JESÚS SE PARTE Y SE REPARTE POR NOSOTROS
Por José María Martín OSA
1.- La Antigua Alianza de Dios con el pueblo no elimina la culpa. El fragmento del Libro del Éxodo cuenta la aceptación de la Alianza por parte del pueblo: “Haremos todo lo que dice el Señor”. El pacto de la Alianza será sellado con la sangre de las vacas derramada sobre el altar y sobre el pueblo. Pero el pueblo fue enseguida infiel al adorar el becerro de oro. Posteriormente, la liturgia judía del día de la expiación expresaba de una manera grandiosa la conciencia de culpa del hombre y el anhelo por descargarla y alcanzar la reconciliación con Dios. El Sumo Sacerdote atravesaba el velo del templo, penetraba él sólo en el "recinto santísimo" y ofrecía en sacrificio la sangre de animales para expiar sus faltas y las del pueblo. Después salía para tener que recomenzar otro año el mismo ritmo. La culpa del hombre no era totalmente suprimida.
2.- La Nueva y definitiva Alianza. Jesús es a la vez sacerdote, víctima y altar. Jesús, nos dice la Carta a los Hebreos, ha penetrado en el santuario del cielo una vez por todas, para llegar a la presencia de Dios. Lo ha hecho con el sacrificio de su pasión, es decir, en virtud de su propia sangre. La eficacia de este acto permanece para siempre. La esperanza de los hombres de alcanzar el perdón de sus pecados y lograr la comunión con Dios queda cumplida real y definitivamente en el misterio de la muerte y exaltación de Jesucristo, el Hijo de Dios. La liberación conseguida en virtud de la sangre de Cristo se mantiene inagotable. La sangre de Cristo sella una alianza nueva para siempre. Cristo es mediador de una nueva alianza. En efecto, Jesús es el enviado de Dios a los hombres (apóstol) y tiende un puente (pontífice) para hacer posible la unión entre ambos. Jesús manifiesta la última voluntad (testamento) de Dios para con los hombres, y la cumple ofreciéndose a sí mismo en la cruz.
3.- Jesús se entrega por nosotros. Según nos lo presenta Marcos, la última cena de Jesús fue una cena de Pascua. En la cena, primeramente, todo discurre con normalidad, como era costumbre. Jesús, como presidente ("padre de la familia o de la casa"), pronuncia la bendición sobre el pan. Después, Jesús parte el pan y acontece lo sorprendente. Mientras que lo normal era que el "padre de la casa" no dijera nada al entregar el pan bendecido y partido, Jesús dice: "Tomad, esto es mi cuerpo". Y como los discípulos ya sabían que, hablando del "cuerpo", uno se refería al hombre entero, comprendieron perfectamente que Jesús, su Señor, se les quería entregar en ese pan.
4.- Pan bendecido y partido. Cuando Cristo bendijo el pan, lo partió, y al partirlo nos recordó que su cuerpo también se rompería por nosotros. Ahora el signo se potencia. No sólo en el pan; presencia y alimento, sino el pan partido, que significa entrega y pasión. Tendríamos que asumir las mismas actitudes del que se dejó partir. Entonces, “cada vez que partís el pan y bebéis la copa” me hacéis presente, comulgáis mi espíritu, revivís mi vida, anunciáis mi muerte, profetizáis mi vuelta, anticipáis mi Reino. Al mundo egoísta se le ofrece este signo de altruismo supremo. Un gesto que debe repetirse. Si cada vez que comemos de este pan recordamos su muerte por amor, también nos comprometemos a partirnos amando, a gastarnos dividiéndonos y a vivir muriendo. Es Pan compartido y comido tiene una nueva dimensión: la solidaridad y la común-unión, la urgencia del compartir y del convivir, la necesidad de poner en común los bienes, las capacidades, los sentimientos y las personas.
5.- “Tu compromiso mejora el mundo”. Este es el lema de la Campaña de Día de Caridad de Cáritas. Celebramos el Día de Caridad coincidiendo con el Día del Corpus Christi, la celebración de la Eucaristía. Es un día especial para nosotros, porque celebramos que nuestro compromiso nos hace salir de nosotros mismos, de nuestra vida acomodada, tranquila y de la zona de confort para acudir al encuentro de los demás. Queremos echar una mano a los “descartados” por los poderes de este mundo. Este fue el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres:
“Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin peros ni condiciones: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.
Sigamos estas palabras del Papa Francisco y sintámonos llamados a ese compromiso que nace del Amor de Dios, de la predilección por los pobres y necesitados. Juntos lograremos que la solidaridad sea un compromiso de vida, un compromiso que lleve al cambio y la mejora de tantas personas y familias rotas y necesitadas.
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