusieron a prueba su fe, y que afrontó cada vez que una espada atravesaba su alma. No hay vida profética que no exija lucha, dolor y contradicción.
Cualquier corazón humano es atravesado constantemente por una espada y se obliga al discernimiento. En María está el consuelo, el apoyo, las respuestas, la esperanza, la intercesión. A Ella puedo acudir gimiendo y llorando en este valle de lágrimas porque bienaventurado el que llora, porque será consolado. ¡Y qué mejor consuelo que el de María, Madre de los que tienen esperanza!
¡María, Madre, eres el espejo de las bienaventuranzas; cada uno de los momentos de tu vida fue motivo de aplicar la bienaventuranza de Jesús! ¡Eres bienaventurada por ser la Madre de Dios, por la sencillez de tu vida, por tu puesta en práctica de la Palabra de Dios, por ser la predilecta del Padre! ¡Gracias, María, porque tu eliges como Dios a los sencillos, a los humildes, a los pobres, a los fieles a Dios! ¡Gracias, María, porque tu nos enseñas a tener un corazón sencillo, a estar siempre abiertos a la acción de Dios en nuestra vida, a confiar siempre y tener esperanza! ¡Gracias, María, porque me enseñas la importancia de la pobreza de espíritu, la sencillez de vida, la modestia de los actos! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la ternura, la dulzura y la mansedumbre! ¡Tu eres el ejemplo de cómo abandonarme a la voluntad del Padre! ¡Tu también sufriste, María, al huir de Herodes, en el camino a Egipto, al perder a Jesús en el Templo, ante las críticas a Tu Hijo, durante la Pasión y al pie de la Cruz en el Calvario; pero siempre aceptando la voluntad del Padre con tus múltiples «hágase»! ¡Que esto sea una escuela para mí, Madre buena! ¡Gracias, María, porque tu corazón es misericordioso y sencillo, auténtico y puro, sin dobleces, siempre con los más bellos sentimientos! ¡Que aprenda esto de ti, María!
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