domingo, 5 de agosto de 2018

Impregnarse de la alegría de María

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Primer sábado de agosto con María en el corazón. Como todos los sábados marianos quiero que mi día esté impregnado de alegría unido a la Virgen, la Madre del Autor de la Alegría. En ella todo fue motivo de alegría pese los momentos de la Pasión. Alegría el día de la Anunciación, alegría en los desposorios con José, alegría el día de la visitación, alegría el día del nacimiento en Belén, alegría viendo crecer a Jesús, alegría en su santidad cotidiana trabajando en las tareas del hogar, alegría en las Bodas de Caná, alegría el día de la Pascua, alegría el día de la Resurrección, alegría en la jornada de Pentecostés, alegría en la expansión de la Iglesia fundada por Jesús…
La alegría de María estaba sustentada en la fe, en la confianza, en el saber que todo depende de Dios. Era una alegría llena de esperanza porque todo lo guardaba en el corazón consciente de que todo depende del cumplimiento de las promesas de Dios. María sabía a ciencia cierta que nada puede turbar el corazón porque la vida hay que vivirla con alegría cuando el corazón es templo de Dios.
Se puede argumentar que es fácil escribir algo así cuando las jornadas cotidianas están jalonadas de problemas y tormentas en ocasiones difíciles de lidiar. Que en lo cotidiano, la vida no es sencilla porque son muchos los obstáculos que imposibilitan tener paz y felicidad, que sobre nuestros hombres recaen numerosas responsabilidades difíciles de sobrellevar, que las dudas y la incerteza por el futuro nos impide vivir con tranquilidad.

En este primer sábado de agosto me quedo con el canto del ángel: «¡Alégrate, María!». Esta expresión es también un «¡Alégrate!» dirigido a mí porque junto a mí caminan María, Jesús, el Espíritu Santo… que se hacen cargo de mis proyectos, de mis esperanzas, de mis problemas, de mis batallas cotidianas, de mis decisiones, de mis esfuerzos, de mi caminar, de mi trabajo, de mis pruebas…
Este «¡Alégrate!» es poner en el centro de mi vida la alegría que, como virtud cristiana, si es auténtica, no puede tener otra fuente que Dios. María me enseña que un cristiano no puede ser alguien triste pues mi alegría tiene que ser un reflejo de su alegría. Es lo que le pido hoy a María, que infunda en mi espíritu esa alegría que rebosa todo su corazón.

¡María, Tu que eres la causa de la alegría, quiero ser para Ti lo que era Jesús en tu vida! ¡Quiero que la alegría, más allá de mis dificultades y mis problemas, sea la razón de ser de mi vida! ¡Tu eres la llena de gracia, María, y esa gracia es la fuente de la alegría porque es vivir en comunión con Dios! ¡Ayúdame a que mi vida esté siempre unida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! ¡Como sucedió contigo, María, que todo mi ser esté inundado por la presencia de Dios, que todo lo que soy y piense, que todo lo que crea y haga, lo que sueñe y espere esté siempre en armonía con Él que es la fuente suprema de la alegría! ¡Que yo sepa, María, encontrar la felicidad y la alegría en mi vida poniendo toda mi vida a disposición de Dios! ¡Que sepa decirle siempre que sí a Jesús! ¡Ayúdame, María, a impregnar toda mi vida de una humildad profunda y sincera que me permita aceptar aquello que no comprenda de la voluntad de Dios con alegría! ¡Ayúdame a tener una fe alegre y cierta, en constante diálogo íntimo con el Señor, para que me permita abrir la mente y el corazón a la alegría! ¡Ayúdame, María, como hiciste Tu a encontrar la felicidad y la alegría en el servicio para llevar la presencia de Dios y el amor a los que lo necesitan! ¡Ayúdame sobre todo, María, a vivir mi vida como la viviste Tu sin mirar mis problemas y mis necesidades sino poniendo toda mi vida al servicio de Dios y ser capaz de encontrar así la auténtica alegría! ¡Concédeme la gracia, Espíritu Santo, de poner en mi corazón la misma alegría de la Virgen María! ¡Conviértete, María, en la razón para estar siempre alegre!

Hoy celebramos la fiesta de San Juan María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, humilde sacerdote parroquial, santo patrono de los sacerdotes. Consiguió su santidad a través de su perseverante ministerio en el sacramento de la confesión y a su ardiente devoción a la bienaventurada Virgen María. Junto a María, rezamos la oración al Santo Cura de Arts por la santidad de todos los sacerdotes: Santo Cura de Ars y espléndido modelo de todos los ministros de las almas, tú que fuiste un ejemplar conductor de almas, un constructor de puentes entre Dios y su pueblo, y que condujiste a innumerables penitentes a través del sacramento de la reconciliación, al encuentro con Jesús, te pedimos que inspires a todos los sacerdotes que se dedican como mediadores entre Dios y su pueblo. Amén

Maria, música de Dios y causa de nuestra alegría:

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