viernes, 24 de agosto de 2018

DEL MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II AL PREPÓSITO GENERAL DE LOS ESCOLAPIOS PROCUREMOS VIVIR UNIDOS A CRISTO Y AGRADARLE SÓLO A ÉL EL REY JUSTO HACE ESTABLE EL PAÍS






DEL MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PREPÓSITO GENERAL DE LOS ESCOLAPIOS
en el IV centenario de la primera
escuela popular gratuita de Europa (24-VI-1997)

El encuentro, en la primavera de 1597, entre José de Calasanz y Antonio Brendani, párroco de Santa Dorotea, fue para vuestro fundador la ocasión de una conversión más total al Evangelio, que lo impulsó a abandonar legítimas aspiraciones personales para encontrar en la pequeña escuela de Trastévere (Roma) un «modo mejor de servir a Dios, ayudando a estos pobres niños». Desde esa primera experiencia educativa, convenientemente transformada y cualificada por Calasanz, nació, en el otoño siguiente, el primer núcleo de las Escuelas Pías, ejemplo de instrucción cristiana abierta a todos, que daría origen a las escuelas populares en sentido moderno.

Como recordó mi venerado predecesor Benedicto XV, «él (Calasanz) fue el primero en inventar, para la caridad cristiana, también este camino: cuando, a duras penas, se ofrecía a los muchachos una instrucción primaria, él asumió la tarea de enseñar gratuitamente a los hijos de los pobres, para que no quedaran privados totalmente de instrucción a causa de su pobreza».



José de Calasanz, intérprete sabio de los signos de su tiempo, consideró la educación, impartida de modo «breve, sencillo y eficaz», como garantía de éxito en la vida de los alumnos y levadura de renovación social y eclesial. Además, vio en la escuela una manera nueva de evangelizar y, por eso, quiso que la tarea de la educación la asumieran religiosos, y preferiblemente sacerdotes, comprometiéndolos a dar al niño una cultura global, en la que la dimensión religiosa fuera considerada y vivida profundamente. Calasanz delineó, en consecuencia, la figura del sacerdote educador de los niños y de los pobres, elevando al mismo tiempo a dignidad ministerial un oficio considerado por sus contemporáneos humilde y de poco prestigio.

Calasanz abrió, con su genial intuición, un fértil surco en la sociedad, que luego muchos otros fundadores y fundadoras han seguido y profundizado; de esta forma, la escuela es hoy uno de los campos en los que la Iglesia puede cumplir con mayor eficacia su misión evangelizadora. Por consiguiente, con razón, mi venerado predecesor Pío XII, en el año 1948, lo proclamó «patrono celeste de todas las escuelas populares cristianas del mundo».

El ambiente secularizado en que, por desgracia, tienen que vivir las nuevas generaciones exige que la escuela de inspiración cristiana se siga ofreciendo a cuantos buscan en ella un lugar óptimo de formación y evangelización. Los modelos negativos que se suelen proponer a los jóvenes de nuestro tiempo hacen necesario que los religiosos comprometidos en el ámbito de la educación continúen «con fidelidad creativa» su misión, con el fin de cumplir el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación». En efecto, la educación constituye un moderno areópago, en el que la Iglesia, hoy más que nunca, está llamada a cumplir su misión de evangelización y caridad cultural.

Calasanz no se limitó a promover la «escuela para todos», ideal que más tarde ha sido reconocido como uno de los derechos fundamentales del hombre; quiso que su escuela, animada por maestros especialmente comprometidos en la evangelización, estuviera destinada «principalmente a los niños pobres». Ese planteamiento, que representó una gran innovación en el siglo XVI, resulta sumamente actual también hoy. En efecto, en las zonas marginadas de los países donde reina el bienestar, y sobre todo en las naciones en vías de desarrollo, muchos niños aún no son suficientemente escolarizados o se ven totalmente abandonados a su suerte, de forma que la evangelización de los pobres sigue siendo un signo profético de la presencia del reino de Dios entre los hombres. Si Calasanz supo ver en el rostro de aquellos niños romanos, abandonados a sí mismos, el reflejo del rostro de Cristo, ahora os toca a vosotros, en un mundo en que los pueblos y las personas son apreciados y estimados sólo en función de su importancia económica, mostrar a todos que los niños y los pobres siguen siendo los preferidos del corazón de Cristo.

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PROCUREMOS VIVIR UNIDOS A CRISTO
Y AGRADARLE SÓLO A ÉL
De los escritos de san José de Calasanz

Nadie ignora la gran dignidad y mérito que tiene el ministerio de instruir a los niños, principalmente a los pobres, ayudándolos así a conseguir la vida eterna. En efecto, la solicitud por instruirlos, principalmente en la piedad y en la doctrina cristiana, redunda en bien de sus cuerpos y de sus almas, y, por esto, los que a ello se dedican ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios.

Además, es una gran ayuda para que los adolescentes, de cualquier género o condición, se aparten del mal y se sientan suavemente atraídos e impulsados a la práctica del bien. La experiencia demuestra que, con esta ayuda, los adolescentes llegan a mejorar de tal modo su conducta, que ya no parecen los mismos de antes. Mientras son adolescentes, son como retoños de plantas que su educador puede inclinar en la dirección que le plazca, mientras que, si se espera a que endurezcan, ya sabemos la gran dificultad o, a veces, la total imposibilidad que supone el doblegarlos.

La adecuada educación de los niños, principalmente de los pobres, no sólo contribuye al aumento de su dignidad humana, sino que es algo que merece la aprobación de todos los miembros de la sociedad civil y cristiana: de los padres, que son los primeros en alegrarse de que sus hijos sean conducidos por el buen camino; de los gobernantes, que obtienen así unos súbditos honrados y unos buenos ciudadanos; y, sobre todo, de la Iglesia, ya que son introducidos de un modo más eficaz en su multiforme manera de vivir y de obrar, como seguidores de Cristo y testigos del Evangelio.

Los que se comprometen a ejercer con la máxima solicitud esta misión educadora han de estar dotados de una gran caridad, de una paciencia sin límites y, sobre todo, de una profunda humildad, para que así sean hallados dignos de que el Señor, si se lo piden con humilde afecto, los haga idóneos cooperadores de la verdad, los fortalezca en el cumplimiento de este nobilísimo oficio y les dé finalmente el premio celestial, según aquellas palabras de la Escritura: Los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como tas estrellas, por toda la eternidad.

Todo esto conseguirán más fácilmente si, fieles a su compromiso perpetuo de servicio, procuran vivir unidos a Cristo y agradarle sólo a él, ya que él ha dicho: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

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EL REY JUSTO HACE ESTABLE EL PAÍS
Del testamento espiritual de san Luis rey a su hijo

Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.

Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.

Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.

Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino y, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor, con oración vocal o mental.

Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.

Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al sumo pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.

Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén.

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