domingo, 3 de junio de 2018

LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS - EL AGUA VIVA DEL ESPÍRITU SANTO





 LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Benedicto XVI, Regina Coeli del 11 de mayo de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés, antigua fiesta judía en la que se recordaba la Alianza sellada por Dios con su pueblo en el monte Sinaí (cf. Ex 19). Se convirtió también en fiesta cristiana precisamente por lo que sucedió en esa ocasión, cincuenta días después de la Pascua de Jesús. Leemos en los Hechos de los Apóstoles que los discípulos estaban reunidos en oración en el Cenáculo cuando descendió sobre ellos con fuerza el Espíritu Santo, como viento y fuego. Entonces se lanzaron a anunciar en muchas lenguas la buena nueva de la resurrección de Cristo (cf. Hch 2,1-4). Ese fue el «bautismo en el Espíritu Santo», que había sido anunciado por Juan Bautista: «Yo os bautizo en agua -decía a las multitudes-, pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo. (...) Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11).

En efecto, toda la misión de Jesús estaba orientada a donar el Espíritu de Dios a los hombres y a bautizarlos en su «baño» de regeneración. Esto se realizó con su glorificación (cf. Jn 7,39), es decir, mediante su muerte y resurrección. Entonces el Espíritu de Dios se derramó de modo sobreabundante, como una cascada capaz de purificar todos los corazones, de apagar el incendio del mal y de encender en el mundo el fuego del amor divino.


Los Hechos de los Apóstoles presentan Pentecostés como cumplimiento de esa promesa y, por tanto, como coronamiento de toda la misión de Jesús. Él mismo, después de su resurrección, ordenó a los discípulos que permanecieran en Jerusalén, porque -dijo- «vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días» (Hch 1,5); y añadió: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

Por tanto, Pentecostés es, de modo especial, el bautismo de la Iglesia que emprende su misión universal comenzando por las calles de Jerusalén, con la prodigiosa predicación en las diversas lenguas de la humanidad. En este bautismo de Espíritu Santo son inseparables las dimensiones personal y comunitaria, el «yo» del discípulo y el «nosotros» de la Iglesia. El Espíritu consagra a la persona y, al mismo tiempo, la convierte en miembro vivo del Cuerpo místico de Cristo, partícipe de la misión de testimoniar su amor. Y esto se realiza mediante los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

En mi Mensaje para la próxima Jornada mundial de la juventud de 2008 propuse a los jóvenes que redescubran la presencia del Espíritu Santo en su vida y, por tanto, la importancia de estos sacramentos. Hoy quisiera extender esta invitación a todos: redescubramos, queridos hermanos y hermanas, la belleza de haber sido bautizados en el Espíritu Santo; volvamos a tomar conciencia de nuestro Bautismo y de nuestra Confirmación, manantiales de gracia siempre actual.

Pidamos a la Virgen María que obtenga también hoy para la Iglesia un renovado Pentecostés, que infunda en todos, de modo especial en los jóvenes, la alegría de vivir y testimoniar el Evangelio.

* * *

EL AGUA VIVA DEL ESPÍRITU SANTO
De las catequesis de san Cirilo de Jerusalén
(Catequesis 16, Sobre el Espíritu Santo)

El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna [dijo Jesús a la Samaritana, Jn 4,14]. Una nueva clase de agua que corre y salta; pero que salta en los que son dignos de ella.

¿Por qué motivo se sirvió del término agua, para denominar la gracia del Espíritu? Pues, porque el agua lo sostiene todo; porque es imprescindible para la hierba y los animales; porque el agua de la lluvia desciende del cielo, y, además, porque desciende siempre de la misma forma y, sin embargo, produce efectos diferentes: unos en las palmeras, otros en las vides, todo en todas las cosas. De por sí, el agua no tiene más que un único modo de ser; por eso, la lluvia no transforma su naturaleza propia para descender en modos distintos, sino que se acomoda a las exigencias de los seres que la reciben y da a cada cosa lo que le corresponde.

De la misma manera, también el Espíritu Santo, aunque es único, y con un solo modo de ser, e indivisible, reparte a cada uno la gracia según quiere. Y así como un tronco seco que recibe agua germina, del mismo modo el alma pecadora que, por la penitencia, se hace digna del Espíritu Santo, produce frutos de santidad. Y aunque no tenga más que un solo e idéntico modo de ser, el Espíritu, bajo el impulso de Dios y en nombre de Cristo, produce múltiples efectos.

Se sirve de la lengua de unos para el carisma de la sabiduría; ilustra la mente de otros con el don de la profecía; a éste le concede poder para expulsar los demonios; a aquél le otorga el don de interpretar las divinas Escrituras. Fortalece, en unos, la templanza; en otros, la misericordia; a éste enseña a practicar el ayuno y la vida ascética; a aquél, a dominar las pasiones; al otro, le prepara para el martirio. El Espíritu se manifiesta, pues, distinto en cada uno, pero nunca distinto de sí mismo, según está escrito: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Llega mansa y suavemente, se le experimenta como finísima fragancia, su yugo no puede ser más ligero. Fulgurantes rayos de luz y de conocimiento anuncian su venida. Se acerca con los sentimientos entrañables de un auténtico protector: pues viene a salvar, a sanar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar el alma, primero de quien lo recibe, luego, mediante éste, las de los demás.

Y, así como quien antes se movía en tinieblas, al contemplar y recibir la luz del sol en sus ojos corporales, es capaz de ver claramente lo que poco antes no podía ver, de este modo el que se ha hecho digno del don del Espíritu Santo es iluminado en su alma y, elevado sobrenaturalmente, llega a percibir lo que antes ignoraba.

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