La venida del Espíritu Santo
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LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Por Francisco Javier Colomina Campos
El próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Ascensión. Cristo resucitado sube al Padre, en la espera de mandar el Espíritu Santo desde el cielo, como le celebraremos dentro de dos domingos en la solemnidad de Pentecostés. En este sexto domingo de Pascua la liturgia de la Palabra ya nos va introduciendo la venida del Espíritu Santo, que es quien guía a la Iglesia en su misión de evangelizar.
1. El Espíritu Santo es quien os lo enseñará todo. En el Evangelio de este domingo escuchamos un fragmento del discurso de despedida de Jesús el Jueves Santo. Antes de comenzar la Pasión, Jesús se despide de sus discípulos. Les recuerda el mandamiento nuevo del amor, que es guardar la palabra de Jesús. Les da la paz, una paz que no es como la que da el mundo, sino que es una paz del alma, una paz que logra que el corazón no tiemble. Pero, sobre todo, en este discurso, Jesús promete a sus discípulos la venida del Espíritu Santo. Es el gran regalo que Dios Padre y Jesucristo hacen a la Iglesia tras la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos. El Señor se va, pero no nos deja solos. Todo aquello que Jesús nos ha enseñado nos lo irá recordando el Espíritu Santo. Él es Dios que vive entre nosotros, en nosotros. El Espíritu Santo es quien nos hace capaces de hablar con Dios Padre, es quien no guía, quien nos defiende, quien pone en nuestros labios las palabras que hemos de decir. Todo lo que Jesús tenía que decirnos ya nos lo ha dicho antes de su Ascensión, pero necesitamos que el mismo Dios, que es el Espíritu Santo, nos vaya recordando la palabra de Dios. Nosotros ya tenemos este Espíritu por el Bautismo. Por ello, no nos hemos de olvidar cada día de pedirle a Él que nos guíe, que nos auxilie, que nos vaya recordando la palabra de Dios.
2. El Espíritu Santo guía a la Iglesia. Pero el Espíritu Santo no es algo individual, algo que cada uno tiene para sí mismo, sino que más bien Él guía a la Iglesia como comunidad de discípulos reunida en el nombre del Señor. La Iglesia es Templo del Espíritu Santo, porque en ella reside la fuerza del Espíritu que nos guía y nos empuja a dar testimonio de Cristo en medio del mundo. Como el día de Pentecostés salieron los discípulos a proclamar la Buena Noticia a todos los hombres, así la Iglesia sigue teniendo el impulso del Espíritu Santo para salir a evangelizar. El Papa Francisco nos recuerda en muchas ocasiones que la Iglesia ha de ser una comunidad en salida, dispuesta a arriesgarse para llevar el Evangelio a todas partes. La fuerza que la Iglesia necesita para salir de sí misma y ser verdaderamente misionera nos la da el Espíritu Santo. También Él inspira a la Iglesia cuando ésta tiene que tomar decisiones, cuando se le plantean nuevos retos. Así lo hemos escuchado por ejemplo en la primera lectura, cuando los discípulos que estaban en Antioquía se encontraron con el dilema de si admitir en la comunidad cristiana a los gentiles si no se circuncidaban. La Iglesia se reunió en Jerusalén. Fue el primer concilio de la historia. Algunos discípulos de Antioquía fueron allí y consultaron a los Apóstoles. Reunidos éstos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, decidieron abrir las puertas a los nuevos cristianos que procedían de la gentilidad. La decisión no fue sólo humana, sino que estuvieron inspirados por el Espíritu. Es Él quien guía a su Iglesia, quien la hace salir de sí misma, quien la conduce por el camino que Dios quiere. No sólo cada uno particularmente tiene que pedir al Señor que le de la fuerza del Espíritu Santo, sino que también la Iglesia, como comunidad de discípulos, ha de ponerse bajo la acción de Éste. La Iglesia no camino sola por el mundo, sino que, como prometió el mismo Jesús, está asistida en todo momento por el Espíritu Santo.
3. La Jerusalén del cielo. Pero somos conscientes de que la Iglesia, a pesar de tener la asistencia del Espíritu Santo, en ocasiones comete errores, no en cuanto a la doctrina, pero sí en cuanto a las formas y en cuanto a la actitud de algunos miembros de la Iglesia. Y es que, a pesar de contar con la luz del Espíritu Santo, la Iglesia está formada por pecadores, que somos cada uno de nosotros. La Iglesia no puede ser perfecta mientras que yo, que soy pecador, estoy en ella. Pero no hemos de perder la esperanza. La Iglesia de la tierra es una Iglesia santa de pecadores, pero más allá del tiempo aquí en la tierra, la Iglesia espera la vida eterna. En el cielo, como hemos escuchado en la segunda lectura, del libro del Apocalipsis, encontraremos la Nueva Jerusalén, que es símbolo de la Iglesia del cielo. Una ciudad santa, que brilla como una piedra preciosa, con doce puertas que es símbolo de las doce tribus de Israel, pues la Iglesia es el Nuevo Pueblo de Dios, y cimentada sobre los doce Apóstoles. En esta ciudad nueva de Jerusalén ya no hay templo, pues el templo es el mismo Cristo, el Cordero de Dios, que es la luz que la ilumina.
Cercanos ya a la solemnidad de la Ascensión y a la solemnidad de Pentecostés, hoy la palabra de Dios nos ha recordado la promesa del envío del Espíritu Santo. Desde ya, vayamos preparándonos para acoger este don que Dios Padre nos hace desde el cielo a través de Jesucristo. El Espíritu nos guía a cada uno de nosotros y a toda la comunidad de la Iglesia. Que nunca nos falte esta asistencia del Espíritu Santo, y que nunca nos falte la docilidad para dejarnos llevar siempre por Él.
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