viernes, 20 de abril de 2018

HACED LO QUE EL OS DIGA

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Madre Olga María
Pensando en la Virgen en las Bodas de Caná, lo primero que me viene a la mente es que Ella, de alguna manera, consiguió cambiar los planes de Jesús. Jesús ese día fue a una boda porque le han invitado y pensaba pues estar en la boda como un invitado más, con los que estaban allí, con sus amigos, conocidos, los familiares del novio celebrando aquel acontecimiento, lo que es una boda y pensaba pues en estar de boda como un más. No estaba en su mente hacer ningún signo, todavía no había hecho ningún signo, no se había revelado, no había dado inicio Su vida pública. Pero Su Madre, siempre atenta siempre pendiente, es la que provoca ese primer signo, Ella es la que hace que Jesús cambie de planes y que adelante Su hora. Yo  he visto muchas veces a la Virgen hacer a Jesús cambiar de planes y estoy segura de que lo va a seguir haciendo tantas veces cuanto sea necesario si sabemos pedirle a Ella y hacer lo que Ella hizo, porque la Virgen aquí nos demuestra una confianza y un tesón inquebrantables.IMG-20180419-WA0018.jpg

Con esa contestación que Jesús le da… cualquiera se hubiera desanimado, se hubiera callado y hubiera dicho: “¡Bueno, ya vamos a dejarlo!” ¡Ella no! Ella tampoco le replica a Él. Recibe la contestación, se da media vuelta, y -como si no hubiera oído tal contestación- va a los sirvientes y les dice: “Haced lo que Él os diga”. Y ya. Con una fe y una seguridad inquebrantable de que Él lo va a hacer y de que, haciendo lo que Él diga, el milagro se va a obrar y la situación se va a remediar.

A mí me impresiona mucho de la Virgen la fe inquebrantable porque Él acababa de darle un sofión: “A ver si, mira, déjame en paz que yo no he venido ahora a esto, que yo he venido de boda, no es mi hora; y ¿a mí que me importa todo este asunto?” Pero Ella no se siente en ningún momento molesta, ni duda. Ella sabe que lo que ella dice a Jesús nunca cae en vacío – aunque aparentemente le conteste así – y se da media vuelta y va a buscar a los sirvientes; y, sin mayor explicación tampoco, les dice: “Haced lo que Él os diga”.

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Y claro, lo que Él dice a los sirvientes que hagan es bastante poco lógico porque las tinajas aquellas en cuestión no eran unos cantaritos de quince litros, eran unas tinajas de cien litros que, para  llenarlas, hacía falta sacar el cubo de agua del pozo varias veces, muchas veces. O sea, era trabajo llenar cien litros de agua, no se llenaba en dos minutos;  y era bastante ilógico llenar unas tinajas – que eran para contener vino – llenarlas de agua. Y estos, fiados en lo que la Virgen les dice, obedecen.


Lo que realmente provoca el milagro es la fe y la obediencia. Es lo que la Virgen nos repite muchas veces: “Haced lo que Jesús os diga y hacedlo sin vacilar, hacedlo ya” por ilógico que parezca, por absurdo que parezca, por extraño que parezca, por trabajoso que pueda ser, “haced lo que Él os diga.” Y nuestro fallo más grande suele ser que casi nunca hacemos lo que Él nos dice de primeras, con generosidad, entregadas, gozosas, rápidas, prestas.

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De hecho, en éste fragmento que he leído en el Misal no lo dice así, pero yo tengo una traducción de una de las Biblias que manejo arriba, que dice que “inmediatamente las llenaron hasta el borde”, “inmediatamente”. Esa prontitud, esa inmediatez a mí me impresiona por lo que os digo, porque no tenía ninguna pinta de cosa lógica llenar de agua clara unas tinajas que solamente servían para guardar vino. Pero ellos fiados en la palabra de la Virgen lo hacen, ella les ha dicho: “Haced lo que Él os diga” y ellos – dice esta Biblia que os digo –  “inmediatamente llenaron las tinajas hasta los bordes”.

A nosotras el de “inmediatamente” nos suele fallar. Si obedecemos es después de… la admonición 757,  13 horas de diálogo y 500 raciocinios, pues ya al final, a veces… decidimos que… vaya.IMG-20180327-WA0021.jpg “Que vamos hacer esto” y dicen: “aunque que sigo yo sin verlo muy claro”. Pues el chiste de la obediencia no está que tú lo veas muy claro, sino que fiado en la Palabra del Señor hagas lo que se te dice. Y la Palabra del Señor te ha dicho que esta persona, ésta y ésta y ésta son los instrumentos que Él ha escogido en tu vida para mostrarte Su Voluntad. Luego obedeced éste, cierras los ojitos y buenamente, devotamente, sumisamente hagas lo que se te dice sin tener que estar arguyendo un siglo, ¿no? Porque sino no es obediencia, es que al final has perdido la guerra y te rindes y eso no es obedecer, eso es perder la batalla. Y no solamente has perdido la batalla haciendo lo que tú querías sino que lo más triste de todo es que has perdido la batalla de la obediencia porque eso al final no sirve para nada.

Obedecer es amar y el amor es presto, es presuroso y el que de verdad no obedece, yo estoy convencida, es porque no ama, no ama. De hecho, el modelo en todo es Jesús y el modelo de obediencia prefecta y pronta es Jesucristo. La obediencia más perfecta al Padre y a Su Voluntad, le llevó a cumplir todo el plan de la Redención desde el instante de la Encarnación hasta Su Ascensión a los cielos. Eso es así. Toda la vida terrena de Jesús desde su primer instante en el seno de Su Madre, desde que fue concebido hasta Su Ascensión a los cielos fue un permanente acto de obediencia al Padre. Y os recuerdo que fue el que más ha amado y con mayor intensidad nos ha amado porque nos amó hasta el extremo, ¿no? Toda la vida terrena de Jesús ha sido un acto de amor que es lo mismo que un acto obediencia. Y – me he desviado un poco – quien Le siguió más de cerca en esto fue la Virgen que obedeció también siempre. Luego, no pretendamos decir que amamos al Señor si no obedecemos. Somos mentirosos, o sea, es una farsa, es una incoherencia.


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El amor cristiano pasa por la obediencia, por la entrega. Pero no una obediencia triste, ni machacona; tenemos la idea de que la obediencia es un mal rollo que te trae toda la vida machacado… ¡No! Esto es un concepto erróneo de la obediencia. La obediencia en un principio nos puede costar. ¿Por qué? Porque no tenemos costumbre y cuando tú tienes que acostumbrarte a algo, pues, siempre al principio cuesta, ¿no?

¿Qué le pasa a un niño cuando le despegan del pecho de su madre e intentar darle algo con una cuchara, aunque sea una papilla? Pues que dice “¡qué añitos!”,  que no quiere cuchara. Y cuando ya por fin se ha acostumbrado a la cuchara y a la papilla, le dicen que no, que ya tiene 2 dientes arriba y 4 abajo y que una cosa muy pequeñita que le dan con un tenedor hay que empezar a masticarla y tampoco quiere – es más fácil tragar sin masticar. Cualquier cosa que suponga un alimento mejor, un alimento más nutritivo y que le va ayudar más, al niño le supone un cambio, le supone un esfuerzo y de entrada siempre lo rechaza. ¿Por qué? ¡Porque no entiende! “Y si es más fácil tragar ¿porqué me tengo que masticar?” Pues, hombre, porque este alimento que te están dando aunque que te suponga mayor esfuerzo es mucho más completo y mucho más nutritivo y va a ser mucho mejor para ti que una simple papilla. Pero el niño en ese momento no tiene capacidad de entenderlo.IMG-20180401-WA0068.jpg

Pues la obediencia es lo mismo. “Con lo fácil que es hacer lo que a mí me da la gana…” Que no, hombre, ¡no! Tiene que dejar de hacer lo que a uno le da la gana para hacer lo que es mejor, lo que es más oportuno. Y cuando ya te has convencido en tu cabeza, ya te has  prescindido de hacer lo que a ti te da la gana por lo que realmente es mejor, te dicen que ya no hay que hacer lo que es mejor – lo que tú entiendes  que es mejor – sino lo que es la Voluntad de Dios. “¡Que eso ya sí no hay quien lo entienda!”. Tú no entiendes si es mejor o peor sino que la mitad de las veces termina a contrapelo y encima no lo entiendes, te piden ya que, primero era que dejaras lo que te daba la gana por lo que tú entendías que era mejor y ahora lo que dicen que lo que tu entiendes que es mejor tampoco es lo mejor, tampoco e lo óptimo, sino que hay que dejar eso que tú entiendes que es mejor por lo que crees por la fe que es la Voluntad de Dios que casi nunca entiendes. “Entonces, ¿qué pasa?, que ¿tengo de que dejar mi razón por amor de Dios?” Claro, claro, claro, ¡evidente!

O sea, de hecho lo dice la Santa madre en las Moradas Terceras que “el que no sale del paso y se queda concertado en sus razones y en sus ideas nunca avanzará en el camino de la perfección ni el de la santidad”, que tiene que ser el amor de Dios el que le haga salir de sí y de sus razones y dar el paso siguiente. El amor nos tiene que hacer salir de nosotros mismos y de nuestra razón; de alguna manera el amor nos tiene que sacar de la razón, el amor nos tiene que volver “¡locos!” – que eso es salir de la propia razón – locos por Cristo para seguir avanzando y, si no, el camino de la santidad está cerrado para nosotros.

Si seguimos empeñados en nuestra idea, nuestra razón, nuestro criterio y lo que entendemos nunca, puede ser que seamos muy buenos cristianos fácilmente porque los que están en las Terceras Moradas están muy bien, ¿eh? – gente que está ya en vías de perfección – pero nos quedaremos ahí: seremos muy buenos cristianos pero nunca seremos santos porque para enamorarse, de alguna manera, hay que enajenarse, hay que salir de la lógica y de la razón y sin estar enamorado de Jesucristo es imposible, imposible de todo punto, ser santos, seremos buenos cristianos pero nada más, nada más, no avanzaremos. Para seguir avanzando hay que pasar de las Terceras Moradas a las Cuartas, de las Cuartas a las Quintas, de las Quintas a las Sextas y de las Sextas a las Séptimas.

Pero adonde vamos es que, para pasar de las Terceras a las Cuartas, hay que salir de nuestra propia razón, de nuestra propia idea, de nuestro propio criterio y hacernos un tanto locos por Cristo y hacer aquello que no entendemos pero que creemos por la fe que mi Señor quiere, que mi Señor desea y que a Él le complace, entonces yo obedezco aunque a veces no entiendo. Y si no es así pues es un amor muy pobre, muy mortecino que se puede acabar en cualquier momento. Y si damos ese primer paso, daremos el paso siguiente que es el de las Cuartas a las Quintas, que ya transciende la obediencia: es la obediencia perfecta, está por encima de la obediencia porque es la unión de la voluntad. Ya no tengo que obedecer al Señor porque no tengo otra voluntad que la del Señor. Para obedecer, yo tengo que acomodar mi voluntad a la del otro – eso es obedecer – pero cuando ya mi voluntad está unida a la del otro, no tengo que acomodar mi volun379a5ee6a4bf8729b9cf76837c02a50e--pictures-of-flowers-pink-rosestad a la del otro porque ya es una con él. Esa es la unión de la voluntad que se da en las Moradas Quintas. Pero primero hay que pasar de las Terceras a las Cuartas y es necesaria la obediencia, pero una obediencia amorosa y pronta y entregada. Después de la unión de la voluntad y después de la unión de la voluntad pues es ya todo mucho más fácil porque cuando tú tienes tu voluntad unida a la de Dios y es una sola, pues es simplemente dejarse llevar porque a partir de ahí es el Espíritu Santo quien lleva, quien guía y quien dirige.

Pero, bueno, volviendo a lo que estábamos – que estábamos en “Las Bodas de Caná” y en la obediencia – Ella, porque ya tiene una fe absoluta en Jesús, lo único que les pide a los otros es: “haced lo que Él os diga”. Y esa es pues la máxima que la Virgen nos repite a cada paso – yo por lo menos así lo he experimentado en mi vida. Ella nunca me ha dicho que haga nada, nada más que “haz lo que Jesús te diga” – O sea, el mensaje de la Virgen es “no me mires a mí, no te quedes en mí, ¡no!, ¡no, no, no!” Tú vas a la Virgen y la Virgen directamente te dirige a Jesús y te dice “¡Sí, sí! Estupendo que me quieras un montón, estupendo que me reces, estupendo que me imites en muchas cosas pero, sobre todo, haz lo que Jesús te diga” porque eso es lo que ella hizo toda su vida, lo que Jesús le dijo, ¿no?

Y es el mandato – creo que es el único mandato que la Virgen formula en todo el Evangelio, ése; la única exhortación de la Virgen, las únicas palabras de la Virgen que exhortan algo en el Evangelio son esas: “haced lo que Jesús os diga”. No habla de una práctica concreta sino simplemente lo que Jesús diga, eso es lo que tenemos que hacer. Y si hacemos lo que Jesús dice, ocurre el milagro. Y ¿cuál es el milagro? Pues que nosotros somos tinajas llenas de agua – agua incolora, inodora e insípida – no tiene nada de particular, agua, sin cuerpo, sin vía, sin sustancia. Entonces, hacemos lo que Jesús nos diga y el agua de nuestra tinaja se convierte en un vino inmejorable, de un sabor, de un aroma, de una calidad, de un color, de un brillo, de un sabor, de una plenitud,… el vino que torna la vida en fiesta. ¿Cuál es? La cuestión es que yo tengo que hacer lo que Jesús me diga para que mi agua, el agua de mi tinaja, se convierta en vino. Si yo obedezco prontamente, si yo hago lo que Jesús dice, ¡toda mi vida cambia! ¿Por qué? Porque mi vida que de suyo es aguada – que no tiene fuerza, que no tiene aroma, que no tiene sabor – en el punto y hora en que yo obedezco esa agua se convierte en un vino lleno de vida, lleno de sustancia, de sabor, de fuerza; que no solamente cambia mi vida sino que cambia la vida de los que están alrededor y lo prueban; y yo no puedo dar lo que no tengo.

Y para eso es necesario obedecer – volvemos a lo mismo- y hay otro pasaje evangélico que Jesús habla – que a mí me gusta muchísimo – que dice: “y, para el vino nuevo hace falta un odre nuevo”. Y el odre nuevo, ¿qué es? Un corazón nuevo, unas entrañas nuevas; que mi odre sea nuevo, renovado, vivo, capaz de soportar toda la fuerza que tiene el vino nuevo que Jesús genera con el milagro. Y ¿cuál es el milagro? El milagro es que, por la obediencia, la gracia llega a raudales y Jesús convierte el agua en vino  y renueva mi odre porque si  me quedo en el odre viejo, se va a romper, no es capaz de contener un vino tan  nuevo y tan lleno de fuerza como es el vino al que da lugar Jesús en el milagro si  yo obedezco. El milagro no es otro que de mi obediencia que de mi entrega a Él. Si yo de verdad me entrego y digo “heme aquí, aquí estoy para lo que Tú quieras”, Él va a transformar mi vida de raíz y no solamente va transformar el interior, va a transformar todo, el corazón que tiene que contener eso. ¿Por qué? Porque sino se rompería y no sería capaz de contenerlo y se perdería el vino y el odre, lo dice el Señor también, ¿no? Entonces para que no se pierda el vino, para que no se pierda la gracia de Dios, Él va transformando el odre; pero, para eso tenemos, la raíz está en la obediencia, en hacer lo que Jesús nos diga. Y eso suele ser nos que más nos cuesta: obedecer, obedecer…

Y, claro, yo lo pienso ahora y yo voy viendo que la Comunidad se está convirtiendo en un odre nuevo, diferente; el odre viejo ya está arrinconado, cada vez va quedando menos de ese odre viejo y se va configurando un odre nuevo. Pero, para que el agua que está en el seno de mi ser se convierta en vino nuevo, tenemos que obedecer y eso – os lo digo con sinceridad – eso muchas veces… Pues lo veo en muchos detalles y yo soy la primera que quizá no doy el ejemplo debido pero no puedo dejar de decirlo. ¡Cuánto nos cuesta obedecer, cuánto nos cuesta rendirnos! Y ya no es que no obedezcamos sino que encima nos aferramos a nuestra idea, a nuestro criterio y criticamos al que nos manda; murmuramos, juzgamos, protestamos… todo eso no ayuda a que el odre se consolide y aquel vino sea sustancioso, cada vez que desobedecemos, cada vez que juzgamos interiormente, cada vez que murmuramos interiormente y a veces hasta exteriormente estamos aguando el vino.IMG-20170602-WA0000

Y es ¡muy gordo! porque si se nos da un vino nuevo y sustancioso, que embriaga, que da fuerza, que no deja indiferente al que lo prueba (porque se nos han dado un vino que las personas que lo van probando no quedan indiferentes y nos lo dicen) es muy gordo que, con nuestra desobediencia y nuestra infidelidad, nuestra tacañería – porque no deja de ser egoísmo, ¿no? traducido en desobediencia – que nos atrevamos a aguar el vino. El Señor no nos ha dado el vino nuevo para que lo agüemos sino para que lo repartamos y de verdad agreguemos un montón de gente del festín a la boda, que se puedan encontrar con Él, con el Esposo y lo celebren.

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A nosotras se nos ha dado ese Don de Dios, se nos ha hecho portadoras del Don, administradoras del Don, tenemos que servir en el banquete el vino para que todos gocen de la alegría de ese banquete de bodas, de ese encuentro con Jesús. Y no tenemos ningún derecho a servir ese vino aguado; y, cada vez que no hacemos lo que Él nos dice con prontitud, estamos aguando el vino. Y nada más…

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