jueves, 14 de junio de 2018

DEL GÉNESIS A LA LETRA -LIBRO X CAPITULO I al CAPITULO XXVI

La imagen puede contener: una persona, sentada y barba

Sant'Agostino - Augustinus Hipponensis



DEL GÉNESIS A LA LETRA
Traducción: Lope Cilleruelo, OSA
LIBRO X

CAPITULO I

Muchos opinan que el alma de la mujer fue hecha del alma del varón

1. El orden de las cosas parece pedir que tratemos ya del pecado del primer hombre. Mas como la Escritura describió el modo de ser hecha la carne de la mujer, pero silenció la formación de su alma, con motivo nos conturba y obliga a inquirir por todos los medios este asunto, para ver de qué modo puedan, o no, ser refutados los que creen que el alma procede del alma del hombre, a semejanza de como la carne procede de la carne, transmitiéndose las semillas de ambas cosas, de padres a hijos. Se inclinan a creer esto diciendo que Dios hizo un alma sola, inspirando en el cuerpo del hombre, al que había formado del polvo de la tierra, a fin de que de ella ya en adelante se crearan las almas de los demás hombres, así como de su carne procede la carne de todos los hombres. Primeramente fue formado Adán y después Eva. De dónde recibió él el cuerpo, claramente se dijo: el cuerpo del polvo de la tierra, y el alma del soplo de Dios. De la mujer, al decir que fue formada del costado del hombre, no se dice, como si hubiera recibido ambas cosas del hombre el cual ya estaba con vida, que fue animada del mismo modo que el hombre, soplando Dios. O bien convino, dicen, callarse para que entendiéramos o creyéramos como pudiéramos que había sido dada divinamente el alma del varón; o si no calló la Escritura (la formación del alma) para que no juzgásemos que también ella había sido hecha de la tierra como la carne, no debió callar tampoco la formación del alma de la mujer para que no se creyese, si esto no es cierto, que procedía por derivación. Por lo tanto, dicen calló la Escritura que sopló Dios en el cuerpo de la mujer, porque es cierto que el alma de la mujer procede del hombre.


2. Fácilmente se sale al paso de esta sospecha. Si juzgan que el alma de la mujer fue hecha del alma del hombre, por no haberse escrito que Dios sopló en el cuerpo de la mujer, les diremos ¿por qué sospechan que la mujer fue animada por el varón, siendo así que tampoco se escribió esto? Por lo tanto, si Dios crea todas las almas de los hombres que nacen, como creó la primera, de aquí se sigue que la Escritura calló la formación de las otras, porque lo hecho y narrado de una pudiera entenderse prudentemente también de las otras. Así, pues, si nos es permitido aconsejar algo sobre este asunto, por lo que cuenta la divina Escritura, diremos que con mayor motivo, si otra cosa se hacía en la mujer que no había hecho en el hombre, es decir, si procedía el alma de ella de la carne viviente del hombre, a diferencia del hombre de quien el cuerpo fue hecho de un modo y el alma de otro; esto mismo, el ser hecha de diferente manera, más bien no debió callarlo la divina Escritura para no hacernos creer que se hizo con ella lo mismo que sabíamos se hizo con el primer hombre. Por lo tanto, al no decir que el alma de la mujer fue hecha del alma del hombre, se cree más conveniente que por ello quiso advertirnos que no juzgásemos otra cosa distinta de lo que sabíamos del alma del hombre, es decir, que se le dio a la mujer del mismo modo que al hombre; sobre todo teniendo en cuenta que se presentaba una ocasión propicia para decirlo, si no en el momento de ser formada, a lo menos después cuando dijo Adán: Esto ahora es carne de mi carne y hueso de mis huesos1. ¡Con cuánto cariño y amor dijera y alma de mi alma! Sin embargo, no podemos ya dar aquí por solucionada esta tan importante cuestión, de forma que tengamos por aclarada y cierta una de las dos opiniones.

CAPITULO II

Qué cosa se encontró en los libros anteriores sobre el origen del alma

3. Por lo tanto, lo primero que debemos investigar es si la santa Escritura nos permite dudar aquí lo que desde un principio hemos tratado sobre este asunto. Entonces tal vez con toda razón estemos en camino de investigar cuál sea más bien la sentencia que deba ser elegida, o cómo debamos portarnos en la incertidumbre de esta cuestión. Es cierto que Dios en el día sexto hizo al hombre a su imagen y semejanza; y también que allí se dijo: Varón y mujer los hizo2. Hemos visto que la primera de estas dos frases debe entenderse del alma, mientras que la segunda, donde se distinguen los sexos, la debemos tomar como dicha con relación a los cuerpos3. Además, como tantos y tales testimonios que fueron considerados y explicados allí, no nos permitían afirmar que en el mismo día sexto el hombre había sido formado del polvo de la tierra y la mujer de la costilla de él, sino más bien que esto se hizo después de aquella primera obra de Dios en la cual creó todas las cosas al mismo tiempo4; por eso indagábamos allí qué cosa debíamos juzgar sobre la creación del alma del hombre. Después de haber tratado la cuestión desde todos los puntos de vista que estuvieron a nuestro alcance, nos pareció decir que lo más probable y conforme era que el alma del hombre fue creada también en aquellas obras primeras de Dios, y la razón causal del cuerpo de él en el mundo corpóreo como en semilla. Así no nos veríamos obligados a decir contra las palabras de la divina Escritura; o que todo fue hecho en el sexto día, es decir, el hombre del polvo de la tierra y la mujer del costado de él, o que en las obras de los seis primeros días no fue en modo alguno hecho el hombre, o que solamente fue hecha la razón causal del cuerpo humano, mas no la del alma, cuando precisamente conforme a ella es formado el hombre a imagen de Dios; o también, aunque no se opone a lo que dice la divina Escritura, pero, sin embargo, es violento e intolerable y sin gran fundamento, o que en aquella creatura espiritual, que sólo había sido creada para esto, fue hecha la razón causal del alma humana, siendo así que esta creatura en la que se dijera que había sido creada esta razón no se conmemora en las obras de Dios; o, por fin, que en alguna creatura de las que se mencionan en aquellas obras fue hecha la razón causal del alma, al modo que en los hombres que ya existen está ocultamente la razón de la generación de los hijos. Mas de este modo creeríamos que era hija de los ángeles o, lo que es más intolerable, que procedía de algún elemento corporal.

CAPITULO III

Tres modos de origen respecto del alma

4. Si ahora se dice que el alma de la mujer fue formada por Dios, no de la del varón, sino al parigual que la de él, porque Dios crea las almas para cada hombre, entonces no estaba hecha el alma de la mujer en aquellas primeras obras de Dios. Si decimos que había sido creada la razón causal y universal de todas las almas al estilo de la razón de engendrar en los hombres, volveremos a lo violento y molesto de tener que afirmar que las almas son hijas o de los ángeles o, lo que es más indigno, de algún cuerpo celeste, o de algún elemento de esta parte inferior de la tierra. Por lo tanto, si está oculto cuál sea lo verdadero, se ha de procurar conocer qué cosa puede a lo menos decirse más aceptablemente y con más fundamento. O lo que dije hace poco: o que fue hecha en aquellas primeras obras de Dios una sola alma, la del primer hombre, de cuya progenie se crearan todas las almas de los hombres, o que se crearan después para cada uno nuevas almas de las que no había precedido razón causal alguna en las primeras obras de Dios de los seis días. De estas tres opiniones las dos primeras no se oponen a la primera creación, en la que todas las cosas fueron creadas al mismo tiempo, porque sea que entendamos que la razón causal del alma fue hecha en alguna creatura como en un padre, a fin de que las almas procediesen de ella, no obstante por Dios son creadas cuando se dan a cada uno de los hombres como se dan los cuerpos por los padres; sea que no estuviera la razón causal del alma como lo está la razón de engendrar en el padre, sino que fuera hecha ella en el mismo instante en que fue hecho el día, y como fue hecho el día, el cielo y la tierra y los luminares del cielo, todo esto convenientemente concuerda con lo que se dijo: hizo Dios al hombre a su imagen.

5. Mas no puede tan fácilmente aparecer que esta tercera opinión no se oponga a la sentencia por la que se entiende que el hombre fue hecho en el sexto día a imagen de Dios y después del séptimo día fue creado visiblemente. Porque si dijéramos que se crean nuevas almas, mas no en sí mismas, ni en razón causal, al estilo de como está la prole en el padre, en aquel día sexto con todas las obras, de las que terminadas e incoadas descansó Dios en el séptimo día, ello nos haría ser cautos para no tomar en vano lo que nos recomienda con todo cuidado la Escritura, que Dios terminó en seis días todas sus obras, las que hizo sobremanera buenas. Al decir que Dios había de crear todavía algunas criaturas, a las que ni aún en sí mismas ni en las razones causales hubiera hecho allí, contradecimos a la Escritura, a no ser que se encienda que él tenía en sí mismo la razón causal de las almas que habían de hacerse una por una y que había de dar a cada uno de los nacidos, en lugar de haberla creado en alguna creatura. Mas como el alma no es creatura de distinto género de aquella conforme a la cual fue hecho hombre en el sexto día a imagen de Dios, no puede rectamente decirse que Dios hizo ahora a la que entonces no terminó. Luego ya entonces había hecho el alma tal cual ahora las hace, y por lo mismo ahora no hace ningún género nuevo de creaturas que no hubiera creado entonces en sus obras consumadas. Tampoco esta obra de El se opone a aquellas razones causales de las cosas futuras, que insertó entonces en el universo, sino más bien está muy conforme con ellas, ya que conviene sean introducidas tales almas, cuales ahora las hace y las introduce en los cuerpos humanos con los que a partir de aquellas primeras obras se continúa por una sucesión no interrumpida la propagación.

6. Como nos parece que no debemos temer ya que se oponga a las palabras que escribí en este libro sobre aquella creación de los seis días cualquiera de las tres sentencias, veamos la probabilidad que tiene de vencer cada una. Emprendamos con la ayuda de Dios un diligente estudio sobre esta cuestión. Tal vez pueda suceder que si no encontramos una proposición clara sobre este asunto, del cual en adelante no pueda dudarse, a lo menos encontraremos una tan aceptable que no sea un absurdo sostenerla mientras brilla otra más cierta. Pero si dado el poco valor de los documentos y al mismo tiempo inciertos, no pudiéramos encontrar ésta, a lo menos no aparecerá que nuestra duda soslayó el trabajo de buscar, sino que quiso evitar la temeridad de afirmar. Si alguno está con fundamento en posesión de la verdad sobre esta materia, le ruego se digne enseñármelo, mas si no está apoyado por la autoridad de la divina palabra, o por una evidente razón, sino que por su vana presunción se alucina y cree estar en lo cierto, no se desdeñe dudar conmigo.

CAPITULO IV

Qué cosa haya de cierto sobre la naturaleza y el origen del alma

7. Ante todo tengamos por cosa certísima que la naturaleza del alma no se convierte en la naturaleza del cuerpo, de modo que lo que fue alma se haga cuerpo; ni tampoco en naturaleza de alma irracional, de forma que aquello que fue alma de hombres se convierta en alma de bestia; ni menos en naturaleza de Dios, de suerte que el alma se transforme en la esencia de Dios. Ni, al contrario, el cuerpo o el alma irracional o la naturaleza de Dios se transforman y se hacen alma de hombre. Por no menos cierto debemos tener que el alma no es más que una criatura de Dios. Si Dios no hizo el alma del hombre, ni de un cuerpo ni de una creatura irracional ni de la sustancia propia de El, no queda más que: o la hizo de la nada o de alguna creatura espiritual racional. Pero parece muy violento querer demostrar que hizo algo de la nada después de haber terminado sus obras, las que creó todas al mismo tiempo, e ignoro si existen claros y determinados argumentos para probarlo. Ni se nos ha de pedir lo que es incapaz el hombre de comprender, o, si no es incapaz me maravillo que pueda persuadir a alguno, a no ser a un tal que sin intentar enseñarle nadie pueda comprender por sí mismo tales cosas. Mas tenga presente que en estas cuestiones lo más seguro es no atenerse a conjeturas humanas, sino indagar y basarse en testimonios divinos.

CAPITULO V

El alma no procede de los ángeles, ni de los elementos, ni de la sustancia de Dios

8. Ningún testimonio encontré en los libros canónicos que me autorice a decir que Dios crea las almas sacándolas de los ángeles como de padres, y mucho menos que hayan sido formadas de los elementos corporales del mundo, a no ser que nos incline a creerlo lo que se dice en el profeta Ezequiel al demostrar la resurrección de los muertos, pues allí invoca al espíritu a que venga de los cuatro vientos del cielo a reintegrarse en los cuerpos ya formados, cuyo espíritu soplando los vivifica y resucitan. Pues así está escrito: Y me dijo el Señor: tú eres el profeta del espíritu, profetiza, hijo del hombre, y di al espíritu: esto dice el Señor: ven desde los cuatro vientos del cielo y sopla sobre estos muertos y vivirán; y profeticé según me mandó el Señor y entró el espíritu de vida en ellos, y fueron vivificados y levantados sobre sus pies, y eran una inmensa multitud5. A mí me parece que este pasaje significa proféticamente que los hombres que han de resucitar, no solamente lo harán de aquel campo que en visión se le manifestó al profeta, sino de todo el orbe de la tierra, lo cual se simbolizó por el soplo venido de los cuatro vientos del mundo. Tampoco fue sustancia del Espíritu Santo aquel soplo procedente del cuerpo del Señor, cuando sopló sobre los Apóstoles y les dijo: Recibid el Espíritu Santo6, sino que por ello se significó que el Espíritu Santo procede de El como aquel soplo procedió de su cuerpo. Mas como el mundo no está unido a Dios en unidad de persona como la carne del Señor está unida al Verbo, Hijo Unigénito de Dios, por esto no podemos decir que el alma procede de la sustancia de Dios, como procede de la naturaleza del mundo aquel soplo venido de los cuatro vientos. Sin embargo, creo que una cosa fue el hecho y otra su significado, como puede muy bien entenderse por el ejemplo del soplo que procedió del cuerpo del Señor. Aunque pudo suceder que el profeta Ezequiel previera, en la revelación figurada, no la resurrección de la carne, tal como ella ha de ser realmente, sino el restablecimiento insospechado, por medio del Espíritu del Señor que llena toda la redondez de la tierra7, de aquel pueblo que había perdido toda esperanza.

CAPITULO VI

Las dos opiniones del origen del alma 
deben examinarse a la luz de los testimonios de la escritura

9. Veamos ya, pues, a cuál de las dos sentencias apoyen más bien los testimonios divinos, si a aquella que dice que Dios creó un alma y habiéndola dado al primer hombre de ella forma las restantes, así como del cuerpo del primer hombre proceden todos los otros cuerpos humanos, o si a la que afirma que Dios las crea en particular para cada hombre, como la creó para el primero, mas no de aquella misma. Lo que se dice por Isaías todo soplo yo lo hice8, ya que las palabras que a continuación se escriben nos obligan a entenderlo sobre el alma, puede ser aplicado a ambas sentencias, porque sea que procedan de la única del primer hombre, sea que las saque de algún secreto suyo, todas sin duda las hace El.

10. En cuanto a lo que está escrito: El es el que formó los corazones para cada uno de los hombres9, si queremos entender por corazones las almas, tampoco se opone esto a cualquiera de las dos sentencias de las que tratamos ahora, porque ora forme Dios, como forma los cuerpos, cada alma de aquella única que inspiró en el cuerpo del primer hombre, ora cree en particular cada una y las introduzca en los cuerpos, o las forme en los mismos cuerpos para quienes las produce, El es ciertamente quien las crea; aunque estas palabras no me parece que se dijeron sino atendiendo a que mediante la gracia se reforman nuestras almas a imagen de Dios. Y por esto dice el Apóstol: Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe, y eso no de vosotros, sino que es don de Dios; no por las obras para que no blasone tal vez alguno; porque somos hechura de El creados en Cristo para las obras buenas10. Por lo tanto, no podemos entender que por esta gracia de fe fueron creados o configurados nuestros cuerpos, sino que esto se entiende en el sentido que el salmista dice: Oh, Dios, crea en mí un corazón limpio11.

11. También juzgo que se dijo de la misma manera: El formó el espíritu del hombre en el hombre12. Pues una cosa es enviar al cuerpo un alma creada y otra distinta perfeccionar en el mismo hombre esta alma, es decir, repararla y renovarla. Pero si esto no lo entendemos de la gracia por la que nos renovamos, sino de la naturaleza en que nacemos, asimismo puede aducirse en confirmación de ambas sentencias; porque Dios pudo formar el espíritu de vida en el hombre sacándole de aquella única alma del primer hombre, como si fuera la semilla del alma, para vivificar al cuerpo, o infundirle de otro modo en el cuerpo a través de los mortales sentidos de la carne, para que el hombre sea alma viviente no por la propagación.

CAPITULO VII

A qué sentencia favorecen aquellas palabras «me tocó en suerte un alma buena»

12. Aquellas palabras del libro de la Sabiduría según las cuales se dice: Me tocó en suerte un alma buena, y como subiere de bondad en bondad he venido a un cuerpo limpio13, requieren un estudio diligentísimo. Parece que apoyan más la opinión que juzga que las almas no vienen por la propagación a los cuerpos, sino que vienen del cielo. Pero veamos qué quiere decir me tocó en suerte un alma buena. ¿Acaso que en aquel como manantial de las almas, si es que hay alguno, unas son buenas y otras son malas, y saliendo de él por cierto sorteo se entregan a cada hombre? ¿O que Dios a la hora de la concepción o del nacimiento hace unas buenas y otras no, de las cuales cada hombre recibe la que le cayó en suerte? Me extraña que esto pueda sólo ayudar a los que creen que las almas habiendo sido creadas en algún lugar son enviadas una por una a cada uno de los cuerpos que se van engendrando, y no apoyen más bien a los que dicen que las almas son enviadas a los cuerpos conforme a los merecimientos de las obras que hicieron ellas antes de unirse a los cuerpos. Porque ¿qué otra cosa mejor puede creerse que vengan a los cuerpos unas buenas y otras no buenas, si no es por sus obras? No puede decirse que esto acontezca según la naturaleza en que fueron creadas por Dios, ya que El crea buenas todas las naturalezas. Pero ¿a qué decir esto? Muy lejos está de nosotros contradecir al Apóstol, que afirma: Los que aún no han nacido, nada hicieron de bueno o de malo; de donde concluye al hablar de los hermanos mellizos que estaban aún en el vientre de Rebeca14, que no pudo decirse atendiendo a las obras, el mayor sirvió al menor, sino a la predestinación de Dios. Dejemos por un momento en suspenso este testimonio del libro de la Sabiduría, porque no deben ser abandonados, ya se equivoquen ya digan la verdad, los que juzgan que este testimonio trata de una manera especial y única del alma del Mediador entre Dios y los hombres, del hombre Cristo Jesús. Si fuese necesario consideraremos más adelante qué sentido tenga este pasaje, de modo que si no pudiere convenir a Cristo, indagaremos de qué forma debamos aplicarlo, no sea que juzgandoque las almas adquieran algún mérito debido a sus obras antes de empezar a vivir en los cuerpos, contravengamos a la fe apostólica.

CAPITULO VIII

El pasaje del salmo 103-29 «quitarás el espíritu, etc.», 
no se opone a ninguna de las dos sentencias

13. Veamos ahora en qué forma se dijo: Apartarás el espíritu de ellos y desfallecerán y se convertirán en polvo: Enviarás tu espíritu y serán creados y renovarás la faz de /a tierra15. Este testimonio parece estar de acuerdo con los que juzgan que las almas se forman de los padres al parigual que los cuerpos, al entender que el Salmista dijo espíritu suyo porque los hombres lo reciben de otros hombres, los cuales una vez muertos no pueden recibirlo de otros hombres para resucitar; pero no lo reciben por segunda vez del mismo modo que cuando nacieron sacado de los padres, sino que se lo devuelve Dios que resucita a los muertos16. Por lo tanto, se dijo espíritu de ellos cuando mueren, y de Dios cuando resucitan. Los que afirman que las almas no proceden de los padres, sino de Dios que las envía, pueden exponer este testimonio en confirmación de su sentencia diciendo que el Salmista dijo espíritu de ellos cuando mueren, porque en ellos estaba y de ellos salió. Y dijo de Dios, cuando resucitan, porque enviado por El es devuelto a los hombres. Por consiguiente, tampoco este testimonio se opone a ninguna de ambas sentencias.

14. Yo creo que este pasaje puede entenderse con más propiedad de la gracia de Dios por la que interiormente nos renovamos. De todos los soberbios que viven conforme al hombre terreno y de los que presumen de su vanidad, desaparece en cierto modo el espíritu propio cuando se desnudan del hombre viejo y mueren al mundo, para que una vez arrojada de sí la soberbia se perfeccionen diciendo al Señor mediante una confesión humilde: Acuérdate que somos polvo17, pues nos dijiste: De qué te vanaglorias, tierra y ceniza18. En efecto, cuando contemplan la justicia de Dios mediante la luz de la fe, al no querer fundamentarse en la propia justicia19, se desprecian a sí mismos, según dice Job, y se anonadan y se consideran tierra y ceniza. Cumpliéndose entonces aquello y se convertirán en su polvo. Mas una vez que han recibido el espíritu de Dios exclaman: Vivo, mas no yo, sino Cristo es el que vive en mí20. Así es como se renueva la faz de la tierra por medio de la gracia del Nuevo Testamento con la multitud de los santos.

CAPITULO IX

Las palabras de Ezequiel «y volverá el polvo a la tierra» 
también pueden aplicarse a entrambas sentencias

15. Lo que se dice en el Eclesiastés: Se convertirá el polvo en tierra, según lo que fue; y el espíritu volverá a Dios porque fue dado por El21, a ninguna de las dos sentencias apoya perjudicando a la otra, sino que se mantiene neutral entre ambas. Si unos dijeren que por esto se prueba que el alma no se da por los padres, sino por Dios, ya que el polvo se dirigió a la tierra, es decir, la carne la cual fue formada de polvo, y el espíritu a Dios, pues fue dado por El, les responderán los contrarios: ciertamente, así es; el espíritu vuelve hacia Dios porque se le dio al primer hombre cuando sopló en su cara22, y el polvo, es decir, el cuerpo humano se dirige a la tierra de donde fue hecho al principio23. El espíritu no debía regresar a los padres, aunque había sido, creado de aquel único, como tampoco la misma carne regresa después de la muerte a los padres de quienes ella consta ciertamente que fue propagada. Luego así como la carne no vuelve a los padres de quienes se recibió, sino a la tierra de donde fue formada para el primer hombre, igualmente el espíritu no vuelve a los hombres de quienes procede por traducción, sino a Dios por quien fue dado a la primera carne.

16. Este testimonio nos advierte con toda evidencia que Dios hizo de la nada, y no de otra creatura ya hecha, el alma que dio al primer hombre, al parigual que hizo el cuerpo de la tierra. Por esto al regresar no encuentra sitio a donde volver, sino es el Autor que la creó. No vuelve, pues, hacia la creatura de donde fue hecha, como el cuerpo vuelve a la tierra, porque no hay creatura de la que fue hecha, puesto que fue creada de la nada, y, por lo tanto, la que vuelve, vuelve al Autor por quien de la nada fue hecha. Mas no todas vuelven a Dios, porque hay algunas de las cuáles se dice: Espíritu que vaga y no vuelve24.

CAPITULO X

La cuestión del origen del alma no se soluciona fácilmente por la Escritura

17. Difícil es recopilar todos los testimonios de la sagrada Escritura que tratan sobre este asunto; pero dado caso que fuera posible no sólo de reunirlos, sino también de exponerlos, únicamente lo conseguiríamos con un inmenso tratado. Mientras no aparezca una cosa tan clara como evidentes son los testimonios para demostrar que Dios creó el alma, o que se la dio al primer hombre, ignoro cómo pueda solucionarse esta cuestión mediante algún testimonio divino. Si se hubiera escrito que Dios sopló en la cara de la mujer al formarla, como sopló en la cara del hombre, y de este modo hubiera sido hecha alma viviente, sin duda tendríamos una gran luz que nos guiara a creer que a cualquier cuerpo formado del hombre no se le daba el alma procediendo de la de los padres. Sin embargo, aún dudaríamos qué cosa se haría en particular en los hijos respecto al alma, porque para nosotros el modo ordinario de proceder en cuanto al cuerpo es por generación. La primera mujer fue hecha en cuanto al cuerpo de otra manera, y por esto aún podría decirse que a Eva no le fue dada el alma procediendo de Adán, sino por Dios, porque tampoco nació de él como nacen los hijos. Pero si la divina Escritura relatase que se dio un alma del cielo, no sacada de los padres, al primer hombre que naciera de Adán y de Eva, entonces necesariamente entenderíamos que al callar el origen de ella en los otros, sucedía en ellos lo mismo que en el primero.

CAPITULO XI

Puede aplicarse a ambas sentencias el testimonio de San Pablo, «por un hombre, etc.»

18. Ahora consideremos si confirma una opinión excluyendo la otra, o más bien puede acomodarse a ambas sentencias lo que dice el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así por este hombre se propagó a todos en el cual todos pecaron, y lo que añade poco después: así como por el delito de un solo hombre vino la condenación a todos los hombres, igualmente por la justicia de uno adquirieron todos los hombres la justificación de vida, porque como por la desobediencia de un solo hombre se hicieron pecadores los muchos, de la misma manera por la obediencia de uno solo se constituyen justos los muchos25. Por estas palabras apostólicas, los que defienden la propagación de las almas intentan apuntalar su sentencia diciendo: si sólo conforme a la carne puede entenderse la palabra pecado o pecador, no nos veríamos obligados por ellas a creer que el alma procede de los padres. Por el estímulo de la carne ciertamente el alma es la que peca; sin embargo, ¿de qué modo se ha de entender lo que dijo el Apóstol en quien todos pecaron, si el alma no procede de Adán como procede la carne? ¿O de qué forma se han constituido pecadores los hombres por la desobediencia de uno, si solamente estaban en él, según la carne, pero no según el alma?

19. Si se dijo que todos los hombres pecaron en Adán únicamente según la carne que fue creada de él y no también según el alma, se ha de evitar que aparezca ser Dios el autor del pecado al entregar El el alma a la carne, en cuya carne es necesario que el alma peque, o que pueda existir, por no haber pecado en Adán, un alma, fuera de la del mismo Cristo, para quien no es necesaria la gracia cristiana a fin de librarse del pecado. Hasta tal punto esto es contrario a la fe de la Iglesia, que los padres corren con los niños e infantes a recibir la gracia del bautismo. Con razón se pregunta qué es lo que perjudica a los niños, si en aquella edad saliesen las almas del cuerpo sin haber recibido el bautismo, cuando esta atadura del pecado, en quienes se rompe, tan sólo afecta a la carne y no al alma. Además, si por este sacramento únicamente se favorece al cuerpo de ellos y no también a las almas, entonces debieron ser bautizados los muertos. Pero al ver que la Iglesia universal retiene esta costumbre, de modo que corre con los vivos y a los vivos socorre, creyendo que una vez muertos en modo alguno puede hacer algo que les aproveche, yo no comprendo qué otra cosa pueda entenderse, si no es que cada niño procede de Adán en cuanto al cuerpo y en cuanto al alma, y por eso le es necesaria la gracia de Cristo. El niño en aquella edad nada hizo de bueno o de malo y, por lo tanto, en ella el alma de él es inocente si no procede de Adán. Así, pues, el que sosteniendo la sentencia de la creación de las almas puede al mismo tiempo demostrar de qué modo son condenados justamente los niños que mueren sin el bautismo, será digno de toda nuestra admiración y alabanza.

CAPITULO XII

La causa de la concupiscencia carnal no reside sólo en el cuerpo, 
sino también en el alma

20. No hay duda que con toda verdad se escribió: La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne26. Sin embargo, juzgo que tanto el docto como el indocto no vacilarán en creer que la carne no puede sin el alma codiciar cosa alguna. Por esto la causa de la misma concupiscencia carnal no está solamente en el alma, pero mucho menos reside sólo en la carne. Nace, pues, a la vez de una y de otra; del alma, porque sin ella no se siente delectación alguna; y también de la carne, porque sin ella la delectación carnal no tiene lugar. Al decir el Apóstol que la carne codicia contra el espíritu, sin duda nos pone de manifiesto la delectación carnal que el espíritu recibe de la carne y con carne, la cual es opuesta a la única delectación que tiene el espíritu. Si no me engaño, el espíritu sólo tiene aquel deseo sin deleite carnal o aquel puro apetito que no está mezclado con el placer de las cosas terrenas por el que desfallece y anhela el alma entrar en la casa de Dios27. El espíritu únicamente posee aquel deseo por el que se dice: Deseaste la sabiduría, observa el mandato, y el Señor te la dará28. Así cuando el espíritu manda a los miembros del cuerpo que obedezcan a este deseo por el que únicamente obra él, por ejemplo, cuando se toma un libro, se escribe algo, se lee, se disputa, se escucha; o también, cuando se ofrece un pedazo de pan al hambriento o se ejecutan otros deberes de humanidad y misericordia, la carne presta obediencia al espíritu sin manifestar la concupiscencia. Cuando el alma es combatida en aquella clase de buenos deseos por los que ella únicamente se mueve, por algo que deleita también al alma, según la delectación de la carne, entonces se dice que la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne.

21. Al decir el Apóstol la carne codicia llama carne a lo que obra el espíritu según la carne, del modo que se dice el oído oye y el ojo ve, pues ¿quién ignora que más bien es el alma la que oye y ve por medio del oído y de los ojos? De la misma manera hablamos al decir, tu mano ayudó a un hombre, cuando se alarga la mano a fin de entregar algo con lo que se remedia la necesidad de alguno. Si la misma divina Escritura dijo del ojo de la fe a quien pertenece creer las cosas que no se ven por los ojos de la carne: Toda carne verá la salud de Dios, y esto lo dice refiriéndose al alma por la cual vive la carne, pues no creo que alguno quiera entender, verá toda carne, la salud de Dios29 aplicándolo a Cristo, siendo así que este piadoso anhelo de ver a Cristo por nuestros ojos, es decir, de verle en la forma que se revistió por nuestro amor, no pertenezca a la concupiscencia, sino al oficio de la carne, con cuánta más razón se dirá que la carne codicia, cuando el alma no solamente da a la carne la vida animal, sino que ella también codicia algo según la carne. No está en poder del alma no codiciar, toda vez que lleva en sus miembros al reato, es decir, soporta en su cuerpo de muerte los halagos violentos de la carne, procedentes de la pena del pecado en que somos concebidos y, conforme a él, todos, antes de ser regenerados por la gracia de Cristo, somos hijos de ira30. Contra este pecado luchan los constituidos en la gracia, para que no domine, no para arrojarle de su cuerpo, que no sólo es mortal, sino que se dice que está muerto. No reina cuando no se obedece a sus deseos, es decir, a aquellos deseos que según la carne codician contra el espíritu. Por esto no dice el Apóstol que no exista pecado en nuestro cuerpo; sabia que es inherente al cuerpo la delectación del pecado, a la cual llama pecado, es decir, que la naturaleza se vició por la primera transgresión, sino: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de tal modo que obedezcáis a sus deseos, ni entreguéis vuestros miembros al pecado a fin de que le sirvan como armas de la iniquidad31.

CAPITULO XIII

Cómo debe entenderse la concupiscencia de la carne. Pecados de los niños

22. Según esta sentencia apostólica no proferimos absurdo al decir que la carne codicia sin el alma, ni tampoco apoyamos a los maniqueos, los que, al ver que la carne no puede codiciar sin el alma, juzgaron que la carne poesía cierta alma recibida de otra naturaleza opuesta a Dios, con la cual pudiera codiciar contra el espíritu. Tampoco nos vemos obligados a decir que la gracia de Cristo no es necesaria para algunas almas, porque se nos diga qué mereció el alma del niño para que le sea a él un perjuicio morir sin haber recibido la gracia del sacramento del bautismo, si no cometió pecado personal, ni recibió el alma de aquella primera que pecó en Adán.

23. No tratamos de los niños mayorcitos a quienes algunos no quieren atribuirles pecados propios, a no ser que tengan ya alrededor de los catorce años cuando la pubertad comienza en ellos. Con razón admitiríamos tal parecer si no hubiese otros pecados fuera de los que se cometen con los miembros genitales. ¿Quién se atreverá a decir que los hurtos, las mentiras, los perjurios, no son pecados?; sólo los que quieren cometer tales pecados con toda libertad. La edad pueril está llena de tales faltas, aunque en ella ciertamente ni han de ser castigadas como en los mayores, esperando que con los años, fortalecida la razón, pueda entender mejor los preceptos saludables y, por lo tanto, obedecerlos con toda libertad. Ahora no tratamos de los niños en los que la rectitud y la verdad es combatida por los deseos carnales y pueriles del cuerpo o del alma, ni de los que luchan con todas sus fuerzas de palabra y de obra en favor de la mentira o de la iniquidad, pareciéndoles que están a su favor para conseguir las cosas que les encantan o para evitar las que les ofenden. Hablamos de los recién nacidos, y no hablamos de ellos porque muchos nazcan de adulterio, ya que no deben ser culpados los dones de la naturaleza, cuando la culpabilidad radica en las costumbres depravadas. Nadie dirá que no debieron germinar los frutos de los campos porque fueron sembrados por la mano de un ladrón. Si no daña a los mismos padres su propia iniquidad al corregirse y convertirse a Dios, ¿cuánto menos perjudicará a los hijos si viven rectamente?

CAPITULO XIV

Se examina el argumento en favor de la sentencia traducianista, 
tomado de la culpa y del bautismo de los niños

Mas esta edad suscita la cuestión candente del origen de las almas; no teniendo el alma de los niños pecado alguno nacido de la propia voluntad, se pregunta de qué modo puede ser justificada por la obediencia de un solo hombre, si no es culpable por la desobediencia de otro solo. Este es el sentir de aquellos que quieren que las almas de los hijos procedan de las de sus padres, interviniendo el Creador, lo mismo que los cuerpos. Pues no juzguemos que son los padres los que crean las almas y los cuerpos, sino el que dijo: Te conocí antes de que te formara en el seno de tu madre32.

24. A éstos se responde que Dios crea por separado para cada cuerpo humano un alma, con el fin de que al venir a la carne del pecado, cuya carne procede del pecado original, viviendo con justicia y sometiendo con el auxilio de la gracia de Dios los deseos y concupiscencias de la carne, adquiera mérito, y por lo mismo unida al cuerpo se trasformen en un estado mejor el día de la resurrección y vivan eternamente con los ángeles en Cristo. Mas es necesario que estas almas se unan de un modo singular con los miembros terrenos y mortales, máxime cuando han sido formados proveniendo de una carne de pecado, a fin de que primeramente los vivifiquen y después andando el tiempo los gobiernen, pues han estado como adormecidos por el peso del olvido. Si el alma permaneciese aletargada se atribuiría al Creador, pero como poco a poco el alma vuelve en sí, y libre ya del tiempo del olvido puede convertirse a Dios y merecer de El primeramente su misericordia y el conocimiento de la verdad, por la obra de la misma conversión, y después, por la perseverancia, hacerse acreedora de observar los preceptos del Señor, ¿qué daño le causó al alma el haber estado como sumergida por un poco de tiempo en aquel sueño, si despertando ahora poco a poco a la luz de la razón, por la que fue hecha alma racional, pueda elegir mediante una buena voluntad una vida buena? Esto ciertamente no pudiera hacerlo si no fuera ayudada con la gracia divina por el Mediador. Si el hombre se hubiera descuidado en hacer esto, continuará siendo Adán, no sólo en cuanto a la carne, sino también en cuanto al espíritu. Si procura ejecutarlo, únicamente será Adán según la carne, y viviendo rectamente según el espíritu merecerá ser purificado del resto del pecado que adquirió culpablemente de Adán y recibir en el día de la cuenta por aquel cambio la resurrección que se prometió a los santos.

25. Antes de poder vivir en aquella edad conforme al espíritu, le es necesario el sacramento del Mediador. De este modo lo que no puede aún ejecutar por su propia fe lo hace por medio de la fe de aquellos que le aman. Por el sacramento del Mediador Cristo también se borra en la edad infantil la pena del pecado original. Si no es ayudado por este sacramento no dominará de joven la concupiscencia de la carne, y si llegara a dominarla no conseguirá el premio de la vida eterna, a no ser que procure merecerlo con este sacramento. Por lo tanto, conviene bautizar también al niño que vive, para que la compañía de la carne del pecado no dañe a su alma, pues esta unión hace que el alma del niño no pueda gustar cosa alguna según el espíritu. Esta carga pesa también sobre el alma que ha sido separada de su cuerpo, a no ser que mientras el alma está unida a él se haya despojado de esta carga por el único sacrificio del verdadero sacerdote, Mediador.

CAPITULO XV

Se examina el mismo argumento más a fondo

26. Dirá alguno, ¿qué sucederá si los padres o por ser infieles o por negligencia no se preocupasen de bautizar a sus infantes? Esto ciertamente también puede decirse sobre los adultos, los cuales pueden morir de repente, o enfermar estando en casa de sus padres sin hallar gente que pueda bautizarlos. De éstos dicen que también tienen pecados propios de los que necesitan remisión, y si no hubieran sido perdonados, nadie dirá con razón que injustamente por ellos fueron castigados, puesto que en su vida consciente por propia voluntad los cometieron. Pero a aquella alma que tiene la fealdad adquirida por la unión con la carne de pecado, de ningún modo se le puede imputar el pecado, si no fue creada de aquella primera alma pecadora, porque no fue unida a la carne por algún pecado, sino por la naturaleza, la cual fue hecha así por el dador Dios; entonces, ¿por qué será despojado de la vida eterna si nadie corriere a bautizar al niño? ¿O es que no le perjudica nada? ¿Pero de qué le sirve la ayuda a aquel que para nada la necesita?

27. Veamos lo que puedan sostener en favor de su sentencia los que, basados en testimonios claros o a lo menos no opuestos, según dicen, de las santas Escrituras, intentan afirmar que se entregan nuevas almas a los cuerpos sin que procedan de los padres. Yo confieso por mi parte que no lo he oído ni en pasaje alguno lo he leído. Mas no por esto me parece que sea asunto que deba abandonarse y, sobre todo, si se me presenta alguna cosa que aparezca pueda ayudar a resolverla. Pueden aún decir que Dios, conocedor de todo, sabe de qué modo se hubiera portado cualquier alma si hubiera permanecido largo tiempo unida al cuerpo y, por tanto, le ofrece la administración del bautismo, cuando prevé que había de vivir con piedad al llegar a los años capaces de la fe, los que no alcanzó porque convenía por alguna causa oculta prevenirla con la muerte. Oculto es esto y ocultísimo al ingenio humano o, a lo menos, ciertamente al mío, el que nazca un niño e inmediatamente a poco después de nacido muera; pero esto es tan oculto que no ayuda a ninguna de las dos sentencias que tratamos. Desechada la sentencia según la cual algunos juzgan que las almas han sido encerradas en los cuerpos conforme a los merecimientos de su vida anterior, apareciendo así que mereció salir del cuerpo más pronto, la que pecó menos; rechazada, digo, esta sentencia para no contradecir al Apóstol, que atestigua que los no nacidos nada hicieron de bueno o de malo33, sostengo que ni los que afirman que el alma procede de otra, ni los que aseguran que se dan nuevas almas para cada hombre que nace, podrán demostrar por qué se acelera la muerte en los unos y se retarda en los otros. Ocultísima es esta razón y, en cuanto alcanzo a entender, creo que ni a unos ni a otros ayuda o se opone (esta muerte temprana).

CAPITULO XVI

Prosigue el mismo argumento

28. Por consiguiente, cuando los que afirman que las almas de los hombres no proceden de aquella primera de la que por la desobediencia de ella se hicieron culpables los muchos, se ven obligados por la muerte de los niños a explicar por qué es necesario a todos el sacramento del bautismo, y responden que todos se han hecho pecadores según la carne, mas según el alma sólo los que durante el tiempo que permanecieron en la tierra vivieron malamente cuando pudieron haber vivido bien, y dicen que todas las almas, y con ellas las de los niños, necesitan el sacramento del bautismo sin el cual no conviene salir de esta vida, aun en aquella tierna edad, porque el veneno del pecado procedente de la carne de pecado, con la que está cargada el alma al estar unida al cuerpo, la daña aun después de la muerte, a no ser que sea purificada de este pecado por el sacramento del Mediador, y siguen afirmando que se ha proporcionado este sacramento por disposición divina, al alma que previó Dios que había de salir vencedora en la justicia si llegara a vivir en la edad de merecer, la cual por alguna causa que El sólo conoce quiso que naciese, e inmediatamente que muriese. Al responder de este modo los partidarios de esta sentencia, ¿qué se les puede decir, si no es que nos hacen dudar de la salvación de aquellos que, viviendo santamente en esta vida, murieron en la paz de la Iglesia, ya que, según ellos, cada uno ha de ser juzgado no sólo según vivió, sino también conforme a lo que hubiera de haber hecho en caso de haberse prolongado su vida en este mundo por más tiempo? De este modo tendrían también valor para Dios los méritos malos, no sólo los adquiridos en la vida, sino los que habrían de adquirirse si vivieran, los cuales no serían excusados de la pena, ni aún con la muerte, aunque ésta llegase antes de ser cometidos. Ni tampoco se haría beneficio alguno, por Dios, a los que dice la Escritura «que fueron sacados de este mundo para que la malicia no corrompiera su alma34».¿Por qué Dios, conocedor de la futura malicia de aquel niño que ha de morir, no le ha de juzgar según ella, si es que igualmente al otro porque previo que si viviera habría de vivir una vida de fe y de piedad, juzgó conveniente ayudarle con el bautismo para que no le perjudicase la inmundicia de la que participaba por la carne de pecado?

29. ¿O es que debe ser rechazado esto hallado últimamente porque lo he dicho yo? Aquellos que creen estar seguros de esta sentencia deben presentarnos otros testimonios más explícitos sacados de la divina Escritura u otros argumentos de razón con los que hagan desaparecer esta ambigüedad; o, a lo menos, demuestren con claridad que lo que afirman no se opone a lo que asegura el Apóstol, el cual, al recomendar de un modo especial la gracia por la que nos salvamos, dice: así como todos murieron en Adán, así todos serán vivificados en Cristo35, y como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores los muchos, igualmente también por la obediencia de un hombre serán constituidos justos los muchos. Queriendo se entendiera por muchos pecadores a todos los hombres y no a un solo y determinado número; al hablar más arriba de Adán, dice: en quien todos pecaron36. Por lo tanto, de esta sentencia universal no pueden ser excluidas las almas de los niños Y porque se dijo todos y porque a todos se les auxilia con el bautismo, no creen absurdamente los que dicen que las almas traen su origen de una, a no ser que se aduzca algún argumento de razón claro y explícito que no se oponga a las santas Escrituras, o que se apoye en la autoridad de ellas.

CAPÍTULO XVII

El testimonio del libro de la Sabiduría, cap. 8,19, 
favorece por igual a una y otra sentencia

30. Veamos ya conforme al propósito y a los límites que nos hemos puesto al emprender esta disputa, qué sentido tenga el testimonio que poco antes adujimos sacado del libro de la Sabiduría: yo era un niño de buena disposición y recibí en suerte un alma buena, y siendo sobremanera bueno vine a un cuerpo limpio37. Este testimonio parece favorecer a los que dicen que las almas no son creadas de las almas de los padres, sino que vienen o descienden al cuerpo creándolas y enviándolas directamente Dios. Pero a esta sentencia se opone lo que dice: me tocó en suerte un alma buena, ya que juzgan que las almas que Dios envía a los cuerpos se derivan de una fuente como si fueran riachuelos, o son hechas de una común naturaleza y, por lo tanto, no son unas buenas y otras mejores, o unas malas y otras peores. ¿De dónde procede que unas sean buenas y otras mejores, o unas malas y otras peores, si no es o de las costumbres adquiridas provenientes del libre arbitrio de la voluntad, o de la distinta complexión de los cuerpos, por los que unas son más abrumadas y otras menos, puesto que los cuerpos vician y subyugan a las almas38? Mas no existía operación alguna proveniente de las almas por la que se distinguieran las costumbres de ellas antes de ser introducidas en los cuerpos. Ni tampoco pudo decir, por haberle tocado un cuerpo menos gravoso, que ha recibido un alma buena, el que dice recibí en suerte un alma buena, y siendo sobremanera bueno, vine a un cuerpo puro; porque dijo que se allegó a la bondad por la cual era bueno, es decir, que le tocó en suerte un alma buena a fin de venir a un cuerpo limpio. Luego este tal era ya bueno antes de venir al cuerpo, mas no ciertamente por la diversidad de costumbres, porque no tenía mérito alguno antes de la vida presente, ni tampoco por la diferencia de cuerpo, puesto que era ya bueno antes de venir al cuerpo. Entonces, pregunto ¿de dónde le viene esta bondad?

31. En este pasaje, aunque no parece que las palabras vine al cuerpo favorezcan a los que afirman que las almas proceden de aquella primera prevaricadora, sin embargo los restantes del mismo testimonio se adaptan relativamente bien a su sentir. Pues como hubiera dicho: yo era un niño de índole buena, explicando por qué causa era de esta índole, añade de seguida: me tocó un alma buena, es decir, o por la índole buena del alma del padre, o por parte de la buena complexión del cuerpo. A continuación dice: siendo sobremanera bueno, vine a un cuerpo sin mancha, lo cual si se entiende del cuerpo materno, ciertamente ni lo que se dijo vine al cuerpo se opone a esta sentencia, porque puede entenderse que procediendo del alma y del cuerpo del padre vino al cuerpo limpio de la madre, donde fue formado de la sangre menstrual; y dicen que por esto se agrava la naturaleza, o también por la concepción adúltera. Así, pues, las palabras de este libro divino, o son más favorables a los que afirman que las almas proceden de la primera por traducción, o si la sentencia contraria del creacionismo puede también aprovecharse de ellas, diremos que a entrambos hacen estas palabras.

CAPITULO XVIII

¿Pueden aplicarse estas palabras, 
«yo era un niñodebuena índole», al alma de Cristo?

32. Si queremos tomar este pasaje aplicándolo a la naturaleza humana que tomó el Verbo, encontraremos en él ciertas cualidades que no convienen a la excelencia de Cristo sobre todo porque el mismo que dice estas cosas, en el mismo libro un poco antes de estas palabras, sobre las que disertamos ahora, relata que él fue formado en la sangre, de semilla de hombre39 de cuya formación está sin duda exento el fruto de la Virgen, el cual no fue concebido de la semilla de varón. Esto no hay cristiano que lo dude. Mas como en el salmo se dice: taladraron mis pies y mis manos, contaron todos mis huesos, y contemplándome y mirándome dividieron entre sí mis vestiduras y echaron suertes sobre mi túnica, palabras que sólo y propiamente convienen a Cristo y, no obstante, también se dijo allí: Dios mío, dirige tu mirada hacia Mí, ¿Por qué me abandonaste? Los crímenes de mis pecados son la causa de estar lejos de mi salud40, cuyas palabras no pueden aplicarse a Jesucristo a no ser figuradamente, es decir, porque se transformó en el cuerpo de nuestra bajeza, ya que nosotros somos los miembros de su cuerpo; y además, porque en el mismo Evangelio se escribe: el niño crecía en sabiduría y edad; decimos que si las palabras que se leen en el libro de la Sabiduría, las cuales pretenden aducir en favor de su sentencia los traducianistas, pueden adaptarse a nuestro Señor Jesucristo, por haber tomado la forma humilde de esclavo y por la unión que tiene el cuerpo de la Iglesia con su cabeza, Cristo; pues, ¿qué niño puede existir de mejor índole que aquel Niño Dios, que a la edad de doce años maravillaba por su sabiduría a los ancianos del templo41? ¿Y de qué otra alma mejor que de su alma, aun en el caso que venzan no a gritos, sino con razones, los que afirman que las almas proceden de la primera, debe creerse con más motivo que no vino del primer prevaricador por generación? Digo que debe creerse esto del alma de Cristo a fin de no constituirle también pecador por la desobediencia del primer hombre, siendo así que por medio de su obediencia son libertados del pecado y constituidos justos los muchos. ¿Qué cosa más pura que el seno de la Virgen María, el cual, aunque formado de la carne de pecado, sin embargo no concibió por generación de pecado, de tal modo que el cuerpo de Cristo no estuvo sometido en el seno de María a la ley que los miembros del cuerpo de muerte llevan consigo, y que combate la ley del espíritu, la cual reprimían los santos Patriarcas en su unión conyugal y no la daban más libertad de la que se les permitía, es más, ni la dejaban libre tanto cuanto se les permitía. El cuerpo de Cristo fue tomado de la carne de mujer, la cual había sido concebida de carne de pecado, pero como en Ella no se concibió la de Jesucristo como fue concebida la carne de Ella, tampoco la carne concebida en Ella fue carne de pecado, sino semejanza de carne de pecado. Por lo mismo no recibió de aquí la pena de muerte, pena que se manifiesta en el movimiento involuntario de la carne, a la cual hay que vencer con la voluntad, contra cuyo movimiento combate el espíritu42. Pero si no recibió de allí el contagio de la prevaricación, recibió lo que era suficiente para pagar a la muerte y para manifestar las promesas de la resurrección. Por lo uno nos enseña a no temer, y por lo otro a esperar.

33. Por fin, si se me pregunta de dónde recibió el alma Jesucristo, ciertamente más bien quisiera oír sobre este asunto a mejores y más excelentes doctores; pero, sin embargo, según mi modo de entender, responderé que más bien la recibió de donde Adán que de Adán. Porque si el polvo tomado de la tierra en la que ningún hombre había trabajado, mereció ser animado por Dios, cuánto más el cuerpo tomado de la carne, en la que igualmente ningún hombre había trabajado, era digno de recibir en suerte un alma buena, sobre todo cuando allí, en el primer caso, se levantaba al hombre que había de caer y ahora se rebajaba el que había de elevar. Tal vez se dice recibí un alma buena, si esto puede entenderse de Cristo, porque las cosas que se echan a suertes suelen darse como procediendo de la divina Providencia. O también, y esto debe tenerse con todo firmeza, que se escribió el nombre de suerte para desvanecer la sospecha de merecimientos precedentes y así no se creyera que aquella alma fue elevada al sumo de la dignidad al hacerse con ella el Verbo carne y habitar entre nosotros43 por algunas obras buenas anteriores.

CAPITULO XIX

El alma de Cristo no estuvo en las entrañas de Abraham y, por lo tanto, 
no desciende por traducianismo

34. Existe en la Epístola que el apóstol Pablo dirige a los hebreos cierto pasaje que merece una consideración especialísima. Cuando el Apóstol diferenciaba el sacerdocio de Leví del sacerdocio de Cristo, representado en Melquisedec, en quien se prefiguraba este futuro sacerdocio, dice: Considerad, hermanos, cuán grande sea este sacerdote a quien el patriarca Abraham dio la décima parte de las primicias. Sólo los que han recibido el sacerdocio de los hijos de Levi tienen el mandato según ley de recibir el diezmo de su pueblo, es decir, de sus hermanos, bien que salidos de la cepa de Abraham; mas el que no perteneció a su genealogía cobró el diezmo de Abraham y bendijo al que tenía las promesas. Sin contradicción alguna el que es menor es bendecido por el que es mayor. Aquí reciben diezmo hombres que mueren, mas allí aquel de quien se atestigua que vive, y para decirlo sin rodeos y como conviene mediante Abraham, aun Levi, el que cobra diezmos pagó diezmos, pues allí estaba Levi en los lomos de su padre Abraham cuando a éste le salió al encuentro Melquisedec44. Si después de generaciones tantas sirve esto para demostrarnos cuán grande sea la excelencia del sacerdocio de Cristo sobre el de Levi, puesto que el sacerdocio de Cristo fue prefigurado en Melquisedec a quien Abraham pagó décimas y en quien también el mismo Levi las pagó, sin duda Cristo no las pagó. Mas si pagó Levi los diezmos porque estaba en los lomos de Abraham, por la misma razón no las pagó Cristo porque no estaba en las entrañas de Abraham. Pero si tomamos esto en el sentido de que Levi estaba en Abraham solamente en cuanto a la carne, mas no en cuanto al alma, allí también estaba Cristo, porque Cristo desciende por la carne de Abraham, y entonces también en Abraham pagó Cristo diezmos. Luego ¿dónde está la gran diferencia que alega el Apóstol existir entre el sacerdocio de Cristo y el de Levi, al decir que se halla en que Levi pagó diezmo a Melquisedec estando en los lomos de Abraham donde también Cristo estaba, y por lo tanto, los dos, Cristo y Levi, pagaron de idéntico modo los diezmos, si no es porque fue necesario que entendiéramos que Cristo no estaba allí según cierto modo? ¿Y quién negará que según la carne no estaba allí? Luego en cuanto al alma no estaba allí. No desciende, pues, el alma de Cristo por generación de la prevaricadora de Adán, porque de otro modo también hubiera estado allí en los lomos de Abraham.

CAPITULO XX

Qué debemos responder a los traducianistas 
con relación al argumento presentado en el capítulo anterior

35. Aquí se presentan de nuevo los que defienden el traducianismo y dicen que su sentencia está demostrada si consta que Levi también estaba en cuanto al alma en los lomos de Abraham, en quien Levi pagó décimas a Melquisedec. Si Cristo puede ser excluido de esta decimación, puesto que no pagó diezmo a pesar de estar según la carne en los lomos de Abraham, no queda más que decir que allí no estaba según el alma, y, por lo tanto, se sigue que Levi estaba allí según el alma. A mí no me importa que saquen esta deducción de mis palabras, pues aún estoy dispuesto más bien a oír la disputa de unos y otros que a confirmar la opinión de uno de ellos. Desde un principio quise apartar por medio de este testimonio el alma de Cristo del traducianismo. Busquen, si pueden, estos que afirman el creacionismo que deban responder a los traducianistas, y digan lo que también a mí no poco me inquieta que, aunque no esté en los lomos de su padre el alma de hombre alguno, sin embargo según la carne sí, y por esto Levi, que estaba en los lomos de Abraham, pagó diezmos, y Cristo, que también estaba allí según la carne, no los pagó. Ciertamente, según la razón seminal, Levi estaba allí, por cuya razón, mediante la unión carnal habría de venir al seno materno, pero según esta razón no estaba allí la carne de Cristo, aunque según ella estaba la carne de María. Por lo tanto, ni Levi ni Cristo estaban en las entrañas de Abraham según el alma. Según la carne Cristo y Levi estaban allí; Levi según la concupiscencia carnal, mas Cristo únicamente según la sustancia corporal. Hallándose en la semilla tanto la sustancia visible como la razón invisible, una y otra se deslizaron de Abraham, o, mejor dicho, desde Adán hasta el cuerpo de la Virgen María, ya que el cuerpo de María fue concebido y formado de esta manera; mas Cristo tomó la sustancia visible de su carne, de la carne de la Virgen María; pero la razón de su concepción no la tomó de semen alguno de hombre, sino de modo distinto; vino del cielo. Por lo tanto, en cuanto a lo que tomó de madre también estuvo en los lomos de Abraham,

36. Leví paga diezmos en Abraham, aunque solamente estuviera en las entrañas de él según la carne, pues estando así estaba en los lomos de él, como el mismo Abraham estuvo en los de su padre; es decir, porque nació de su padre Abraham como Abraham nació del suyo, a saber, por la ley que está en sus miembros luchando contra la ley de su mente, o sea, por una invisible concupiscencia carnal a la que no deja prevalecer el vínculo casto y bueno del matrimonio, sino únicamente en cuanto atiende a la propagación del género humano. No fue, pues, decimado allí Cristo, puesto que la carne de El no tomó de allí el ardor de la herida concupiscente, sino la materia de medicamento. Como el pago del diezmo representa figuradamente la medicina, sólo pagaba diezmo en la carne de Abraham aquella que era curada, mas no la que por ella debía curarse la otra. La misma carne, no sólo la de Abraham, sino también la del mismo primer hombre, poseía a la vez la herida de la prevaricación y el remedio de la herida; la herida de la prevaricación en la ley de sus miembros que combate contra la ley del espíritu, la que se difunde por toda la carne propagada de allí mediante la razón seminal; el medicamento de la herida, en aquello que sin obra de concupiscencia carnal, de ella para ser sólo materia corporal, fue tomado de la Virgen mediante un modo divino de concepción y formación, a fin de que esta carne participara de la muerte mas no del pecado, y fuese el ejemplar sin mentira de la resurrección. Juzgo que consientan los que defienden el traducianismo, en que el alma de Cristo no desciende por tradución de aquella primera prevaricación de Adán, puesto que ellos dicen que por medio del semen del padre depositado en el seno de la madre se deposita al mismo tiempo el germen del alma, de cuya forma de concepción está ajeno Cristo; el cual si según el alma hubiera estado en Abraham también hubiera sido en él decimado; mas la Escritura afirma que no pagó diezmo, y en esto mismo la Escritura hace consistir la diferencia que existe entre el sacerdocio de Leví y el de Cristo.

CAPITULO XXI

Si Cristo hubiera estado en Abraham según el alma, 
no hubiera podido menos de ser decimado

37. Tal vez dirán los traducianistas: así como pudo estar allí conforme a la carne sin pagar diezmos, ¿por qué no pudo estar también allí según el alma sin pagar los diezmos? Se les responderá que no piensen que la sustancia simple del alma aumenta con crecimientos corporales como ni lo creen hasta los que la consideran cuerpo, de cuyo número son la mayor parte de los que dicen que el alma procede de los padres. En el germen del cuerpo puede haber una fuerza invisible que ejecuta incorporalmente los números, la cual puede ser separada no por los ojos, sino por el entendimiento de la corpulencia material que se siente y palpa por la vista y el tacto. La misma magnitud del cuerpo humano, que sin duda excede incomparablemente a la medida de la semilla, demuestra suficientemente que puede tomarse de allí algo que no tenga la virtud seminal, sino únicamente la sustancia corporal, la cual de un modo extraordinario y divino, excluyendo el comercio carnal, fuera tomada para formar el cuerpo de Cristo. Pero, ¿quién se atreverá a afirmar esto mismo del alma, es decir, que posea ambas cosas, la materia seminal visible y la razón oculta de semilla? ¿A qué tanto esfuerzo sobre este asunto, que tal vez a nadie pueda persuadir con palabras, a no ser que sea de tan grande y elevado ingenio que pueda preconcebir el intento del que habla sin esperarlo todo del discurso escuchado? Lo resumiré brevemente diciendo: que si pudo hacerse del alma lo que decíamos pudo ser hecho de la carne, cuando de ella tratábamos, tal vez pueda entenderse que de este modo el alma de Cristo viene por generación, sin arrastrar consigo el delito de la prevaricación; mas si no pudiera proceder de allí sin llevar consigo este reato, ciertamente no procede de allí. Sobre la venida de las otras almas a los cuerpos procediendo por generación de los padres, o por creación directa de Dios, venzan los que puedan. Yo todavía me muevo dudoso entre ambas opiniones, unas veces inclinándome a una, otras a otra, salvando siempre el creer que el alma sea cuerpo o alguna cualidad corpórea o algún compuesto corporal y espiritual armonizado, si así puede decirse, a lo cual llaman los griegos «armonian», armonía. Repito que no creo esto, y ayudando Dios a mi mente, confío que jamás lo creeré por mucho que digan los charlatanes.

CAPITULO XXII

Las palabras de San Juan, «lo nacido de la carne» etc., 
se acoplan a las dos sentencias sobre el origen del alma

38. Existe otro testimonio que no debe ser despreciado y que pueden invocar en su ayuda los que juzgan que las almas se dan a los cuerpos por creación directa de Dios. Este testimonio pronunciado por Cristo dice: lo que nació de la carne es carne, y lo que nadó del espíritu, espíritu es45. ¿Qué cosa más terminante puede decirse, que el alma no nació de la carne? ¿Y qué es el alma, sino el espíritu de vida, creado mas no creador? Pero los contrarios replican: lo mismo creemos nosotros cuando decimos que la carne procede de la carne y el alma del alma; porque estando formado el hombre de ambas, de ambas decimos que viene la carne de la carne del hombre operante y el espíritu del espíritu del hombre que anhela, por no decir además que el Señor no dijo esto refiriéndose a la generación carnal, sino a la regeneración del espíritu.

CAPITULO XXIII

Cuál de las dos sentencias sobre el origen del alma tenga más peso. 
Costumbre de la Iglesia sobre el bautismo de los niños

39. Después de haber discutido sobre esta sentencia cuanto el tiempo nos permitió, diría que tanto los testimonios como las razones aducidas por ambas partes tienen el mismo o casi el mismo valor, a no ser que la sentencia de aquellos que dicen que las almas proceden de los padres, reciba más fuerza basándose en el bautismo de los niños. Sobre los cuales aún ni se me ocurre qué pueda responder a estos contendientes. Si tal vez Dios me diere en adelante alguna luz sobre ello, o si concediese a los escrutadores de tales cuestiones la facultad de esclarecer este asunto, yo no me cegaré. Por ahora, sin embargo, no debe ser despreciado el argumento deducido de los niños, y declaro que debe ser pulverizado, si no es verdadero, antes de rechazarle. Porque o no hemos de indagar más sobre esta cuestión puesto que es suficiente a nuestra fe saber a dónde hemos de llegar viviendo bien, aunque no sepamos de dónde venimos, o si no es petulancia para el alma racional preocuparse por saber de dónde procede, apártese de la lucha la contumacia y únanse las fuerzas para buscar la humildad para pedir y la perseverancia para llamar. Sabe qué nos convenga El que sabe qué sea mejor lo que nos conviene. Nos dé, pues, este conocimiento el que da a sus hijos todos los bienes46. La costumbre de la madre Iglesia de bautizar a los niñitos jamás debe ser reprobada. De ningún modo debe ser juzgada superflua. Y debe sostenerse y creerse como tradición apostólica. Pues tiene esta diminuta edad a su favor el peso de un gran testimonio: el ser la primera que mereció derramar su sangre por Cristo.

CAPITULO XXIV

Qué deba ser evitado por los que juzgan que las almas proceden por traducianismo

40. Amonesto ciertamente cuanto puedo a los que tanto preocupa la sentencia de que las almas se propagan de los padres, que pongan todo empeño en mirar a su interior y conocer que sus almas no son cuerpos. Porque ninguna naturaleza, si se la considera diligentemente, está más cerca de Dios para que pueda representar a un Dios incorporal, el que permanece inmutablemente sobre toda criatura, que aquella que fue hecha a su imagen y semejanza. Nada está tan íntimamente unido, o quizá nada es tan consecuente, como deducir, creyendo que el alma sea cuerpo, que Dios también es cuerpo; por eso, acostumbrados a las cosas corporales y afectados por los sentidos no quieren creer sino que el alma sea cuerpo, no sea que si no es cuerpo no sea nada; por esto cuanto más temen creer que Dios no sea nada, tanto más se precipitan en creer que sea cuerpo. Así es como se dejan arrastrar por las imaginaciones o por las visiones de la fantasía, cuya consideración trata de los cuerpos, temiendo que una vez desaparecidas éstas se resuelven todas las cosas en la nada. Por eso les es completamente necesario pintar en cierto modo la justicia y la sabiduría en su pensamiento con formas y colores porque no las pueden representar incorporales. Mas, a pesar de todo esto, cuando son impulsados a obrar por la justicia o la sabiduría para alabarlas o para obrar algo según ellas, no nos dicen con qué color, con qué estatura, con qué líneas generales, o con qué formas las hayan visto. Acerca de esto en otras ocasiones dijimos muchas cosas, y si Dios quiere diremos más allí donde el asunto parezca que lo pide. Ahora les repito sobre lo que comenzamos a tratar que, si no dudan algunos que las almas vengan de los padres y otros sí lo dudan, unos y otros no se atreven a decir y a creer que las almas sean cuerpos, teniendo en cuenta la razón que di, a saber, para que no opinen también que Dios no es otra cosa sino cuerpo, aunque le consideren cuerpo excelentísimo y de cierta naturaleza propia que se encubra sobre las demás, puesto que siempre será cuerpo.

CAPITULO XXV

Error de Tertuliano sobre el alma

41. Para terminar diré que Tertuliano creyó que el alma era cuerpo; y lo juzgó así porque no pudo imaginarse la incorporeidad de ella, y temió no fuese nada al no ser cuerpo, lo que también no pudo menos de juzgar de Dios. Pero como tenía un gran ingenio, algunas veces, vencido por él al contemplar la verdad, se expresa en contra de su opinión. Pues ¿qué cosa más verdadera pudo decir que esto que expresó en cierto lugar: «Todo lo que es corporal es pasible»? Al decir esto debió retractar la sentencia que poco antes había expresado, al decir que Dios era cuerpo. No juzgo llegase la ignorancia de él hasta creer que la naturaleza de Dios fuese pasible de modo que pensara que Cristo era pasible y mudable, no únicamente en cuanto a la carne y en cuanto al alma, sino en cuanto al Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, lo que debe ser repudiado por cualquier corazón cristiano. Asimismo, al dar al alma un color transparente y brillante llegó a proporcionarla sentidos distintos, e intentó estructurarla como si fuera un cuerpo con miembros, pues dice: «en el hombre hay un hombre interior y otro exterior, siendo duplicadamente uno, teniendo el uno y el otro ojos y oídos propios, con los cuales los hombres debieran oír y ver al Señor; poseen los dos los miembros restantes los cuales usa en los pensamientos y ejercita en los sueños».

42. He aquí con qué ojos y oídos debió el pueblo ver y oír a Dios; con los ojos y oídos que usa el alma en los sueños: si alguno viera al mismo Tertuliano en sueños, no se atrevería jamás a decir que vio a Tertuliano, o que habló a Tertuliano, pues en la realidad nunca lo vio. Por último, si el alma se ve a sí misma en sueños, estando los miembros de su cuerpo tendidos en cualquier lugar, ella se engaña a sí misma por las visiones que ve, porque ¿quién vio alguna vez al alma en sueños de color de aire o de luz? Sólo quizá quien la vio, como ve las demás cosas que ve falsamente. Es cierto que así puede verla, mas al despertar no se ofusque creyendo que es tal cual la vio, porque si no cuando se vea de otra manera, lo que es más frecuente, pensará o que se ha cambiado el alma, o que entonces no ve la sustancia de ella, sino la imagen incorpórea de un cuerpo, la que se forma de un modo admirable en el pensamiento. ¿Qué etíope no se ve casi siempre negro en el sueño?; y si se ve de otro color, ¿no se admirará más bien si tiene el recuerdo de su color? Mas no sé que alguien se hubiera visto alguna vez de color aéreo o de luz, si el tal nunca hubiera leído u oído esto que Tertuliano dice.

43. ¿Qué debemos decir a los hombres que, dejándose llevar de las visiones, intentan persuadirnos por testimonios de la divina Escritura, que es tal cosa, no el alma, sino el mismo Dios, cual en figuras se manifestó a los espíritus de los santos, y cual se dice en sentido alegórico, sino que aquellas visiones son semejantes a tales discursos? Yerran, pues, formando en su corazón simulacros de vana opinión al no entender que estos santos pensaron de sus propias visiones tal como juzgaron al oír o leer los dichos simbólicos y divinos. Así entendieron que las siete espigas y las siete vacas representaban siete años47; y que el lienzo sostenido por las cuatro puntas o el vaso lleno de animales inmundos era toda la tierra con los gentiles contenidos en ella48. Así, pues, entendieron todas las demás visiones. Contemplaron las visiones y comprendieron su significado no confundiendo en ellas la realidad de los hechos con las figuras, sobre todo cuando se trata de las cosas incorpóreas que se representan por imágenes más bien que por cosas corporales.

CAPITULO XXVI

Qué pensó Tertuliano sobre el crecimiento del alma

44. No quiso Tertuliano que creciera la sustancia del alma como la del cuerpo, y temiendo se dedujera esto de lo que expuso anteriormente, dice: «no, no se crea que se aminora la sustancia del alma y, por lo tanto, que deja de existir». Pero como la difunde localmente por todo el cuerpo, no encuentra salida para impedir su crecimiento, y para ello la equipara a la cantidad de un cuerpo de germen pequeñísimo, diciendo: «su vigor, en el que se hallan concentrados los valores naturales, conservando siempre la medida de la substancia que recibió en un principio, se desenvuelve poco a poco al unísono del cuerpo». Esto quizá no lo entendiéramos, a no ser que lo demostrara claramente empleando una semejanza, de las cosas que vemos; y así, dice: «contempla una cierta cantidad de oro o de plata que aún sea masa tosca, su figura exterior es compacta y abultada, y de menor extensión que la que tendrá más adelante (al ser extendida); sin embargo, contiene dentro de su figura toda la cantidad de oro o de plata por la que es naturaleza. Después, cuando la masa se transforma en lámina, se hace más extensa que era en un principio, por la dilatación de su masa, no por una nueva adquisición de ella. Se ha extendido, no ha sido aumentada, aunque ciertamente aumentó al extenderse. Le es, pues, permitido aumentar en forma, aunque no en cantidad. Laminada, deja aparecer el brillo del oro o de la plata, el que también se hallaba anteriormente dentro de la masa aunque encubierto, mas no sin él. Allí van apareciendo, según la habilidad del que trabaja, sin aportar nada a la masa, a no ser la figura, todas las otras cualidades que encierra en sí misma la materia. Así, pues, de igual modo deben considerarse los aumentos del alma, no como sustantivos o de sustancia, sino como estimulativos o de excitación».

45. ¡Quién creyera que este hombre pudiera ser de tanto ingenio con un tal pensamiento! Mas estas cosas son dignas de temerse no de reírse. ¿Acaso se vio obligado a pensar, si es que pudo pensar, que haya algunas cosas que sean cuerpo y a la vez no lo sean? ¿Qué cosa más absurda juzgar de una masa de cualquier metal que pueda al ser golpeada crecer de un lado sin amenguar del otro, o aumentar en superficie sin disminuir de grosor; o que un cuerpo crezca en todos los sentidos permaneciendo en la misma cantidad da masa sin enrarecerse? ¿Cómo, pues, el alma proveniente de una partícula menudísima de germen llenará la magnitud del cuerpo que anima siendo ella cuerpo, sin que la sustancia de ella no crezca de algún modo? ¿De qué forma diré llenará la carne que vivifica, si no se enrarece tanto cuanto es la magnitud del cuerpo que anima? ¡Es curioso! Temió no dejara de existir disminuyendo, si creciera, y no temió desapareciera enrarecimiento al dilatarse. A qué demorarse más sobre este asunto, siendo así que el mismo discurso se prolonga más de lo que pide la necesidad de terminar y, sobre todo, cuando es bien patente qué cosa tenga yo por cierta, qué dudo aún, y por qué. Así, pues, concluyo este volumen a fin de que veamos las cosas que aún faltan.


1 Gn 2,23

2 Gn 1,27

3 L. 6 y 7

4 Si 18,1

5 Ez 37,9-10

6 Jn 20,22

7 Sab 1,7

8 Is 57,16

9 Sal 32,15

10 Ef 2,8-10

11 Sal 50,12

12 Za 12,1

13 Sab 8,19-20

14 Rm 9,10-13

15 Sal 103,29-30

16 2M 7,23

17 Sal 52,14

18 Si 10,9

19 Rm 10,3

20 Ga 2,20

21 Si 12,7

22 Gn 2,7

23 Ibid. 3,19

24 Sal 36,30

25 Rm 5,12.18-19

26 Ga 5,17

27 Sal 83,3

28 Si 1,33

29 Lc 3,6

30 Ef 2,3

31 Rm 6,12-13

32 Jr 1,5

33 Rm 9,11

34 Sab 4,11

35 1Co 15,22

36 Rm 5,19,12

37 Sab 8,19-20

38 Ibid. 9,15

39 Sab 7,2

40 Sal 21,17-18.19.2

41 Lc 2,42-52

42 Ga 5,17

43 Jn 1,14

44 Hb 7,4-13

45 Jn 3,6

46 Mt 7,7.11

47 Gn 41,26

48 Hch 10,11

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