LOS TESTIGOS DE LA PASCUA:
LOS OJOS
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 30-35)
En las secuencias evangélicas que narran las apariciones de Cristo resucitado, el sentido de la vista tiene un protagonismo especial. En los diferentes pasajes pascuales se mencionan explícita y ignificativamente los distintos modos de ver, diferencia más evidente si se tiene en cuenta el texto original, en el que se emplean verbos distintos, según narren una percepción física o espiritual: “Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio (ver físico) los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio (comprendió) y creyó” (Jn 20, 6-8). En el caso de María Magdalena es aún más evidente la diferencia entre el momento en que ve a Jesús y cree que es el hortelano, y cuando lo ve y proclama Maestro. Lo mismo sucede en el relato de Emaús: “Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”, primero, y después: “A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc 24, 16.31). Los exégetas nos indican las tres formas de ver distintas, según los verbos griegos “blepo”: ver; “zeoreo”: mirar; “orao”: comprender. El verbo orao es el que usan los evangelistas cuando la persona se abre al reconocimiento del Señor. Esta forma de narrar la percepción que tuvieron los discípulos de que Jesucristo había resucitado ayuda a interpretar que no se trata de una percepción física, pues si fuera así, no se comprende que ninguno de los amigos de Jesús lo reconocieran cuando apenas habían pasado tres días de su muerte.
El don de la fe es el regalo pascual que nos permite comprender sin ver; percibir la presencia, sin poseerla. “El bien o el mal no está en la visión, sino en quien la ve y no se aprovecha con humildad de ella; que si ésta hay, ningún daño podrá hacer aunque sea demonio; y si no la hay, aunque sean de Dios, no hará provecho. Porque, si lo que ha de ser para humillarse viendo que no merece aquella merced, la ensoberbece, será como la araña que todo lo que come convierte en ponzoña; o la abeja, que lo convierte en miel” (Santa Teresa, Fundaciones 8, 3).
PROPUESTA:
¿Te sientes aludido en la bienaventuranza “Dichosos los que sin ver creen?”
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