viernes, 8 de junio de 2018

El Espíritu Santo y la Fraternidad franciscana según los escritos de San Francisco (III)





El Espíritu Santo y la Fraternidad franciscana
según los escritos de San Francisco (III)
por Martín Steiner, ofm

I. UNA FRATERNIDAD
BAJO EL SEÑORÍO DEL ESPÍRITU

6. La Fraternidad franciscana no es un mero grupo «informal», que apostaría por encontrar su cohesión en la docilidad de cada uno a su inspiración interior. Tiene una estructura exterior de autoridad. Pero «los ministros y siervos» -su nombre es todo un programa evangélico- deben ser, también ellos y sobre todo ellos, hombres del Espíritu. Si bien es cierto que tienen la misión de asegurar la unidad de la Fraternidad, no lo es menos que la han de cumplir no tanto valiéndose de medios externos cuanto poniéndose a la escucha del Espíritu que actúa en cada hermano para el bien del conjunto. ¿No dice san Pablo, precisamente a propósito de los dones del Espíritu: «Dios no es Dios de confusión, de alboroto, sino de paz»? (1 Cor 14,33). Ninguna acción, por tanto, puede pretender estar inspirada por el Espíritu de Dios si quiebra la unidad. A los ministros les corresponde, pues, en primer lugar, una tarea de discernimiento de los espíritus: ¿el espíritu que alega un hermano es verdaderamente el Espíritu del Señor, o no será quizá el otro espíritu, con sus cómplices, que Francisco llama, como veremos, el «espíritu de la carne» y la «sabiduría del mundo»? Francisco nos explicará también quién participa del Espíritu del Señor, y nos dará con ello los criterios para este discernimiento. Francisco expresa clara y determinadamente esa tarea de los ministros, de modo particular a propósito de los hermanos que piden ir a misiones, pero se cuida muy bien de precisar: el ministro «tendrá que dar cuenta al Señor si en esto o en otras cosas procede sin discernimiento» (1 R 16,1-4; 2 R 12,1-2).


En general, los ministros deben ejercer como hombres del Espíritu su servicio para con sus hermanos: «amonestarlos y animarlos "espiritualmente"» (1 R 4,2), es decir, conforme a la acción del Espíritu; «ayudar "espiritualmente" (es decir, como hombres de Espíritu), lo mejor que puedan, al hermano que pecó» (1 R 5,8); proveer a las necesidades materiales «por medio de amigos "espirituales"» (2 R 4,2). El calificativo de «espirituales» atribuido a estos amigos de la Orden, bienhechores que aceptaban ayudar a los hermanos en sus necesidades, debe ciertamente entenderse en su sentido fuerte. También ellos son hombres animados por el Espíritu, que se sienten vinculados a los hermanos y aceptan sustentarlos, pero con el discernimiento que ayudará a los hermanos a no abusar de su generosidad, cosa que los llevaría a ser infieles a su vocación. Del cuidado que tenían los hermanos en considerar a sus bienhechores como guardianes de su fidelidad, tenemos ejemplos en la historia de las primeras generaciones tanto en Francia como en Inglaterra: los hermanos aceptaban por anticipado dejarse expulsar de los terrenos o habitáculos que se ponían a su disposición, incluso de las diócesis que los acogían, si se hacían infieles a su Regla o adquirían alguna propiedad.

7. Los hermanos no han sido reunidos únicamente para constituir una Fraternidad unida «por la caridad del Espíritu»; tienen una misión, una tarea que cumplir, y deben asumirla también como «espirituales», como hombres animados por el Espíritu. Si se trata de la educación de la fe, darán consejos «espirituales», «según el Espíritu» (1 R 12,3-4); si se trata de la misión entre los infieles, no se comprometerán en ella sino «por inspiración divina», por la moción del Espíritu de Dios, y a condición de que esa inspiración sea reconocida como auténtica por el discernimiento de los ministros (2 R 12,1; 1 R 16,1-4). Su tarea consistirá bien sea en el simple testimonio de vida evangélica en la humildad, bien sea en la proclamación del Evangelio, con tal que la tarea sea realizada, en cualquier caso, conforme al Espíritu (1 R 16,5). Poco importa finalmente la actividad de los hermanos: trabajo manual para aquellos que han recibido del Señor «la gracia del trabajo», labor teológica para aquellos que son llamados a ella -¿qué más da?-, con tal que «no apaguen en ellos el Espíritu» que quiere orar en ellos y consagrar su vida a través de toda actividad temporal a la alabanza de Dios y al servicio de los hombres (2 R 5,1-2).

Esta exigencia es tan primordial que si alguno comprueba que no puede, en el lugar o responsabilidad a que ha sido destinado, «guardar "espiritualmente" la Regla», de conformidad con el Espíritu, tiene el deber grave de recurrir a su ministro, y el ministro deberá acoger su petición con bondad y humildad, aun cuando haya sido presentada de forma agresiva (2 R 10,4-6).

Aquí detenemos nuestra reflexión y búsqueda, que no pretende ser exhaustiva. Ella habrá permitido captar hasta qué punto la Fraternidad franciscana es, para Francisco, un grupo de hombres bajo el señorío del Espíritu: Él es quien los reúne por un mismo entusiasmo hacia el Señor Jesús y su Evangelio; Él es quien inspira la calidad de sus relaciones para que se amen con el mismo amor con que Cristo los amó y ama; en cuanto a la actividad de ellos, no es verdadera más que si, lejos de «apagar el Espíritu», está animada por Él. Se comprende que Francisco haya dado a sus hermanos como consigna suprema para garantizar la autenticidad evangélica de su vida: «Aplíquense a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el Espíritu del Señor y su santa operación en ellos» (2 R 

No hay comentarios. :

Publicar un comentario