martes, 17 de diciembre de 2024

SER "MADRES" DE JESUCRISTO (III)

 


SER "MADRES" DE JESUCRISTO (III)
por Gérard Guitton, OFM

Somos verdaderamente sus madres

San Francisco sabe todo lo que dice el Evangelio sobre esto. Vive profundamente esta maternidad espiritual del discípulo cuando escribe la Carta a todos los fieles. Todo el pasaje citado al principio del artículo respira una atmósfera muy mariana y joánica a la vez: «Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23)» (2CtaF 48). Estas palabras recuerdan la presencia del Espíritu sobre el Mesías (Is 11,2) y la idea clave de Juan de «permanecer en Dios». También María recibió el Espíritu Santo en vistas al nacimiento del Mesías: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35).

Y san Francisco nos invita así mismo a esa efusión del Espíritu que nos permite alcanzar ese inmenso y rico parentesco con el Padre y el Hijo, en el Espíritu: «Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan (cumplir la voluntad de Dios). Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo...; madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16)» (2CtaF 49-53).

Todos los momentos de la vida de una madre están, por así decirlo, descritos en este pasaje: la fecundación, la gestación y el parto: «Como primera cosa, el "concepit" (concibió): como María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo en actitud de obediencia creyente y dejarse llevar totalmente de Él. Pero el "concibió" -y este es el segundo momento- debe convertirse en "peperit" (dio a luz): el hombre, obediente y creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de Dios, darle vida y forma» (Esser, o. c., p. 293). Por el amor llevaremos en nuestro seno (y, sin duda, «alimentaremos») a Cristo, y mediante nuestras buenas obras lo daremos a luz. En mi opinión, el vértice de 2CtaF 49ss recae en ese dar a luz y alumbrar a Cristo mediante una vida activa de caridad, lealtad y pureza, más que en el hecho de que Cristo llegue a ser nuestro hijo. Una cosa es afirmar que somos «madres» de Jesucristo dándolo a luz con nuestro amor a los demás, y otra es afirmar que Jesús es nuestro hijo. Yo prefiero mantener el acento sobre los verbos «llevar» y «dar a luz», sin llevar más lejos la comparación.

La fidelidad al Espíritu Santo y la puesta en práctica del amor que llevamos en nuestro interior, es algo que Francisco considera muy importante, pues lo cita en sus escritos cuatro veces. El texto más largo y claro es el de la Regla bulada (2 R 10,8-10): «Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan...». La expresión «su santa operación» refleja la acción del Espíritu que nos hace actuar, que nos hace orar (cf. Rm 8,26-27), tener paciencia y amar en la persecución.

Esta expresión es traducida por «obras santas» en los otros tres textos: 2CtaF 53; Test 39; 1CtaF 2,21.

En 2CtaF 53 y en 2 R 10,9, se trata de actos que hay que realizar bajo el influjo del Espíritu; en los otros dos textos, el acento recae sobre la puesta en práctica de la palabra recibida. En todos ellos, está presente en el espíritu de Francisco el ejemplo de María. Según él, el Espíritu reposa sobre todos los fieles, en particular sobre los pobres y los pequeños: «En Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la Religión -que es el Espíritu Santo- se posa igual sobre el pobre y sobre el rico» (2 Cel 193).

[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 495-497]

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