El Mundo Según Dios: Cuestiones De Milagro 22 DE JULIO DE 2020 CHARLIE MCKINNEY

El primer milagro de todos es la existencia de todo. Sin embargo, también es el que se pasa por alto con más frecuencia y, curiosamente, es el milagro que los incrédulos tienden a usar para refutar los milagros.

La mayoría de los incrédulos, incluso algunos que sienten curiosidad por el cristianismo, asumen que el universo surgió por accidente, o que es eterno, sin principio. Pero como discutimos en los capítulos anteriores sobre el origen y el orden, nuestro universo debe originarse a partir de una causa no causada. El primer efecto de esta causa, la creación del mundo, es un milagro de lo más magnífico. Igualmente milagroso es el orden finamente sintonizado de nuestro universo. Y con el tiempo, como nos dicen las Escrituras y la ciencia, el universo se llenó de criaturas vivientes. En todo esto, vemos a un Dios que continúa produciendo milagros mientras revela Su plan poco a poco, en cada nueva etapa del desarrollo del mundo.

En el clímax de la creación milagrosa de Dios está la vida humana. Nuestra existencia consciente también es un gran milagro. Dios nos creó para que seamos conscientes de nosotros mismos; Nos hizo pensar, razonar, elegir y amar. En definitiva, nos diseñó para poder conocerlo de manera directa y personal. Y como bien sabemos, los primeros seres humanos acabaron por elegir mal y empezaron a amar mal y con celos. Nuestro pensamiento se volvió irracional y defectuoso. Esta fue la caída de la humanidad de nuestra perfección original a la imperfección y la iniquidad con las que estamos tan familiarizados ahora, por nuestro mal uso del don de nuestro libre albedrío.


Aun así, el origen del universo, en todo su orden y con todos sus seres vivos, incluidos nosotros, es inherentemente milagroso. Todo lo que vemos, todo lo que somos, todo lo que damos por sentado es increíblemente milagroso, independientemente de los eones que nos llevó alcanzar su nivel actual de diversidad y complejidad. La existencia misma es un milagro claro, inconfundible y magnífico que excede nuestra imaginación y comprensión. Al mismo tiempo, parece tan natural y predecible que a menudo perdemos sus manifestaciones milagrosas y los destellos de Dios presentes en cada momento de nuestras vidas.