SANTA CLARA DE ASÍS Y LA EUCARISTÍA (I)
por René-Charles Dhont, ofm
La vida entera de santa Clara está centrada en Cristo. Su pensamiento y su corazón están radicados en Él. Su existencia es una intrépida y constante búsqueda de la máxima intimidad y de la más perfecta imitación. Este dinamismo profundo que la impulsa a la unión íntima y total con el Señor, había de llevarla necesariamente al lugar privilegiado del encuentro y de la comunión: la Eucaristía. Clara es, de hecho, junto con Francisco, su padre y amigo, uno de los testigos privilegiados de la piedad eucarística de principios del siglo XIII.
Es menester, sin embargo, enmarcar la devoción eucarística de Clara en el contexto de la vida religiosa de su época. El siglo XIII es un siglo eucarístico. En el transcurso de las controversias eucarísticas de los siglos IX y XI se había defendido con firmeza y definido sólidamente la doctrina eucarística y se había puesto a plena luz el dogma de la presencia real. Pero, en la práctica, este movimiento en favor de Cristo en su Sacramento mira al culto de la Santa Reserva, el cual progresa rápidamente, mientras disminuye de forma peligrosa, a pesar de los esfuerzos de los Papas, de los Concilios y doctores, la práctica de la comunión.
Aunque las fuentes de la vida de santa Clara raramente aluden a este tema, una profunda devoción eucarística animaba el monasterio de San Damián. La decidida voluntad de la abadesa y de sus hermanas de vivir y morir «en la fe católica y en los sacramentos de la Iglesia» (RCl 2), bastaría para fundamentar esta opinión.
El ejemplo de Francisco, por lo demás, permanecía vivo ante sus ojos. La devoción del Pobrecillo al Cuerpo de Cristo era tan intensa que constituía como el centro de su vida con el Señor. En su primera Admonición nos confiesa: «Y como se mostró (Cristo) a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado... y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como Él mismo dice: "Mirad que yo estoy con vosotros cada día hasta el fin del mundo"». Clara, su «Plantita», que fue en todo momento el reflejo del alma del Pobrecillo, no pudo alejarse de él en este punto esencial.
Estas observaciones confieren su auténtico relieve a los pocos trazos que las fuentes nos han transmitido sobre la importancia de la Eucaristía en la vida de Clara.
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