Francisco celebró este domingo la Solemnidad del Corpus Domini por primera vez en cuarenta años fuera de la basílica de San Juan de Letrán y se trasladó a Ostia, en el litoral romano, municipio afectado por el crimen organizado, donde pidió el fin «del silencio cómplice» y el miedo
Cincuenta años después de que lo hiciera Pablo VI, Francisco volvió a celebrar la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en esta zona del litoral romano, donde viven cerca de 84.000 personas.
«Jesús desea que sean derribados los muros de la indiferencia y del silencio cómplice, arrancadas las rejas de los abusos y las intimidaciones, abiertas las vías de la justicia, del decoro y la legalidad», dijo Jorge Bergoglio.
El Papa habló así durante la Misa en la plaza de Santa Mónica de Ostia, uno de los distritos de Roma y cuya administración estuvo dos años intervenida –hasta finales del año pasado– tras probarse que era objeto de importantes infiltraciones mafiosas.
«El amplio paseo marítimo de esta ciudad llama a la belleza de abrirse y remar mar adentro en la vida. Pero para hacer esto hay que soltar esos nudos que nos unen a los muelles del miedo y de la opresión», añadió el Papa.
Hambre de ser amados
Francisco indicó a los miles de fieles que acudieron a escuchar su homilía que «la Eucaristía invita a dejarse llevar por la ola de Jesús, a no permanecer varados en la playa en espera de que algo llegue, sino a zarpar libres, valientes, unidos».
Hacía décadas que la celebración del Corpus Domini no salía de la capital y Francisco decidió acercarse este domingo a una de las zonas romanas más afectadas por los clanes mafiosos. Un gesto que se enmarca en su voluntad de acercar la Iglesia católica a todos los rincones, también a las más desfavorecidas y en situaciones más complejas.
En su homilía, Bergoglio lamentó que la gente viva para sí misma y no para los demás y animó a vivir «derramando en el mundo el amor que brota de la carne del Señor».
«En la vida necesitamos alimentarnos continuamente y no solo de comida, sino también de proyectos y afectos, deseos y esperanzas. Tenemos hambre de ser amados. Pero los elogios más agradables, los regalos más bonitos y las tecnologías más avanzadas no bastan, jamás nos sacian del todo», valoró.
Igualmente señaló que hay muchas personas que «carecen de un lugar digno para vivir y del alimento para comer» e hizo un llamamiento para que se atienda a estas gentes «necesitadas» y «abandonadas».
Tras la Misa, el Francisco presidió la procesión del Santísimo Sacramento hasta la parroquia de Santa Bonaria en Nueva Ostia, donde impartió la bendición eucarística.
Efe / Alfa y Omega
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