¡Buenos días, gente buena!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
VI Domingo de Pascua C
Evangelio
Juan 14, 23-29
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.
El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.
Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes.
Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!
Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Palabra del Señor.
Para cumplir la Palabra debemos dejarnos amar por Dios
Si alguien me ama, cumplirá mis palabras. “Si alguien me ama”, es la primera vez en el Evangelio que Jesús pide amor para sí, que se pone a sí mismo como objetivo del sentimiento humano más tierno y poderoso. Pero lo hace con su estilo: delicadeza extrema, respeto emocionante que se apoya en un libre “si quieres”, un fundamento tan humilde, tan frágil, tan puro, tan paciente, tan personal. Si alguien me ama, cumplirá… porque se enciende en él el misterioso motor que pone en marcha la vida, donde; los justos caminan, los sabios corren, pero los enamorados vuelan. El amor es una escuela de vuelo, produce una energía, una luz, un calor, una alegría que le pone alas a todo lo que haces.
“Cumplirá mi palabra”. Si llegas a amarle, será normal que tomes como cosa tuya, como levadura y sal de tu vida, roca y nido, linfa y ala, plenitud y desborde, toda palabra de quien te ha despertado la vida. La Palabra de Jesús es Jesús que habla, que entra en contacto, me alcanza y se me comunica él mismo. ¿Cómo se hace para amarle? Se trata de darle tiempo y corazón, de hacerle espacio. Si no piensas en él, si no le hablas, si no le escuchas en lo secreto, tal vez tu casa interior esté vacía. Si no hay rito en el corazón, si no hay una liturgia en el corazón, todas las demás liturgias son máscaras del vacío. Y nosotros vendremos a él y haremos nuestra morada en él.
Vendremos. El misericordioso sin casa busca casa. Y la busca precisamente en mí. Tal vez no encontrará nunca una verdadera morada, solo un pobre lugar, un establo, una choza. Pero él me pide solo una cosa, hacerme solo un fragmento de cosmos hospitalario. Casa para sus dos promesas: el Espíritu y la paz. El Espíritu: tesoro que no se acaba, fuente que nunca se silencia, viento que no se detiene. Que no envuelve solo a los profetas, las jerarquías de la Iglesia, los grandes personajes, sino que convoca a todos nosotros, buscadores de tesoros, buscadoras de perlas el pueblo de Dios por la constante acción del Espíritu se evangeliza constantemente a sí mismo” (EG 139), Palabras como un viento que abre senderos, trae polen de primavera. Una visión de confianza poderosa, en la que cada hombre, toda mujer tienen dignidad de profetas y de pastores, cada uno evangelista y anunciador: la gente es evangelizada por la gente.
Les dejo la paz; este milagro frágil, continuamente roto. Un don que se ha de buscar pacientemente, se ha de construir “artesanalmente” (Papa Francisco), cda uno con su pequeña palma de paz en el desierto de la historia, cada uno con su mínimo oasis de paz dentro de las relaciones cotidianas. Ese casi nada, en apariencia, pero si los oasis son millares y millares, conquistarán y harán florecer el desierto.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
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