viernes, 19 de abril de 2024

FRANCISCO, HOMBRE PACÍFICO Y PACIFICADOR Del discurso de Juan Pablo II a una peregrinación (2-X-86)

 


FRANCISCO, HOMBRE PACÍFICO Y PACIFICADOR
Del discurso de Juan Pablo II a una peregrinación (2-X-86)

La vida y la personalidad del Pobrecillo de Asís son extraordinariamente ricas en numerosos aspectos de la santidad cristiana; pero indudablemente uno de los mensajes, inspirados en el Evangelio, que san Francisco ha vivido en profundidad y que sigue resonando en las conciencias de los contemporáneos, es el de la urgencia y ansia de paz. Cuando él, después de la elección total y definitiva de la vocación a la que Dios le había llamado, pasaba por las ciudades y por los pueblos con sus primeros discípulos, o se detenía en las plazas y en los caseríos, repetía las palabras sencillas y sublimes: «Paz y Bien», que querían ser no sólo un augurio, sino también un compromiso que implicara a los oyentes, frecuentemente destrozados por las divisiones y por las luchas recíprocas: regiones contra regiones, ciudades contra ciudades, pueblos contra pueblos y familias contra familias; en la Italia medieval surgía y resonaba la palabra humilde y modesta, pero fuerte con la potencia del Evangelio, de este hombre de Dios, enamorado de Dama Pobreza, y que vivía su fraternidad con todos de una forma intensa y original.

Este humilde hermano fue visto y juzgado por sus contemporáneos como el «hombre nuevo, enviado al mundo por el cielo» (LM 12,8). Y en el espíritu de Cristo, él quiso incluso ponerse a su disposición como mediador entre la cristiandad y el islamismo, llegando a visitar al Sultán de Egipto, Melek-el-Kamel, para presentarle -como un auténtico profeta inerme- el mensaje del Hijo de Dios encarnado.

En verdad podemos decir que san Francisco fue no sólo mensajero, sino, todavía más, constructor y agente de reconciliación y de paz: «El Señor me reveló -dice él- que dijésemos este saludo: El Señor te dé la paz» (Test 23). Su biógrafo, Tomás de Celano, presenta así el comportamiento del Pobrecillo: «En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: "El Señor os dé la paz". Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna» (1 Cel 23).

Las crónicas del tiempo nos dicen que san Francisco llevó la concordia a la ciudad de Arezzo, destrozada por contiendas internas; y sabido es que, precisamente en el último año de su vida, consiguió que hicieran las paces Guido II y Opórtulo, obispo y podestá respectivamente de Asís.

A esta extraordinaria figura de cristiano y de santo, operador incansable de paz y de bien, he intentado referirme cuando he invitado a los representantes de las diversas Confesiones cristianas y de otras Religiones del mundo a una «Jornada de oración por la paz», que se desarrollará el 27 de octubre [de 1986] en Asís, «lugar que la seráfica figura de san Francisco ha transformado en centro de fraternidad universal» (Homilía del 25-1-86).

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