¡Oh Virgen Madre, llena eres de gracia,
la alegría de Israel,
el honor más hermoso de nuestra raza,
más bendita de lo que la lengua puede expresar!
Toda hermosa eres tú, María,
En ti no hay mancha,
Ni pena en tu dulce compañía,
Que consuela todo dolor del hombre.
Delicia de los ángeles, Reina de la tierra,
A tu pobre hijo te dignas,
A quien en dolor diste a luz,
Para que contigo reine.
Presionada contra tu Corazón Inmaculado,
su frágil alma encuentra descanso
y todas sus preocupaciones abandonan allí,
en tu pecho materno.
El hijo que tus tiernos brazos mantienen
presente ante el Dios Altísimo.
Llevado así en tu manto,
Él no tiene miedo de morir.
Para ti no es demasiado dar
todo lo que posee.
Tenerte verdaderamente es vivir,
servirte en santidad.
A todas las espinas de los amores terrenales ¿
Cómo te comparas, amigo?
Tan pura tu mirada, tus ojos son palomas,
y tú un lirio raro.
Saberse amado por ti
vale más que todo el oro.
Renunciando a todo, su corazón es libre
Para ti, el ciento por uno.
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