sábado, 28 de abril de 2018

Mi corazón está a los pies de María (Hermano Rafael)

«¡Que dulce es esperar, pensando en Dios y debajo del manto de María!».
¡Qué alegría el día que pueda ver a María!
Desde la misma cuna recibió Rafael una formación mariana. En sus primeros años de colegio padeció unas fiebres que le obligaron a abandonar los estudios algún tiempo. En cuanto recobró la salud, sus padres, agradecidos a este favor del cielo, lo llevaron a Zaragoza para dar gracias a la Virgen del Pilar y consagrarlo a su servicio. Su madre fue enseñándole progresivamente prácticas de devoción mariana tradicionales, y le aleccionó sobre todo, ver que nunca se omitía el rezo del Santo Rosario en familia. En el colegio tuvo el honor de ser Congregante de María Inmaculada.
A esta insistente formación mariana correspondió pronto Rafael con su colaboración personal. Luchó cuanto por mantener la vida en gracia y por vencer peligros que le cercaron.
Cuando llamó, con 22 años, a las puertas del Císter –Orden consagrada de manera especial a la Virgen Santísima– creció en su alma esta devoción, como él mismo manifiesta en sus escritos, por el continuo ejercicio de prácticas señaladas en las Reglas, por el ejemplo vivo de los demás Hermanos, amantes a cual más de la Señora, y sobre todo por la meditación de san Bernardo, el santo que más influencia ha ejercido en la devoción mariana de todos los tiempos. En esta escuela procuraba Rafael caldear su corazón joven, inquieto y alegre.
Todos los escritos de Rafael rezuman marianismo, están salpicados de citas sobre la Virgen, son chispas de fuego ardiente y tierno en honor de la Señora que llevaba muy dentro de su corazón, hasta enamorarse locamente de tan buena Madre.
Quien visita por vez primera la Abadía de San Isidro de Dueñas —escenario donde transcurrieron los últimos años de san Rafael Arnaiz y una urna que guarda hoy con cariño sus restos— queda impresionado ante la talla de la Virgen Santísima que en el misterio de la Asunción preside el retablo del altar mayor. Es obra de Granda, y por sí sola llena la iglesia abacial. Es un hecho honroso para el Císter: todos sus monasterios —desde los primeros tiempos de la Orden— deben consagrar sus iglesias a Santa María Reina de los cielos y tierra. El altar mayor de la iglesia de cada uno de ellos suele estar presidido por una imagen, representando la Maternidad divina —con el Niño Jesús en los brazos— o en el misterio de la Asunción, como en el monasterio de San Isidro de Dueñas.
Precisamente esta imagen iba a ser la que cautivara para siempre a aquel joven de mirada limpia, que sentía inquietud vocacional y buscaba un lugar alejado del mundo, empeñado como estaba en vivir enteramente para Dios. Causa admiración todavía cómo este joven adornado de cualidades físicas y morales, con un porvenir de color de rosa en la mano, supo luchar para dejarlo todo. Precisamente en una época de materialismo desbocado, cual fue la de los dos años de la república, de tan tristes recuerdos por centenares de iglesias y monasterios quemados o destruidos. Allí a los pies de la Virgen de la Trapa se forjó la vocación de Rafael, de una manera sencilla, fiel, entrañable.



«¿Cómo no ser santos, Dios mío, si en la tierras nos ayudas con tantas almas de Dios, y en el cielo con María?».
Mi corazón está a los pies de María
Todavía hoy pueden visitarse en Oviedo los lugares santificados por la presencia y devoción de San Rafael. Uno de ellos es la capilla del Sagrario de la Catedral en la que pasaba largas horas. Otra la del Rosario en la iglesia de los Padres Dominicos. Solía ir Rafael con frecuencia y allí tuvo lugar un episodio emocionante, que retrata al vivo su sensibilidad exquisita. Se expresa así en otra carta a su tía¹:
“Estuve una hora en la iglesia y la mayor parte con la Señora. Si vieras cómo me quiere. Es la Virgen del Rosario… Por cierto que en los últimos momentos se llegó hasta el altar una muchacha que hizo el camino de rodillas y cuando llegó se puso en cruz y la oí llorar mientras miraba a la Virgen. Por poco lloro yo también. Debía tener una pena muy grande y fue a contársela a la Señora. Me edificó mucho y pedía a la Virgen que la atendiera. Yo creo que la escuchará. Si vieras es tan buena la Virgen. No hay pena que Ella no dulcifique, no hay alegría que Ella no santifique…
Te aseguro que si acudiéramos siempre a la Virgen María sería otra cosa de nosotros… A mí siempre me ha servido de mucho. Casi en todo se lo debo a Ella; hasta mi vocación. ¡Es tan dulce el amor a María!”.
¡Cuánto amaba Rafael a la Virgen! ¡Qué cosas tan maravillosas ha escrito de Ella! ¡Qué confianza sin límites, la suya en la Señora!
D. Rafael Palmero
Extracto del artículo “Enamorado de la Señora. ¡Qué alegría el día que pueda ver a María!” (Boletín informativo San Rafael Arnáiz Barón, Julio-Diciembre 2017, nº 187)

¹Referencia a su tía María Osorio Moscoso, duquesa de Maqueda.

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