viernes, 13 de abril de 2018

¡Alegraos! ¡No tengáis miedo!

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios


«¡Alegraos! ¡No tengáis miedo!». Son alguna de las primeras palabras que Jesús dirige a suyos —a cada uno de nosotros, aunque yo siento que se me dirige a mí en particular—. ¡Qué hermosa es la «¡alegría!» en los labios de Cristo. ¡Y qué bien nos conoce Jesús! ¡Él sabe lo mucho que el hombre necesita de la alegría!
Cuando miras a tu alrededor, cuando penetras en lo íntimo de tu corazón son más las veces que entra la tristeza que la alegría. Las incertezas que atenazan, lo mucho que tienes para lamentarte, lo mucho que tienes que llorar, las muchas evasiones que te alejan de la verdadera alegría, las muchas confusiones que te nublan, el mucho sufrimiento que te debilita, la mucha miseria humana que te empequeñece.
Y, sin embargo, la invitación de Cristo es directa: «¡Alegraos!». Pero alegrarse no a una alegría vacía de contenido. No a una alegría pasajera, necia o ingenua. No. Jesus quiere una alegría que brote del interior, que haya sido regada con el agua del Espíritu, abonada por el amor, por la entrega generosa, por el servicio desinteresado, por las virtudes de la caridad, de la paciencia, de la humildad, de la generosidad, de la fortaleza. Una alegría que surge de la acción, del tomar partido por el bien. Un alegría constructiva. Una alegría contagiosa. Una alegría que no tiene final porque es una alegría que opta por la eternidad.

Esta alegría tiene apellidos. Los otorga también el mismo Cristo:  «¡No tengas miedo!». En otro tiempo podría decir que sí tenía miedos; miedo al desprecio, miedo a la inestabilidad económica, miedo a las críticas, miedo al abandono, miedo a no saber qué dirección tomar, muchos y muy variados miedos… Pero ahora mi principal miedo es no ser capaz de vencer todos estos miedos porque Cristo ha resucitado, porque me siento seguro ante la certeza de su resurrección, porque en su vivir está mi vida, porque camino gritando interiormente  «¡Jesucristo ha resucitado! ¡En verdad, ha resucitado!». Y cada vez que lanzo este grito el Señor toca profundamente mi corazón y siento una alegría desbordante y noto como se ablandan esos posibles miedos que ya no son miedos porque Cristo me concede la gracia de experimentar su cercanía y me ayuda a construir la vida de cada día con alegría, confianza y seguridad en Él.
«¡Alegraos! ¡No tengáis miedo!». A tu lado, Señor, el miedo no existe; solo siento la alegría de vivir y de ser. De vivir contigo y de ser uno contigo.


¡Siento un gran alegría, Señor, por tu resurrección, porque desde hace muchos días siento tu presencia viva en mi corazón! ¡Me siento alegre en Ti, Señor, y no puedo más que proclamar lo que tu nos dices: «¡Alegraos! ¡No tengáis miedo!»! ¡Lo proclama también, Señor, tu Iglesia santa, a la que tanto amas, la nueva Jerusalén celestial, a la que yo también tanto amo porque es obra tuya! ¡Estoy alegre, Señor, y no tengo miedo porque Tu moras en mi corazón, porque siento la felicidad del que tiene en su interior al Cristo vivo y resucitado! ¡Señor, estoy alegre y no tengo miedo y quiero que perdure en mi corazón por mucho tiempo! ¡Por eso, Señor, quiero transmitir al mundo el amor y la misericordia, quiero llevar este amor y esta misericordia al mundo entero! ¡Quiero ser testigo de esta alegría con la honestidad de mi propia vida y con el amor efectivo al prójimo! ¡Envíame, Señor, a tu Santo Espíritu para que more en mi, para que sea verdadero templo del Espíritu Santo, para que mi vida este en serena paz, para rechazar el pecado, la mentira, el egoísmo, la soberbia y con una limpieza de corazón honrar tu presencia en m! ¡Concédeme la gracia, Señor, por medio de tu Santo Espíritu de sentir la alegría en mi corazón, a perder el miedo a tomar decisiones valientes, a comprometerme con la verdad, a luchar por la justicia, a abrazar al prójimo incluso el que me ha hecho mal, a perdonar con el corazón, a buscar la reconciliación con el que yo he obrado equivocadamente! ¡Señor, Tu me invitas a estar alegre incluso en medio de las dificultades y sufrimientos, entre los sobresaltos de la vida y las caídas cotidianas, entre las tentaciones y los dolores que se me presentan; aquí me tienes, Señor, unido a Ti, entregándote mi corazón y mis pensamientos para ser uno contigo! ¡Señor, tengo muchas razones para la alegría por eso exclamo con fuerza: ¡Gracias, Señor, por tu presencia en mi vida!

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