Vida cristiana es un itinerario de fidelidad al Espíritu Santo: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Gal 5,25). El camino de santidad y de misión, es itinerario de discernimiento y de fidelidad: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” (Evangelii Nuntiandi, n.75).
“El discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones” (Gaudete et Exsultate, n.169)
Jesús, en la última cena, prometió la presencia, la luz y la acción santificadora y evangelizadora del Espíritu Santo: “Estará con vosotros para siempre… os lo enseñará todo … él dará testimonio de mí” (Jn 14,16.26; 15,26).
En la vida de Jesús hay una dinámica que se convierte en un paradigma misionero permanente: “Conducido por el Espíritu hacia el desierto … iba enseñando … para anunciar la buena nueva a los pobres” (Lc 4,1.15.18). Es la pauta del discernimiento vocacional y misionero. Porque si es el Espíritu quien mueve el corazón del misionero, lo lleva hacia el desierto (oración y sacrificio) y luego hacia el anuncio del Evangelio que se concreta en la donación de sí mismo a los “pobres” en todos los campos de caridad.
Fidelidad al Espíritu Santo indica, pues, una actitud relacional de estar atentos a su presencia, de abrirse a sus luces y mociones, de entregarse con generosidad y gratuidad a la obra salvadora y redentora de Jesús. Quien obra según el Espíritu de amor, no busca ni espera otro premio que el de amar y hacer amar al Amor. “Únicamente el Espíritu sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos sus matices, para que emerja con otra luz la novedad del Evangelio” (Gaudete et Exsultate, n.173)
Dios Amor, por medio del Espíritu Santo, durante toda la historia, ya ha ido sembrando las semillas del Verbo y del Evangelio en todos los pueblos. “Es también el Espíritu quien esparce « las semillas de la Palabra » presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo” (Redemptoris Missio, n.28).
Estamos llamados a ser “evangelizadores con Espíritu”, es decir, “evangelizadores que se abren sin temor, a la acción del Espíritu Santo” (Evangelii Gaudium, n.259). La Iglesia y los apóstoles de todos los tiempos tienen necesidad de “reunirse en el Cenáculo con « María, la madre de Jesús » (Act 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero”; nosotros también, “tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu” (Evangelii Nuntiandi, n.92).
En todos los momentos del caminar histórico de la Iglesia tiene lugar un “nuevo Pentecostés”, en el sentido de que recibimos nuevas gracias del Espíritu Santo para afrontar las nuevas situaciones que se van presentando.
El Espíritu Santo, que comunica nuevas gracias para afrontar las nuevas situaciones, convierte a los apóstoles “en testigos o profetas (cf. Act 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (Redemptoris Missio, n.24).
La vida cristiana de santidad y de apostolado en cada época histórica se ha forjado, bajo la acción del Espíritu Santo, “con María la madre de Jesús” (Hech 1,14): “Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Evangelii Gaudium, n.286).
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