lunes, 16 de diciembre de 2024

SER "MADRES" DE JESUCRISTO (II)

 


SER "MADRES" DE JESUCRISTO (II)
por Gérard Guitton, OFM

Una mirada al Evangelio

Las frases breves corren la misma suerte en todas partes. Algunas se emplean con frecuencia; otras se citan sólo en raras ocasiones; incluso, a veces, caen en el olvido. Me parece que algo de esto es lo que ha ocurrido con los pasajes en los que Jesús nos habla de ser su propia madre. Son, sin embargo, pasajes muy significativos. Dos series de textos nos hablan de este tema.

Una primera perícopa se encuentra en los tres evangelios sinópticos: Mateo 12,46-50; Marcos 3,31-35; Lucas 8,19-21. Citamos el pasaje de Marcos; es bastante parecido en Mateo, algo diferente en Lucas:

«Fue (Jesús) a casa y se juntó de nuevo tanta gente que no lo dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a echarle mano, porque decían que no estaba en sus cabales... Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. Tenía gente sentada alrededor, y le dijeron: "Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera". Él les contestó: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" Y paseando la mirada por los que estaban sentados en el corro, dijo: "Aquí tenéis a mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana y mi madre"» (Mc 3,20-21 y 31-35).

Raras veces he leído o escuchado comentarios sobre este pasaje que, al parecer, ha molestado durante mucho tiempo a los comentaristas y predicadores. ¿Había que hablar de él cuando se predicaba sobre la Virgen María? ¿No contiene palabras descorteses sobre la madre de Jesús? En efecto, al citar este texto de Marcos (con los versículos 20-21, que no aparecen en los otros evangelios), se da a entender que María debía formar parte de la parentela que dice que Jesús no está «en sus cabales»; lo cual es bastante inquietante para cierta mariología clásica.

Hace algunas décadas se habló incluso de «mariología restrictiva» a propósito de este pasaje, pues no era bastante respetuoso con María y la frase de Jesús desviaba la atención de los discípulos de la persona de su madre para centrarlos más en sí mismos. Normalmente la Virgen María debía atraer a sí todas las miradas del cristiano. Por ello, cuando se quería exaltar a la Virgen María, se procuraba no citar este pasaje. Lo mismo ocurría con la respuesta más bien seca de Jesús a María en las bodas de Caná: «¿Quién te mete a ti en esto, mujer?» (Jn 2,4).

Afortunadamente, el Concilio Vaticano II ha tratado todas estas tendencias como se merecían, y la constitución sobre la Iglesia, la Lumen Gentium, en su capítulo final sobre «La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia», cita todos estos textos aparentemente algo «antimariológicos» (LG 58).

La segunda perícopa es más conocida y aparece con mayor frecuencia en la liturgia y en los comentarios; es el famoso loguion de «La verdadera dicha»:

«Estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo, y dijo: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!" Pero él dijo: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan"» (Lc 11,27-28).

El aserto lanzado a Jesús apunta en ambas citas a su madre (en la primera, también a sus hermanos y hermanas); la segunda perícopa está escrita con un estilo colorista típicamente judío. Y en ambas ocasiones llama Jesús la atención sobre algo diferente de su madre. Con todo, no la desvaloriza en absoluto; al contrario, muestra que cualquier discípulo puede adquirir las mismas cualidades de su madre, que es el modelo de toda unión con Cristo. Me habláis de mi madre, dice en resumidas cuentas Jesús, pero cada uno de vosotros puede actuar como ella, es decir, cumplir la voluntad de Dios; si hacéis esto, estaréis vinculados a mí como un hermano, como una hermana, como mi madre incluso, que cumplió siempre la voluntad de Dios.

San Marcos y san Mateo insisten en hacer, en cumplir la voluntad de Dios, siguiendo la idea básica del discurso de la montaña: hacer, cumplir la voluntad del Padre para entrar en el reino de los cielos (Mt 7, 21). San Lucas prefiere insistir en la escucha de la Palabra de Dios y en guardarla en el corazón. Es la actitud habitual de todos los discípulos lucanos, empezando por María: en la Anunciación, María escucha la Palabra de Dios y la guarda en su seno para que fructifique y tome cuerpo convirtiéndose en el cuerpo de Jesús, que ella dará al mundo en la noche de Navidad. Durante el período de la infancia, María permanece igualmente a la escucha de todo cuanto sucede a su hijo, conserva en su corazón todos estos «rèmata», vocablo griego que significa, a la vez, «palabras» y «acontecimientos» (Lc 2,19.51; cf. Adm 28,3). En otro lugar, es otra María, la hermana de Marta, quien elige únicamente escuchar la palabra de Jesús y quien, por ello, «ha elegido la mejor parte» (Lc 10,38-40). San Pablo dirá más tarde, en ese mismo sentido, que la fe nace de la audición (Rm 10,17).

Es bien comprensible, pues, que en el pasaje de «La verdadera dicha» subraye san Lucas la importancia de la escucha de la Palabra para luego guardarla celosamente. ¿Dichosa mi madre?, pregunta Jesús. Ciertamente, pero porque ha escuchado plenamente la Palabra de Dios y la ha guardado en su corazón. Pues bien, cualquier discípulo puede ser tan dichoso como ella si sabe escuchar y conservar la Palabra, Palabra que hará nacer en él la fe y el amor que María tuvo como nadie. Y «guardar, conservar la Palabra» no es, de ningún modo, una actitud pasiva o a la espera de los acontecimientos, sino la tarea de la mujer encinta que lleva en su seno una semilla que no cesa de crecer, de tomar cuerpo y, por último, de nacer para ser abiertamente revelada al mundo.

Tal debe ser la actitud profunda de todo discípulo de Cristo.

[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 493-495]


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