¡Buenos días, gente buena!
8 de febrero de 2020
II Domingo de Cuaresma A
Evangelio
Mateo 17, 1-9
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
Palabra del Señor
Luz y gloria
La cuaresma es sorprendente: la sentimos como un tiempo penitencial, de mortificación, y sin embargo, nos sorprende con este evangelio vivificante, lleno de sol de luz. Del desierto árido Primer domingo) al monte de la luz (Segundo domingo); del polvo y ceniza, a los rostros vestidos de sol. Para decirnos a todos: ánimo, el desierto no vencerá, lo lograremos, encontraremos el cabo de la madeja. Jesús tomo consigo a tres de sus discípulos y subió a lo alto del monte.
Los montes son como índices apuntando hacia el misterio y la profundidad del cosmos, nos dicen que la vida es ascensión, lleva dentro hambre de verticalidad, como si fuera perseguida o aspirada por una fuerza de gravedad celestial: y ahí se trasfiguró delante de ellos, su rostro brillante como el sol, y sus vestiduras como la luz. Todo se ilumina: las vestiduras de Jesús, sus manos, el rostro como una transcripción del corazón de Dios. Los tres miran, se emocionan, quedan aturdidos: frente a ellos se ha abierto la revelación estupenda de un Dios luminoso, hermoso, solar, Un Dios para disfrutarse, en fin, un Dios que sorprende. Y que ha sembrado en cada hijo su gran belleza.
Estamos bien aquí, no nos vayamos… el estupor de Pedro nace de la sorpresa de quien ha podido asomarse por un momento dentro del Reino y nunca l olvidará. Quisiera tener la fe para repetir esas palabras: es bueno estar aquí, sobre esta tierra, sobre este planeta minúsculo y bellísimo; es bueno y hermoso que estemos en este tempo nuestro, que es pleno y lleno de posibilidades. Es hermoso ser creaturas: la tristeza y la desilusión no son nuestra verdad.
San Pablo, en su segunda lectura entrega a Timoteo una frase extraordinaria: Cristo ha venido y ha hecho resplandecer la vida. Ha venido a la vida, la mía y la del mundo, y ya no se ha ido. Ha venido como luz en medio de las tinieblas y las tinieblas no la han vencido (Jn 1, 5). En el estaba la vida y la vida era la luz de los hombres (Jn 1, 4), la vida era la primera Palabra de Dios.
Entonces perdonen si no estoy del todo y siempre enamorado del mundo, de la vida, seducido y vencido por la revelación del ser de cada cosa… A todas las maravillas cotidianas. La condición definitiva no es el monte, hay un camino por recorrer, a veces en el desierto, ciertamente una llanura a la cual regresar. De la nube viene una voz que marca la ruta: este es mi Hijo, el amado. ¡Escúchenlo! Los tres subieron para ver y son reenviados a escuchar. La voz del Padre se apaga y se convierte en rostro, el rostro de Jesús, que brilló como el sol. Y una gota de su luz está escondida en el corazón vivo de todas las cosas.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
No hay comentarios. :
Publicar un comentario