Al mirar los frutos que ha dado en la historia la figura de San Benito, a través de sus hijos, entre los que se cuentan numerosos santos, Papas, cardenales, obispos, y cómo él ha llegado a inspirar un modelo católico de reinado de Cristo que influyó poderosamente en la constitución de la Cristiandad Medieval, interesa poder encontrar un primer principio que pueda dar razón de esta obra grandiosa en la vida eclesial y humana.
La Regla de San Benito comienza con las palabras:
«Ausculta, o fili, praecepta magistri» (ESCUCHA, oh hijo, los preceptos del maestro) [RB Prol].
Ausculta: no es lo mismo escuchar que oír. Se puede oír algo sin abrirle el corazón. Oír algo sin que me interpele. Oír sin escuchar puede transformarse en una “sordera del corazón” o “sordera de espíritu”, que incluso puede llegar a ser, en casos extremos, un rechazo de la voz del Espíritu Santo.
Nada más ajeno al espíritu que deba animar a un hijo de San Benito que esta sordera espiritual. En cierto sentido, el monje debe ser todo oídos, porque busca a Dios y Dios habla de mil maneras: habla a través de la Sagrada Liturgia, habla a través de la Palabra de Dios y la Sagrada Tradición, habla a través de los Hermanos de comunidad, habla a través de los Superiores y habla a través de lo que la Providencia nos regala en esta vida cada día…
En este sentido, aquella condición que San Benito prevé para un candidato a la vida monástica: «si revera quaerit Deum» (si verdaderamente busca a Dios), de alguna manera presupone el Ausculta, la actitud interior de escuchar. La fe entra por el oído. Y esta búsqueda de Dios, en definitiva, es lo mismo que la búsqueda de la verdad, no sólo porque Dios es la Verdad con mayúscula, sino porque esta Verdad se participa de mil maneras en lo que podríamos llamar la verdad con minúscula y que el hombre puede conocer.
Buscar a Dios, buscar la verdad, escuchar: He aquí un programa profundamente contemplativo que nuestro carisma de Schola Veritatis nos propone para la unión con Dios.
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