“ No seas incrédulo sino creyente ”
Apóstol del Señor, conocido principalmente por ser protagonista de un pasaje del Evangelio de San Juan en el cual primero duda de la resurreción del Señor y después lo reconoce. Según la tradición predicó fuera de los confines del Imperio romano, en Persia e India donde fundó la primera comunidad cristiana
El apóstol Tomás aparece dentro de la homogeneidad del cuadro elegido por los sinópticos y por el libro de los Hechos (Mc 3, 13-19 y par.: Hch 1, 13) con alguna variante: emparejado casi siempre con Mateo y, en una ocasión (en el libro ele los Hechos), con Felipe. Esta homogeneidad la rompe el cuarto Evangelio por dos razones: en primer lugar, porque, a excepción de Felipe (Jn 1, 43), ninguno de los apóstoles es llamado directamente por Jesús; teniendo como punto de partida aquellos dos que le seguían, procedentes del discipulado del Bautista, y acuden a él invitados unos por otros. Y, en segundo lugar, porque el Evangelio de Juan toma aparte a alguna de las figuras sobre las que hace recaer un significado especialmente importante. Esto ocurre con Felipe, a modo de ejemplo, y sucede también con nuestro apóstol Tomás, el didimo- o mellizo, que es la traducción griega del nombre hebreo o arameo 'Tomás.
Vamos a morir con Él
Expondremos, en primer lugar, los aspectos destacados por el cuarto Evangelio a propósito de la figura que ahora nos ocupa. Aparece por primera vez en el último tramo de la vida de Jesús, cuando el maestro se decide a subir a Betania para -despertar- a Lázaro (Jn 11, 16). Los seguidores de Jesús manifiestan su desacuerdo ante la decisión que él les acaba de comunicar: -Los discípulos replicaron: "Maestro, hace bien poco que los judíos quisieron apedrearte. y a pesar de ello, ¿quieres volver allá?" La situación embarazosa creada por la decisión tomada por Jesús y los peligros que la misma entrañaba, según la valoración hecha por los discípulos, es superada gracias a la intervención de Tomás, que dice a sus compañeros: "Vamos también nosotros para morir con él"- (In 11. 16).
Este texto merece unas observaciones que juzgarnos importantes:
Es la primera vez que el Evangelio de Juan habla del sufrimiento de los apóstoles a causa del seguimiento de Cristo. Nos hallamos ya muy próximos a los relatos de la pasión. Los discípulos deben familiarizarse con ella, al menos, oír hablar de un acontecimiento doloroso que constituirá el fin de la vida de Jesús. En los sinópticos, Jesús ya había hablado, y frecuentemente, de este final trágico; no así en el Evangelio de Juan.
¿Las palabras de Tomás tienen un sentido más allá de su apariencia, que consistiría en demostrar la lealtad y fidelidad al maestro en un momento tan difícil como el que se cernía sobre él? El interrogante se halla justificado por la interpretación que acaba de hacer Jesús de la muerte de Lázaro: Va a -despertar- -eufemismo que significa resucitar- a Lázaro y ello servirá para que vosotras creáis. No podemos suponer que Tomás comprendiese entonces lo que Jesús acababa de decir. Pero su intervención tiene una clara segunda intención, como lo demuestra el texto que analizaremos a continuación.
Muéstranos el camino
En el discurso de despedida afirma Jesús que ya saben el camino para ir donde él va. En este momento tiene lugar la segunda intervención de Tomás: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí..." La intervención de Tomás (Jn 14, 5-6), igual que la de Felipe (Jn 14. 8-10) y la de judas (Jn 11, 22-24), en este capítulo de despedida, es funcional. Las preguntas que hacen tienen la finalidad de obligar a Jesús a pronunciarse con toda la claridad posible sobre temas decisivos. Ahí reside su funcionalidad. Los otros discípulos no sabían ni más ni menos que ellos. Estaban todos al mismo nivel. No sabían en absoluto de qué iba la cuestión. Se trata de los interrogantes que deben hacerse todos los discípulos o seguidores de Jesús.
La pregunta de Tomás, que es quien ahora polariza nuestra atención, tiene una profundidad singular: Los discípulos o, más bien, los seguidores de Jesús, y por consiguiente también Tomás, saben dónde va Jesús. A lo largo del Evangelio se halla claramente contestada su pregunta. La partida de Jesús es su retorno al Padre.
El desconocimiento del camino, afirmado por Tomás, lo manifiesta también Pedro: -Señor, ¿adónde vas...? ¿Por qué no puedo seguirte ahora...?- (Jn 13, 36-37). Estos seguidores de Jesús, que todavía no son discípulos -el verdadero discipulado de Jesús comienza con la fe en la resurrección y a partir de ella- están en el mismo error que los judíos: -¿Adónde pensará ir este hombre...? ¿Pensará suicidarse? (Jn 35-36; 8, 22). Jesús ilumina aquella ceguera afirmando, para los que quieren ver, que la fe, el conocimiento del camino de la salvación, es el mismo que ha recorrido el Salvador. Sólo cuando el discípulo conoce el camino del enviado celeste -el retorno victorioso del mundo de los muertos a la plena luz de Dios- puede conocer su propio camino para escapar a la muerte.
El Salvador es, en su propia persona, el camino y la meta, la única posibilidad de acceder al Padre, porque él es el camino, la verdad y la vida. Fuera de él no existe ningún redentor, enviado o revelador.
¡Señor mío y Dios mío!
Evidentemente Tomás, en el momento de la vida terrena de Jesús, no pudo entender el significado tan profundo de estas palabras. Pero la “coacción”, que hizo a Jesús para explicarse de este modo fue la infraestructura sobre la que posteriormente construyó su fe. De momento, desconcierto absoluto, como lo pone de relieve la aparición del resucitado, en ausencia de Tomás, y las exigencias manifestadas a sus compañeros cuando le contaron que habían visto al Señor.
El evangelista subraya la identidad del resucitado con el crucificado. El testimonio de los ángeles, los encuentros y apariciones y, en especial, las exigencias de comprobación por parte de Tomás, son de sumo interés. De ellas se deduce que el resucitado y el crucificado son el mismo, aunque su forma de vida sea diversa. Ambos aspectos son igualmente importantes. De ahí las exigencias de ver y palpar los agujeros de las manos y del costado: insistimos en el interés del evangelista por certificar la identidad. Era imposible reconocer al resucitado: creen ver un fantasma; un viandante cualquiera, el jardinero. Estas apreciaciones subrayan la diversidad en su nueva forma de vida. La resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida, sino la plena participación en la vida divina por un ser humano.
El contacto físico con el resucitado no pudo darse. Sería una antinomia. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas, como correr, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para que sean tocados... Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional: se recurre a él para destacar la identidad del resucitado. del Cristo de la fe, con el crucificado, con el Jesús de la historia.
También intenta poner de relieve el autor del cuarto Evangelio la confesión adecuada de la fe cristiana al citar las palabras de Tomás: Señor mío y Dios mío. Tomás es presentado como representante ele los que no quieren creer sin ver. Vencida su increencia, el evangelista nos lo presenta como modelo de fe. Son sus palabras las que recogen la auténtica confesión de la fe cristiana. En sus palabras, el Evangelio de Juan alcanza su cota más elevada: el reconocimiento de Jesús como Señor y Dios. Con esta claridad sólo se había hablado en el prólogo: la Palabra era Dios (Jn 1, 1). De esta forma todo el Evangelio queda -incluido- nos referimos a la figura literaria llamada “inclusión”, por repetir al principio y al fin lo que es desarrollado en el medio entre ambos- entre estas dos afirmaciones o confesiones de fe. El protagonista es el Hijo de Dios, y la fe descubre esta realidad en un ser humano como nosotros. Él es la última y definitiva intervención de Dios en la historia.
Hechos y Evangelio de Tomás
En el terreno de la hagiografía legendaria merecen especial mención las Actas o Hechos de Tomás, compuestas probablemente en la segunda mitad del siglo tercero en Edesa (Mesopotamia), centro importante del cristianismo en el Oriente. Nos cuentan la predicación de Tomás en Siria, Persia y la India, donde habría sufrido el martirio en Calamina. Los actuales cristianos de rito malabar en la India se precian de haber sido evangelizados por Tomás. En dichas Actas se intentaba justificar los pensamientos gnósticos con la autoridad apostólica. En forma novelada nos cuentan la conversión del mundo material en espiritual. Las influencias gnósticas se encuentran especialmente en las partes poéticas. Pueden ser utilizadas para la reconstrucción del contexto teológico-religioso de la época.
En cuanto al Evangelio de Tomás fue descubierto en el gran complejo de una biblioteca gnóstica el año 1946 en Nag Hammadi (Egipto). Está compuesto por una colección de 114 palabras-sentencias-parábolas de Jesús. En su versión griega se remonta al siglo II. Es claramente de tendencia gnóstica y surgió sobre la base de otras corrientes literarias menos gnósticas. Entre ellas habría que contar con alguna otra colección como la atribuida a Santiago, el hermano del Señor, y otra fuente semejante a la O, presente en los Evangelios de Mateo y de Lucas, y con referencias a las padres de la Iglesia, a los evangelios apócrifos... Su contenido: bienaventuranzas, ayes o imprecaciones, diálogos, parábolas, duplicados, es interesante para la comparación con los Evangelios canónicos frente a los cuales ofrecen variantes importantes. Éstos influyeron, sin duda, en aquél.
Felipe F. Ramos
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
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