domingo, 15 de diciembre de 2024

SER "MADRES" DE JESUCRISTO (I)

 


SER "MADRES" DE JESUCRISTO (I)
por Gérard Guitton, OFM

¿Podemos ser «madres» de Jesús? Así formulada, la pregunta puede resultar chocante. Jesús sólo tuvo una madre, María. Con todo, también Jesús dijo que el que cumple la voluntad de Dios es su «madre». San Francisco, en expresión de Celano, llevaba desnudo en el corazón a quien la Virgen llevó desnudo en sus brazos. Y afirma que podemos ser «madres» de Jesús si, como ella, permanecemos a la escucha de la Palabra de Dios y obedientes a la acción del Espíritu para que Cristo crezca en nosotros y se revele al mundo por nuestro amor y nuestras buenas obras.

La fiesta de la Navidad nos hace revivir el misterio central de la Encarnación del Hijo de Dios, que colmaba de alegría el corazón de Francisco. Francisco celebraba esta fiesta con más solemnidad que todas las demás (2 Cel 199).

Él asoció siempre a la Virgen María con la presencia de Jesús. Para Francisco, María acompaña paso a paso a Jesús en su vida de pobreza, hasta tal punto que ha podido afirmarse que la pobreza de María fue «una concretización de la pobreza de Cristo» y signo de que ella compartió y participó voluntaria y plenamente «en el destino de su Hijo» (Esser, Temas espirituales, 298). Es lo que Francisco dice con toda claridad al principio de su Carta a todos los fieles: «Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (2CtaF 5).

Lo que Francisco ama en María, es que ella nos dio como hermano «al Señor de la majestad» (2 Cel 198). Ella nos lo dio. Esta maternidad divina contiene, pues, una realidad extraordinaria que nos afecta espiritualmente a todos y a cada uno de nosotros. Francisco hablará con frecuencia de esta maternidad en sus escritos. Y el tiempo de Navidad es particularmente propicio para la contemplación de esta maternidad de María. Pero, ¿no desborda este misterio la persona misma de María? ¿No hay en este misterio una maternidad espiritual que debemos vivir a nuestro nivel? La Carta a todos los fieles contiene una frase que nos orienta en tal sentido; se dice allí que nosotros podemos ser «madres de nuestro Señor Jesucristo».

Una frase sorprendente

Tras recordar, primero a todos los fieles y después a los religiosos, las exigencias de la vida cristiana, vida cristiana que debe pasar por el amor a Dios y al prójimo, la vida sacramental y la renuncia a uno mismo por Cristo, san Francisco subraya cuán maravillosa es esta vida si está conformada a la acción del Espíritu Santo:

«Y sobre todos ellos y ellas, mientras hagan tales cosas y perseveren hasta el fin, descansará el espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. Somos ciertamente hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo. Madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo.
»¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado» (2CtaF 48-56).

La cita es larga, pero había que reproducirla. Sus términos han sido cuidadosamente escogidos, son precisos, pero pueden sorprender. Para hablar de nuestras relaciones con las tres personas divinas, Francisco se sirve de la gama de relaciones de la vida de familia: tras recordar que todos somos «hijos» del Padre celestial, nos pide a la vez que seamos «esposos», «hermanos» y «madres» de Jesús, y se extasía en una serie de adjetivos con los que califica tales maravillas. Además de que habitualmente es imposible ser esposos, hermanos (o hermanas) y madres de la misma persona, cuando se trata de las relaciones con Jesús, la dificultad es distinta: pase todavía el ser su hermano; nos resulta más o menos familiar este parentesco con él. Ser su esposo resulta ya más difícil de entender; ¿lo intuyen un poco naturalmente los casados, por sus propias relaciones conyugales? En cuanto a ser su madre, ¿podrá experimentarlo más fácilmente cualquier mujer que ha dado a luz? No lo sé.

Lo que, por el contrario, sí sé es que, caso de que se pueda comprender algún elemento de estas realidades misteriosas, esponsal y maternal, mirando a la Virgen María es como lo lograremos. Y mirando, desde luego, al Evangelio. Como Francisco, y lo veremos a continuación.

[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 491-493]

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