jueves, 14 de junio de 2018

Reflexión sobre la ternura

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Me sonrío cuando observo a mi hijo pequeño abrazarse a su madre, a sus hermanas o a mí. Le encanta abrazar y que le abracen. Le hace sentirse bien. Le ofrece seguridad. En este momento, siempre tiene algo cariñoso que susurrarte.
Un abrazo implica infinidad de sentimientos, desde la esperanza al consuelo, de la seguridad a la complicidad, del perdón al sentirse amado, del descanso del alma al amor. Pero un abrazo es, ante todo, un signo de ternura. Y el mundo está necesitado de ternura porque la ternura es la medicina que cura el dolor, el sufrimiento y la tribulación.
Los abrazos no tienen porque ser sólo físicos. Están también los abrazos espirituales, son aquellos que uno ofrece con el corazón abierto al otro para hacerse sensible a su necesidad. Es el abrazo del acompañamiento y de la compasión. Compasión y ternura caminan unidas.
Cuando uno se acerca al otro y le ofrece el abrazo tierno del amor —por medio de una sonrisa, de una mirada, del guiño de un ojo, de compartir un silencio o con la simple escucha— en esa complicidad, cuando se hace con el corazón abierto al amor y la misericordia, uno deja la impronta misma de la ternura del Padre. La ternura de Dios es signo de su amor.
La ternura es símbolo de Dios. Es símbolo de Jesús. Y es símbolo de María. En ellos se condensa la alegría del amor, de la entrega, de la misericordia y de la generosidad.
¿Qué nos ocurre, entonces, para que nos cueste tanto ser símbolo de la ternura de esta Trinidad en nuestro entorno familiar, profesional o social?


¡Gracias, Padre, porque a través de la historia te manifiesta como un Dios de amor, de misericordia, de compasión y de ternura! ¡Señor, gracias, porque como cantamos en el salmo eres compasivo y misericordioso y nos invitas también a serlo con los demás! ¡Gracias, Señor, porque eres clemente y sientes ternura por cada hijo tuyo y nos invitas a serlo también con los demás! ¿Gracias, Señor, porque tu bondad y tu misericordia nos acompaña cada uno de los días de mi vida, hazme testigo de esta bondad y misericordia en los demás! ¡Padre, eres un Dios de amor! ¡Eres un Dios de ternura y misericordia! ¡Como hijo tuyo, quiero participar cada día, Padre de tu vida y de tu amor! ¡Que mi vida sea, Señor, un abrazar constante a los demás con mis gestos, miradas, palabras y sentimientos de ternura y de amor! ¡Que tu ternura, Señor, signifique para mí transformar mi corazón para abrirlo a los demás! ¡Envía tu Espíritu sobre mí, Señor, para ser compasivo y misericordioso, tierno y amoroso, como el Padre es misericordioso conmigo! ¡Señor, quiero ser fiel a mi bautismo, no espero solo tener la experiencia del perdón sino convertirme en instrumento tuyo, misionero de tu misericordia, que no es más que discípulo tuyo, Dios de compasión, ternura y bondad! ¡Que tu ternura permanente hacia mí, Señor, sea también un sello que yo lleve a los demás!

A la Virgen de la ternura, para llenarnos un poco de ese amor que debemos dar a los demás:

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