domingo, 24 de noviembre de 2019

El Reinado de Cristo




EL REINADO DE CRISTO

Por Gabriel González del Estal

1.- Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Tenemos derecho a pensar que cuando el Papa Pío XI, en el año 1925, instituyó la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, tenía motivos suficientes para hacerlo. Hoy las circunstancias sociales, políticas y religiosas en las que vive nuestra sociedad son muy distintas de las circunstancias históricas en las que vivía la Iglesia Católica y la sociedad de principios del siglo XX. Hoy no queremos que nuestra Iglesia Católica aparezca como un Estado y un poder político, frente a los otros Estados políticos. Queremos, eso sí, que Jesucristo reine en el mundo, pero no al estilo de los reyes que gobiernan los Estados del mundo. Fue el mismo Jesucristo el que nos dijo que su reino no era de este mundo, porque él no había venido a gobernar la tierra al estilo de los reyes del mundo. En el prefacio de la misa de hoy se nos dice que el reino de Jesucristo es un reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, del amor y de la paz. Desgraciadamente, los reinos de este mundo no son así. En el mundo en el que nosotros vivimos triunfa muchas veces la injusticia, la mentira, la guerra y el desamor. Yo creo que el buen ladrón intuyó esto con claridad, cuando en el último momento, desde su cruz cercana, vio la mirada llena de amor y de perdón de aquel compañero al que llamaban Jesús. Este compañero, Jesús, estaba muriendo como víctima de la injusticia del mundo, pero era consciente de que moría por amor al mundo, para salvar al mundo de la injusticia. Este buen ladrón, arrepentido, quería abandonar el reino de pecado, desamor e injusticia en el que él había vivido hasta entonces, y quería de verdad morir en ese reino de amor, de santidad y de gracia que predicaba su compañero Jesús. Por eso, arrepentido y lleno de confianza, se atrevió a exclamar: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.

2..- El Señor te ha prometido: “tú serás el pastor de mi pueblo Israel”. Un rey que fuera pastor de su pueblo, que conociera a sus ovejas, que las condujera hacia pastos y fuentes tranquilas, que estuviera dispuesto a dar su vida por ellas, así es como quería Yahvé que fuera el rey de su pueblo Israel. El rey David no siempre cumplió los deseos y mandamientos de su Dios, pero de su estirpe nacería el verdadero rey de todos los pueblos, Jesucristo, que fue un verdadero rey pastor, el buen pastor que quiere conducirnos a todos hacia el Padre. En este sentido queremos nosotros que Jesucristo sea nuestro rey, porque queremos que él sea nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. No con armas, ni con poder político y económico, sino desde la humildad, la pobreza, desde la mansedumbre y desde el amor. En este último domingo del tiempo ordinario, nosotros queremos darle gracias a Dios, nuestro Padre, por habernos dado a su hijo, Jesús, para que fuera nuestro rey y nuestro buen pastor. Y para que esto sea posible, nosotros hacemos hoy una promesa libre y responsable de serle ovejas fieles a su voz, de reconocernos súbditos libres y responsables de este único rey.


3..- Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz. Este es el destino de todos los discípulos de Cristo, de todos los cristianos: ser reconciliadores de todos los seres con los que vivimos, ser siempre sembradores de paz, aunque para conseguir esta paz tengamos muchas veces que dejar jirones de nuestra propia sangre en la lucha contra el desamor y contra el mal. No olvidemos que nuestro jefe, nuestro rey, murió en la batalla contra el pecado y contra la muerte, pero Dios lo resucitó y desde siempre y para siempre vive y vivirá junto al Padre. Este es también nuestro destino, un destino difícil, pero glorioso, como el de nuestro rey, Jesús.

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