viernes, 1 de junio de 2018

Cantar a María, cantar con María



Ciudad Redonda

José Cristo Rey García Paredes, cmf - Jueves, 31 de mayo de 2018
Hace más de 51 años (el 5 de marzo de 1967) apareció la Instrucción Musican Sacram” . En memoria de aquel documento, deseo en este mes de mayo dedicar una reflexión meditativa al canto litúrgico a María. Y lo deseo hacer con este sugerente título: Cantar a María, Cantar con María. Para centrar mi reflexión, voy a reducir mi reflexión al ámbito de la Liturgia de las Horas. En ella encontramos cinco antífonas marianas, que responden a la primera parte del título “Cantar a María”. Hay también un cántico bíblico, el Magnificat, que responde a la segunda parte del título que es “Cantar con María”. Si las antífonas son un canto de la Iglesia a María, el Magnificat es un canto de la Iglesia con María.

La reflexión meditativa sobre estas antífonas y el cántico evangélico nos permite redescubrir en la lex orandi, la lex credendi y en ambas la lex pulchritudinis et artis; nos servirá de canon y de inspiración para discenir la forma de cantar a María también hoy en nuestro tiempo.

Esta reflexión me ha permitido meditar y disfrutar de la belleza de los cantos litúrgicos a María. Espero contribuir un poco al esplendor y capacidad creadora de la bella liturgia, “siempre antigua y siempre nueva”.


l. El Encanto de María, fuente de inspiración artística y musical
1. “Bienaventurada me llamarán todas las generaciones”
“Bienaventurada me llamarán todas las generaciones”, ha sido una profecía que paso tras paso, a lo largo de esta historia de veinte siglos, se ha venido cumpliendo… y tampoco ahora cesa de cumplirse. La proclamación de la bienaventuranza mariana ha encontrado en el canto y en la música una de sus más intensas expresiones. El canto a María forma parte de esa bienaventuranza que generación tras generación representantes del ser humano proclaman.

María sigue siendo proclamada bienaventurada con el pluriforme y sorprendente lenguaje del arte: ella inspira a miles de artistas e intérpretes en cada época, en cada pueblo. Ella reúne coros populares, es cantada por miles de instrumentos, tema de miles de canciones en las más diferentes lenguas. Se forma en cada época, en la humanidad, un gran coro que desde los diferentes ángulos de la tierra alaba a María, le lanza súplicas y le agradece -con sentimientos conmovedores y epítetos sorprendentes- los dones  que concede.

La música es un arte liminal que también en María, la madre de Jesús y madre nuestra, encuentra espacios de expresión e inspiración. Muchos artistas anónimos han compuesto melodías a través de las cuales el pueblo sencillo ha orado, se ha emocionado, ha suplicado. Otros artistas han sabido configurar una música mucho más sublime y compleja para hacer de mistagogos en ese mundo misterioso y lleno de luz de María.

Desde Schubert a Bono (U2), creyentes, agnósticos o ateos… intérpretes los más diversos han sucumbido al encanto de María. ¡Cuántas y qué bellas versiones del Ave María! ¡Cuántos intérpretes que, desde la belleza de su voz y sentimiento, nos han ofrecido la plegaria que conmueve y llega al fondo del alma! En Iglesias y escenarios, en grandes conciertos al aire libre y en liturgias íntimas, en celebraciones marianas y bodas, se ha escuchado la plegaria más bella y universal, dirigida a María: “Ave María, gratia plena, Dominus tecum”.

2. “Llena del Espíritu Santo, cantó con intensa voz…”
Todo comenzó aquel día en que, según el relato del evangelista Lucas (1, 41-45), Isabel se sintió conmocionada en su cuerpo y poseída por el Espíritu en su alma y prorrumpió en el primer canto o antífona mariana:

“Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena  de Espíritu Santo; y exclamando (anephónesen) con gran voz (krauge megalé), dijo:

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

Antífona, anafona son dos formas de responder a la experiencia. Isabel responde con su anáfona, su proclamación, su grito inspirado en voz alta. Se trata, por así decirlo, de la primera antífona mariana, en la cual se canta la maternidad y la fe de María.

Isabel “bendice” (eulogia) a María y al fruto de su vientre. Canta su maternidad trascendente, inexplicable. En la maternidad está implicada la madre y el fruto del vientre. Se trata de la maternidad más merecedora de bendición que podamos imaginar. Isabel descubre en María a la “madre del Señor”. Y se pregunta: ¿cómo es posible que venga hacia mi? Se ve agraciada, superagraciada con la presencia de la Madre por excelencia. También el fruto de su vientre se alegra, salta de alegría, muestra un contento inexplicable. Isabel proclama también la primera bienaventuranza. Utiliza el macarismo “bienaventurada tú”. Se trata de la bienaventuranza de la fe. Isabel la canta en María y expresa al mismo tiempo su convicción de que todo lo que se le ha dicho de parte del Señor se cumplirá.

La antífona o anáfona de Isabel la repetimos constantemente los creyentes cuando nos dirigimos a María, en la primera parte del Ave María. Precede a la anáfona de Isabel las palabras del Ángel: “Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum”.

Desde entonces se han ido sucediendo las antífonas marianas. María ha sido cantada, alabada, como nadie en este mundo.

3. Entonces, María dijo: Magnificat
El mismo evangelista Lucas pone en boca de María el canto del Magnificat (Lc 1,46-55). Este canto es también “antífona”, es decir, respuesta o comentario a la acción de Dios, que se ha realizado en María. Ella reconoce, en una admirable paralelismo la acción de Dios: “alégrate”, le dice el Ángel; ella responde: “se alegra mi espíritu en Dios”; “has hallado gracia a los ojos de Dios”, le dice el Ángel y ella responde: “porque ha mirado la humillación de su esclava”; el Ángel le dice: “será grande”, y ella responde: “engrandece mi alma al Señor”; a la felicitación del Ángel y de Isabel María responde “desde ahora me felicitarán todas las generaciones”; a la frase del Ángel “nada es imposible para Dios”, María responde “desplegó la fuerza de su brazo, dispersó… derribó, exaltó…, colmó, despidió, acogió, se acordó”; a las palabras de Isabel “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, responde María: se ha acordado de su miserivordia a favor de Abraham y su descendencia”.

A estos sentimientos de María se une la Iglesia y se unen tantos compositores que han hecho suyo el Magnificat y le han dado configuraciones artísticas sublimes. Han reinterpretado el Magnificat artistas de la Escuela de polifonía española como Cristobal de Morales (primera mitad del siglo XVI, o Tomás Luis de Victoria, ya en la época de la Contrarreforma. Vivaldi y Juan Sebastián Bach compusieron bellísimos Magnificat. Bach lo estrenó en las vísperas de Navidad de 1723 en Leipzig. Su versión del Magnificat es bellísima, conmovedora. En la actualidad contamos, por ejemplo con  un Magníficat escrito en 1997 por el compositor español y jienense Jerónimo Maesso(Ubeda 1958).

II. Cantar a María
1. El canto como sobredeterminación de las palabras
El ser humano canta en aquellas ocasiones en que las palabras necesitan una supersignificación, una transfinalización. El canto sobredetermina las palabras, las sacramentaliza, las torna más completas, más intensas, más emotivas. Pensemos en las canciones que el amor inventa y que a su vez lo expresan. O pensemos en aquellas cantinelas que relatan historias y nos las hacen más entrañables, más memorizables. La canción religiosa es siempre comunitaria, sea interpretada por un solista, un coro, o todo el pueblo. Expresa sentimientos colectivos, populares, eclesiales. Pensemos en los himnos, cantatas, antífonas, villancicos, motetes.

Cuando fijamos nuestra atención en el canto a María descubrimos con cuánta intensidad y emotividad el pueblo cristiano se ha dirigido a ella y le ha cantado. Muchos cantos a María han ido entrando en el museo de la música y han quedado obsoletos. Algunos están reviviendo como testigos de una historia que no se resigna a ser olvidada. María dispone de un bellísimo “tesoro sacro-musical”. Los artistas continúan dirigiéndose a ella con la belleza de la música y de las palabras sobredeterminadas

2. El canto a María
El canto a María nace de la seducción y pasmo que produce su belleza, su figura y personalidad tal como Dios la ha diseñado. María es una obra maestra dentro de la humanidad. Es la mejor representante de nuestra raza. En ella se hacen realidad los mejores sueños de los humanos. Ante ella, el ser humano se siente inspirado y lanzado a expresar su admiración, su alabanza, su loa

El canto a María tiene también una segunda fuente: es la necesidad de recurrir a ella, la súplica, la petición de ayuda. Al experimentar su belleza y también su compasión, su misericordia, María se vuelve accesible y, por eso, surge el canto como plegaria, como prez. La experiencia de la precariedad nos vuelve, ante ella, suplicantes. La conciencia de la inmensa cercanía de María a Dios, nos vuelve muy confiados en su intercesión.

El canto a María tiene una tercera fuente: es el agradecimiento. Quien ha sentido su presencia, su consuelo, su amor misericordioso, vuelve a María para agradecerle lo que le ha sido concedido. Por eso, se canta agradecidamente el don recibido.

3. Canto a la seducción de su belleza y a su excelente: los títulos litúrgicos
La música litúrgica mariana resalta la belleza y excelencia de María utilizando los más variados títulos, símbolos y epítetos. He analizado himnos marianos dela liturgia bizantina [3], siria [2], maronita [3], etiópica, alejandrina, romana y he constatado cómo María es contemplada desde los símbolos del Antiguo Testamento, desde la función que ejerce en el Nuevo Testamento, desde su presencia intercesora, materna en el tiempo de la Iglesia.

María es presentada desde los símbolos veterotestamentarios del Paraíso, del Templo y de la Profecía:

El símbolo del Paraíso: María es contemplada como luz y puerta del Paraíso, árbol florido y Jardín del Hijo celestial, Jardín cerrado donde Dios habita.
El símbolo del Templo: María es proclamada nuevo templo, templo perpetuo, vestíbulo sacerdotal, columna elegida, vara de Aarón -que floreció sin ser regada-, manojo de mirra que Moisés vio coronado de llamas en el monte Tor, vaso de alabastro, trono de Dios que Daniel el profeta vio sobre los serafines, altar sagrado que habita Dios, incensario seráfico de oro, Arca de la alianza, envuelta en oro purísimo, Incensario de plata, lleno de ardientes brasas, velo de lino fino.
El símbolo del cumplimiento de las Profecías: fuerza de Sansón, cúpula de Moisés, Hija de David, Flor de Jesé, que trajiste a la tierra el Salvador, escala de Jacob, coronada por el Espíritu de Dios, abundancia de profecías.
María es también alabada por las funciones trascendentes que ejerce en el Nuevo Testamento:

Por su maternidad virginal: Theotokos, Purísima, Castísima Virgen, la que concibió sin perder la virginidad, la Panaguía, Esposa celestial, extensión del cielo, Virgen Inmaculada prometida al esposo.
Por ser luz: es aclamada como Carro del Padre, radiante de la luz divina, Lámpara del universo, Luz de las estrellas, Luz en medio de este mundo en tinieblas, Madre del sol glorioso, Luz esplendente.
4. Canto a su poder intercesor
Las liturgias diversas reconoce el poder protector, auxiliador e intercesor que le ha sido concedido a María. Por eso, se es contemplada en los cánticos o humnos marianos como:

nuestra abogada,
la que escucha las peticiones del pecador y a quien suplica misericordia,
la que auxilia a los necesitados,
Doncella misericordiosa, abogada,
madre de Justicia,
saciedad de los que tienen hambre,
auxilio de los pecadores,
superabundancia en tiempo de frutos,
compensación de los años de hambre,
vino de dulces uvas,
Reina del Amor.
III. Cantar a María: las cuatro antífonas marianas
Batiffol admite que nosotros tenemos una deuda de gratitud a quienes  nos dieron las antifonas de la Santísima Virgen [4]: “cuatro exquisitas composiciones aunque en un estilo debilitado por el sentimentalismo”. Los himnos son, de hecho, exquisitos, aunque funcionan con la gama de estilo literario medieval: “Alma Redemptoris Mater“, “Ave Regina Coelorum“, “Regina Coeli” y Salve Reina.

1. Alma Redemptoris Mater
Se recita desde el primer domingo de Adviento hasta la Purificación. Esta antífona se atribuye al monje benedictino de Reichenau, Hermann Contracto (+1054). Desarrolló la teoría musical de las notas: escribió una obra titulada “De Musica”. Entre sus composiciones se le atribuye la composición del Alma Redemptoris Mater:

En esta bellísima antífona María es cantada como:

“Alma Redemptoris Mater”: Nutricia madre del Redentor.
Pervia porta coeli”: puerta abierta del cielo.
“Stella maris”: estrella del mar.
“Quae genuisti -natura mirante- tuum sanctum Genitorem”: la que engendraste, ante el pasmo de la naturaleza, a quien te engendró.
“Virgo prius ac posterius”: virgen antes y después.
“Sumens illud ave Gabrielis ab ore”: la que escucha el saludo del ángel Gabriel.
Se canta la maternidad de María calificada como “nutricia” y “virginal” o trascendente, creyente, única e incomparable. María es contemplada como la Madre del Redentor y la que escucha la Palabra de Dios.

Por eso, está tan cerca de aquel que nos libera, nos redime, nos hace ser de nuevo. En ella se nos abre el cielo; es la puerta abierta; en ella encontramos la orientación en el mar de la vida. Por todo, ello la comunidad cristiana le suplica:

“Sucurre cadenti surgere qui curat populum”: “ven a librar al pueblo que tropieza y quiere levantarse”.
“peccatorum misere”: “ten misericordia de los pecadores”.
La Iglesia le canta a María pidiéndole ayuda ante los tropiezos, misericordia ante los pecados.

2. Ave Regina coelorum
Se recita desde la Purificación hasta el jueves santo, o el tiempo de preparación para la Pascua.Esta antífona se encuentra en el libro de san Albano del siglo XII. Se supone que fue entonces compuesta, pero se desconoce su autor. Th. Bernard [5] dice que fue introducida en el Oficio Divino por el Papa Clemente VI en el siglo XIV, pero no conocemos su autor. Al comentar la antífona este autor dice que en ella se perciben los nobles acentos y aspiraciones de muchos doctores de la Iglesia, como san Atanasio, san Efrén, san Ildefonso. Por el tiempo en el que se recita, se quiere decir que María es incluída de esta forma en el drama que prepara la Pascua y que concluye con los nuevos Cielos.

María es aclamada con varios títulos:

Regina coelorum: reina de los cielos
Domina Angelorum: señora de los ángeles
Radix, porta ex qua mundo lux est orta: raiz y puerta de la cual ha nacido para el mundo la luz.
Virgo gloriosa: virgen gloriosa
Super omnes speciosa: la más bella de todas.
Valde decora: muy bella.
María es contemplada desde la perspectiva de la belleza (mariologia pulchritudinis). El creyente se siente transformado ante ella. María es contemplada en su plenitud escatológica: como reina del cielo, señora de los ángeles, virgen gloriosa y la más bella. A su  existencia histórica sólo se hace referencia, llamándola raíz y puerta de la Luz.

Tanta belleza suscita en los creyentes admiración, deseos de alabarla y saludarla. He aquí los términos que lo expresan: Ave!, Ave!, Salve!,Gaude!, Vale! La belleza estremece, alucina, provoca la alabanza intensa, la exclamación continuada.

El aspecto de súplica queda muy reducido, casi como un breve apéndice: “et pro nobis, Christum exora”: “y ora intensamente a Cristo por nosotros”.

3. Regina coeli laetare
La antífona “Regina coeli” es de autor desconocido, probablemente del siglo XII. Los franciscanos la recitaban en las Completas ya en el siglo XIII y la popularizaron. La leyenda atribuye su autoría al Papa Gregorio Magno (604). Él habría escuchado las tres primeras líneas cantadas por Angeles cierta mañana del tiempo pascual en Roma mientras caminaba decalzo en una gran procesión. Entonces el Papa añadió una cuart: “ora pro nobis Deum, Alleluia”. La melodía típica oficial se encuentra en el Antifonario del Vaticano (1911).  Solamente se da una de la melodía.  El himno ha sido frecuentemente tratado musicalmente por dos compositores polifónicos y modernos.

Se recita durante el tiempo pascual. La antífona celebra la resurrección de Jesús en estos términos:

“Regina coeli, laetare, alleluia: Reina del cielo, alégrate
Quia quem meruisti portare, alleluia: porque al que has merecido llevar
Resurrexit sicut dixit, alleluia: ha resucitado según su palabra,
Ora pro nobis Deum, alleluia: Ora al Señor por nosotros
María es contemplada como la “reina del Cielo” –título de las diosas mediterráneas-. Se une su maternidad con el renacimiento pascual de Jesús. La comunidad cristiana le pide una oración por nosotros ante Dios.

4. Salve Regina
Se recita durante todo el resto del año. Son algunos a quienes se les atribuye esta antífona: Ademaro de Monteuil (1098), Pedro de Mezonzo, obispo de Compostela (s. XI) y finalmente, a San Bernardo. La Salve fue de las primeras antífonas marianas admitidas en la Liturgia (Hernán Contracto, siglo XI) enriquecida por S. Bernardo con las palabras finales: ‚Oh clemente, oh piadosa, oh virgen María‚ (24 de diciembre 1146).Todos los estudiosos están completamente de acuerdo en que San Bernardo es el autor de la última frase:

“Dios te salve, reina y madre de misericordia;
Vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve.
A ti clamamos los desterrados hijos de Eva.
A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh clementísima. oh piadosa, oh dulce Virgen María”.

La tradición de la liturgia occidental nos ha transmitido cinco antífonas marianas que se cantan al finalizar el día, en la oración de Completas. Éstas son: Sub tuum praesidium y Salve Regina, para el tiempo ordinario; Alma Redemptoris Mater para el tiempo de Adviento, Ave Regina coelorum, para el tiempo después de Navidad y Cuaresma, Regina coeli para el tiempo de Pascua.

5. Sub tuum praesidium
Se trata de una oración antiquísima, la más antigua. Mucho más tarde se volvió canto gregoriano.

La melodía es como un diálogo entre nuestra necesidad y la expectativa. Tiene una intensidad que impresiona y una dulzura que emociona. En el canto se logra crear un espacio de súplica y presencia que extasía.

Es tal vez la primera oración mariana: encontrada en un papiro de Egipto.

Sub tuum praesidium confugimus: Nos refugiamos, junto, en tu fortaleza. María es nuestro presidio, el lugar seguro de quienes huimos, de quienes necesitamos protección. Somos peregrinos, pero también perseguidos.
Sancta Dei Genetrix: No es llamada María, simplemente Santa Genitora de Dios, o generadora de Dios. María es contemplada como generadora de aquel a quien confesamos Hijo de Dios. Se trata de la versión latina de la expresión griega “theotokos”. Se contempla a María después de la concepción y el parto. Se la contempla en el momento sacrosanto, sagrado, de concebir y dar a luz al mismo hijo de Dios. El lenguaje amoroso y apasionado no sabe de preciosiones teológicas, ni le interesa. Bien sabe el Pueblo cristiano que María no ha engendrado la divinidad; lo que sí sabe es que Jesús es el Hijo de Dios. Y ante quienes dudan de su divinidad, el pueblo reacciona proclamando la divinidad en la madre, a la que llama exageradamente, pero con toda su verdad “Theotokos”. Es Jesús el “theos”, el “Deus” engendrado por María. Ella, como Madre es la fortaleza, el refugio, la protección.
Nostras deprecationes ne despicias in nesiteccesitatibus nostris: Las nuestras no son únicamente preces. Se trata de unos ruegos llenos de intensidad, que manfiiesta el término de-precación. Estamos en situación de necesidad, de extrema necesidad. Necesitamos el amparo de la Madre de Dios.
IV. Cantar a María: los Himnos Litúrgicos
1. Stabat Mater
Estaba la Madre Dolorosa. Su composición se atribuye a Jacobo Benedetti más conocido con el despectivo de “Jacopone” de Todi, franciscano, uno de los más preclaros trovadores de la poesía religiosa. También compuso el Stabat de la Cruz y el Stabat del Pesebre, verdaderas joyas de la literatura religiosa:

“La madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

¡Oh cuán triste y cuán afligida
se vio la Madre bendita
de tantos tormentos llena!
cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
¿y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en El que conmigo.

Hazme contigo llorar,
condolido muy de veras
sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de Vírgenes santa!,
llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
sienta en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en el viva y more
que es fe y de amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance de vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

2. Ave Maris Stella
Salve Estrella del Mar. Fue el Himno más conocido durante la Edad Media. Su composición se atribuye a San Venancio Fortunato († 601). Anteriormente se rezaba en las Vísperas de casi todas las festividades de la Virgen María:

“Salve, Estrella del mar,
santa Madre de Dios,
madre siempre virgen,
dichosa puerta del cielo.

Tú, que fuisteis saludada
por el ángel Gabriel
como Madre de los vivientes,
nueva Eva, concédenos la paz.

Rompe las cadenas de los pecados,
da luz a los ciegos,
líbranos de todo mal
y haz que Dios nos dé la felicidad.

Muéstrate siempre como Madre,
que por medio de ti reciba nuestra
súplica aquel que se hizo hijo tuyo,
aquel que se hizo carne por nosotros.

Entre todas piadosa,
Virgen que no tiene par,
Virgen dulce entre las vírgenes,
infúndenos un corazón sencillo y puro.

Haz que nuestra vida sea santa,
da seguridad a nuestro camino,
a fin de que, contemplando a Jesús,
participemos siempre de tu gozo.

Alabanza a Dios Padre,
gloria a Cristo soberano,
así como al Espíritu;
los tres igual honor”.

3. Akáthistos: Himno oriental
El himno litúrgico “Akáthistos” en honor de la Madre de Dios, es el poema mariano más célebre de la antigua iglesia oriental. Akáthistossignifica “estando de pie”.

Este himno se canta y escucha de pie. Posiblemente fue compuesto a fines del siglo V. Su composición se le atribuye a San Romano Cantor. Contiene 24 estrofas compuestos por una o varias partes a la vez.

Así comienza el himno Akáthistos en su primera parte:

“El primero de los Ángeles
fue enviado del cielo
a decir “Dios te salve” a la Madre de Dios;
y con voz angelical,
contemplándote, oh Señor, hecho hombre
extasiado quedó
y así le cantaba:

Salve, por ti resplandece la alegría
Salve, por ti se eclipsa la maldición,
Salve, perdón de Adán, el caído
Salve, rescate de las lágrimas de Eva,
Salve, Oh cima encumbrada a la mente de los hombres,
Salve, abismo insondable a los ojos de los ángeles,
Salve, porque tú eres trono del Rey,
Salve, porque llevas a aquel que todo lo sostiene,
Salve, estrella que nos anuncia el sol,
Salve, regazo de la divina encarnación,
Salve, por ti la creación se renueva,
Salve, por ti el Creador se hace niño,
Salve, ¡esposa inmaculada!”.

V. Cantar con María, presencia en el Espíritu
1. Puerta del cielo
Se llama a María “Puerta del Cielo” porque a través de ella Dios vino del cielo a la tierra. Algunos Padres de la Iglesia aplicaron a María estas palabras del profeta Ezequiel: “La puerta quedará cerrada, y ya no se abrirá, y ningún hombre entrará por ella, hasta que el Señor Dios de Israel pase por ella, y quedará cerrada para el Príncipe, y el Príncipe en persona se sentará en ella” (Ez 44,1-3). La imagen de la “puerta del cielo” recuerda también el sueño de Jacob en Betel (Gn 28)

María no sólo ha sido el camino por el que Cristo, Dios hecho hombre, ha venido a nuestro mundo, sino que ella ha colaborado con la totalidad de su ser a que la venida de Cristo fuera posible.  Esta importante misión de María  sigue estando presente en la vida de la Iglesia y de la humanidad de hoy. Ella sigue siendo el camino por el que Dios viene a nosotros. San Alfonso María de Ligorio dice en las Glorias de María:

“María se llama Puerta del Cielo porque ninguno puede entrar en esta dichosa mansión si no pasa por ella”.

La expresión aparece recogida en antífonas marianas como “Ave Maria Stella”, “Alma Redemptoris”, y “Ave Regina Coelorum”.

San Andrés de Creta, en una de sus Homilías marianas para el día de la Anunciación, dijo:

Con razón eres bendita, pues te ha bendecido Dios y has sido su tabernáculo, cuando inefablemente llevaste en tu seno a Cristo Jesús, verdadero hombre del todo lleno de la gloria del Padre y verdadero Dios, pues posee perfectamente ambas naturalezas. Bendita tú, verdaderamente, a quien Ezequiel denominó … Oriente y puerta cerrada por la que sólo Dios había de pasar y de nuevo quedaría cerrada. Puerta del cielo, por la cual solamente ha pasado el Señor de los cielos y a nadie ha permitido el paso, ni antes, ni después del Él.

Si el cielo es la felicidad eterna, el lugar donde reside Dios y donde estamos destinados a vivir felices por toda la eternidad, la puerta de entrada es muy importante. Resulta que la puerta se llama María. Al cielo se entra por María. Quien ama a María, quien le tiene gran devoción, tiene el boleto asegurado y la puerta abierta para entrar.

Su sí a Dios abrió la puerta que estaba cerrada. Ella nos abrirá la puerta de la felicidad eterna; nos dará un abrazo cariñoso. y nos presentará a Jesús y al Padre. ¡Cuanta ilusión me da el pensar en ese momento!

A medida que conocemos a la Virgen, nos vamos enterando de su gran importancia en esta vida y en la otra vida. María nos es completamente necesaria e indispensable. Y los que opinan de otra manera, muy su opinión, que respetamos, pero andan muy equivocados.

Abrir la puerta, y encontrarnos con María Santísima es el comienzo del cielo, su preludio, el inicio del éxtasis eterno que comienza…pero no terminará jamás…

2. El Magnificat permanente
En el evangelio de San Lucas (1, 46-56) encontramos el cántico del Magnificat que se reza todos los días en las vísperas. En su primera parte se halla la más grandiosa exaltación de la “humilde esclava”. Dios ha querido que la misma Virgen María inspirada por el Espíritu Santo, alabe al Señor proclamando las grandezas que el Altísimo ha realizado en su Ser; y en la segunda parte exulte su poder misericordioso:

«Engrandece mi alma al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava,
por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los que son soberbios en su propio corazón.
Derribó a los potentados de sus tronos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y despidió a los ricos sin nada.
Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
-como había anunciado a nuestros padres
– en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»

3. María en el Oficio de Taizé
“Ven, Espíritu Santo, creador Dios de amor: Tú hiciste a la Virgen María tu madre según la humanidad, bendita entre las mujeres y feliz por todos los siglos; renueva en nosotros la fe en tu Hijo, verdadero Dios y verdadero hombre, y la acción de gracia por todas las maravillas de la Encarnación, por Cristo, nuestro Señor.

Ven, Espíritu Santo, creador Dios de la gloria. Tú alegraste a María, tu humilde servidora, con la venida del Mesías, y le inspiraste un cántico de gozo y de victoria. Humilla nuestro orgullo, arruina nuestra prepotencia, a fin de que en la humildad y la pobreza, podamos encontrar la verdadera fuerza y la riqueza verdadera, por Cristo, nuestro Señor.

Ven, Espíritu Santo, creador Dios compasivo. Tú asociaste a María a los sufrimientos de su Hijo, para asemejar su Corazón a los dolores del Crucificado; haz que encontremos el gozo en padecer por el Evangelio, y que completemos en nuestro cuerpo lo que falta a los dolores de Jesús por su Cuerpo, la Iglesia, por Cristo, nuestro Señor”.

El Oficio de Taizé no invoca a María, sino al Espíritu Santo. Y del Espíritu proclama que Él:

hizo a la Virgen María madre según la humanidad de Jesús, bendita erntre las mujeres, feliz por todos los siglos:
alegró a María, humilde servidora
le inspiró un cántico de gozo y de victoria
asoció a María a los sufrimientos de su Hijo para asemejar su Corazón a los dolores del Crucificado.
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[1] “Al cantar las glorias de tu Hijo, te alabamos a ti también, ¡oh Madre de Dios y su templo viviente!… ¡oh Purísima!, no desprecies las peticiones del pecador, porque aquel que sufrió por nosotros tendrá también misericordia y nos salvará. ¡Oh Cristo! he aquí a tu Madre, a la que te concibió en su seno sin pérdida de su virginidad, continuando virgen después; te la presentamos para que sea nuestra abogada, oh tú que eres misericordia; tu que concedes el perdón a los que te dicen desde su corazón: Acuérdate de mí, ¡oh Señor cuando entres en tu reino!”.

[2] “¿Cómo te podré alabar dignamente, oh castísima Virgen? Porque tú sola entre los hombres eres toda santa y a todos das el auxilio y gracias que necesitan. Todos los que habitamos en la tierra hemos puesto en ti nuestra esperanza. Fortifica nuestra fe, brilla en las tinieblas de este mundo mientras los hijos de la Iglesia cantamos tus alabanzas. Trono de los querubines, tú eres la puerta del cielo; ruega siempre por nosotros para que seamos salvos en aquel terrible día. Amén”.

[3] “Que tu intercesión nos proteja siempre, ¡oh Madre purísima!, y ayúdanos en las necesidades según tus deseos. Somos desterrados en esta tierra y tenemos ante los ojos siempre nuestro fin, y, así y todo, muchos de los nuestros perecen. Ayúdanos con tus oraciones, ¡oh Doncella misericordiosa! y sé siempre nuestra abogada para que nuestra mala voluntad no nos pierda. Bendita y Santa María, ruega a Dios por nosotros, ya que tú llevaste en el seno, para que se apiade de nosotros por tu intercesión”. Amén

[4] L’Histoire du bréviaire romain (Paris, 1893

[5] Le Breviaire (Paris, 1887), II, 454 sqq.

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