martes, 13 de marzo de 2018

Llegando a la cima de la escalera espiritual




Por Kenneth Pierce

El último escalón que San Pedro propuso en su escalera espiritual es la agape, es decir la caridad. El Apóstol pensó una hermosa concatenación entre las tres última virtudes, que son la eusebeia (piedad), la filadelfia (el amor fraterno) y la agape (caridad).

Podemos identificarlas, a grandes rasgos, como amor a Dios, amor a quienes nos son cercanos, y amor al prójimo. Ciertamente amar a Dios nos lleva a amar mejor a quienes tenemos cerca y con quienes tenemos un vínculo. La perfección de la caridad, sin embargo, nos lleva más allá, hacia aquellas personas que no necesariamente conocemos y de quienes no esperamos nada a cambio.

Amar al desconocido, e incluso al enemigo ­–como nos lo pide el Señor– implica una generosidad muy elevada, que nos acerca especialmente al amor de Cristo. «Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros», escribe San Pablo (Rom 5,7-8).


El amor por el prójimo debe tener en su base el amor por Dios. Cuando es así, el amor a Dios y el amor al prójimo no se oponen —tampoco, es importante decirlo, el recto amor por uno mismo—, sino que, por el contrario, se implican mutuamente, pero siempre teniendo al amor a Dios como base y fuente del recto y pleno amor por los demás.

En la cima de la escalera espiritual de San Pedro se trata de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo, como lo enseñó el mismo Señor Jesús, en la triple dimensión del amor integral que puso ante nosotros (a El, a nosotros mismos, a los demás).

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