miércoles, 13 de junio de 2018

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Por algunas reacciones de mi carácter me planteo: ¿soy compasivo? Mejor dicho: ¿Soy compasivo como era Jesús? ¿Está en mi forma de actuar la compasión que es el modo natural de Dios? ¿Lo está en mi manera de contemplar a los demás y de ver la vida? ¿Son compasivos mis actos, mis acciones, todo lo que mueve y dirige mi vida?
Mi corazón se constriñe. Si hay algo que revolucionó el mundo en el que se movía Jesús es que todo estaba impregnado de un amor repleto de compasión. La compasión de Jesús transformó el mundo. Para Jesús la misericordia —hermana de la compasión— no era meramente una virtud: era la razón de ser de su Padre y por eso la extendió por allí donde iba.
Compasión para el enfermo, el poseído por espíritus malignos, por los desheredados, los marginados, los necesitados de liberarse de cargas pesadas, de los ciegos, los leprosos, los que viven en soledad, los que nadie escucha, lo que no tienen a nadie que los defienda, los que a nadie interesan… todos ellos eran acogidos por su corazón compasivo. Los atendía como hace con todos el mismo Dios.
Observo este cuadro y me pregunto: ¿Soy lo suficientemente compasivo como para interiorizar el sufrimiento del prójimo hasta el punto que entre en lo más profundo de mi ser, de mi corazón, haciendo su sufrimiento algo unido a mi? ¿Y una vez interiorizado, cómo me afecta ese sufrimiento del hermano, en qué medida me compromete con él? ¿Me lleva a actuar, a tomar partido por esa persona para aliviar su sufrimiento? ¿Reflejo en mi corazón la concreción del reino de Dios en este mundo, del que como cristiano debo testimoniar? ¿Comprendo que la comprensión es escuchar activamente con un deseo auténtico de comprender lo que le sucede al otro, que es el primer paso hacia el acompañamiento? ¿Comprendo que sin acompañamiento no hay amor?
En definitiva, ¿la compasión implica para mí sufrir con el otro, participar de su dolor ajeno con un sentimiento real y una actitud que conduce a acompañarle, consolarle, amarle y a orar por él para hacer más liviano su dolor?
¡Cuánto me queda por hacer por ofrecer más bondad, dulzura y amor a las personas que se cruzan por el camino de mi vida!


¡Señor, que como Tú sea capaz de ver al prójimo con mirada de amor y compasión! ¡Que todos mis actos reflejen la fuerza de tu misericordia, que esa compasión sea producto de haber cultivado en mi corazón el encuentro íntimo con Dios! ¡Señor, envíame sobre mi Tu Santo Espíritu, para que me ayude a vaciarme de mis egos, de mi soberbia, de mis expectativas personales, de mis yoes, de mis necesidades y de mis preocupaciones para convertirme en un ser orate que se acerque con el corazón abierto a todos aquellos que sufren! ¡Llena mi corazón, Señor, de tu misericordia, de tu gracia y de tu amor para llevarlo a todos los que cerca de mi necesitan de tu esperanza! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu, luz viva que por medio de mis gestos, palabras y acciones sientan su santa presencia! ¡Te pido, Señor, que derrames tu gracia sobre todos los que necesitan de tu misericordia, envía sobre ellos tu Santo Espíritu para que les brindes libertad, esperanza, amor y confianza! ¡Concédeme la gracia, Señor, de mostrarme siempre disponible para el que sufre, el que necesita consuelo, el ahogado por los problemas, el deprimido o desamparado! ¡Y danos, Señor, esa compasión que surge de tu corazón misericordioso, que tantas veces parece complicarnos la vida pero que nos lleva a la riqueza de sentir tu presencia amorosa! ¡Gracias, Señor, por la escuela de la compasión que es tu corazón misericordioso!


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