jueves, 30 de marzo de 2017

¿Por qué el Estado tiene que dejar en paz a las familias? Una explicación contundente




Andrés D' Angelo | Videos29/03/2017


¿Alguna vez te pasó que escuchaste a una persona que resume tus pensamientos dispersos de un modo tan perfecto que quisieras darle un abrazo? ¡Me pasó viendo este video! Benigno Blanco es un catedrático español que fue durante muchos años director del Foro Español de la Familia, y durante todo el video sabe perfectamente de qué habla, y lo dice con una claridad y caridad que ¡ya quisiera tener yo!

El video comienza hablando sobre el llamado “autobús de la libertad”, y el enfoque que plantea es un punto de vista que siempre sostuve, pero que nunca supe expresar bien: no solo hay que tener razón, también hay que usarla y ese uso tiene que ser en la caridad. La acción del autollamadao “autobús de la verdad” es contraproducente, porque si bien es cierto que los niños tienen pene y las niñas vagina, también hay niños que tienen disforia de género, y justamente “olvidarse” de ellos es lo que provoca tantas heridas y dificultades. El Dr. Benigno Blanco dice «todas esas cosas hay que tratarlas con delicadeza, fieles a la verdad y comprendiendo a las personas». Me resuenan las palabras con las que Benedicto XVI inicia su encíclica “Caritas In Veritate”:

«La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad».


Luego, hace una perfecta justificación de por qué los políticos no deben interferir con las leyes en la intimidad de las familias y de los individuos. Todos decimos y sostenemos que la familia es la base de la sociedad. Entonces, ¿puede la sociedad, o una ínfima parte de ella, la clase política, redefinir aquello que la constituye y la sostiene? Los políticos se olvidan que son mandatarios, es decir, que son personas que tienen un mandato, y que quienes son sus mandantes, es decir, los que mandan, somos nosotros, los ciudadanos de a pie. Hay que recordárselos constantemente, especialmente en aquellos temas en los que se juega la supervivencia de la familia.

El siglo XX fue el siglo en el que el orden social cristiano fue sepultado definitivamente en la historia. Hasta el siglo XX, lo que hoy conocemos como “civilización” era conocido como “cristiandad”. La civilización era cristiana, y el orden social lo era, al menos en su nombre, ya que no lo era en su expresión completa. El movimiento civilizador cristiano comenzó en el mismo día de la caída del Imperio Romano, y fue un proceso lento y trabajoso, pero hacia el inicio del siglo XIII, Europa era cristiana. Luego vino el renacimiento, y con posterioridad comenzó la decadencia del orden social cristiano, hasta que finalmente colapsó hacia la primera mitad del siglo XX. Desde 1891, con la “Rerum Novarum”, los papas estuvieron instando a los católicos a tomar protagonismo en la expresión política y económica de sus respectivos países. Y el siglo XX estuvo marcado por estos intentos, que nunca llegaron a plasmar en un proyecto concreto. Se me ocurre como ejemplo la creación de la democracia cristiana en Europa, a partir de las reflexiones de Jacques Maritain e inspirado en la doctrina social de la Iglesia. Pero estos movimientos no tuvieron una gran inserción social. Eran más bien un movimiento “de arriba hacia abajo”, es decir que eran una pequeña élite que tomaba el mando de un partido, pero sin real llegada a la base popular.

Y luego llegaron los fascismos, como respuesta al avance de la izquierda luego de la Revolución Rusa. Los fascismos no fueron un movimiento cristiano, aun cuando algunos de sus más altos mandos fueran cristianos. Pero tenían dos falencias claves: primero un gran personalismo, construido en base a la personalidad carismática de sus líderes, y por lo tanto un problema de sucesión insalvable. Muerto el líder, el “movimiento” se caía por las luchas sucesorias. El segundo problema era la expresión de su ideario político. Si bien “tomaban” de la doctrina social de la Iglesia muchas ideas, sobre todo del ámbito económico, eran lo que hoy se llama “cristianos de cafetería”, es decir que tomaban de la cristiandad aquello que les convenía, y descartaban lo otro. Las grandes corrientes de pensamiento del siglo XIX y XX fueron en este sentido “herejías cristianas” en el sentido que le da Chesterton: «verdades que se han vuelto locas».

Por esto creo, de acuerdo a mi humilde punto de vista, que el orden social cristiano se debe instaurar sobre la conversión personal. No creo que el vacío del humanismo cristiano vaya a llenarse “automáticamente” como parece sostener el catedrático Blanco. (Y es en lo único en lo que difiero de sus opiniones). La experiencia de los reyes católicos, desde Clodoveo en adelante, era que los reyes se convertían y detrás corría el pueblo. Hoy, el pueblo es el rey, así que la primer función social que se me ocurre para volver a instaurar todo en Cristo, es ¡Comenzar por la conversión personal! Así como San Luis Rey creía que su principal tarea de gobierno era evangelizar, hoy lo que nos urge es volver a explicar el catecismo al pueblo, porque del pueblo salen los políticos, y el pueblo es quien manda a los polítícos, o al menos debería. El Papa Francisco dijo algo similar en su homilía en la casa Santa Marta el 16 de marzo de 2013:

«No se puede gobernar al pueblo sin amor y sin humildad. Y cada hombre, cada mujer que tiene que tomar posesión de un servicio público, debe hacerse estas dos preguntas: “¿Amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Soy humilde y oigo lo que dicen todos los otros, las diferentes opiniones para elegir el mejor camino?”. Si no se hace estas preguntas su gobierno no va a ser bueno. El hombre o la mujer gobernante, que ama a su pueblo, es un hombre o una mujer humilde».

Para conseguir políticos de esta categoría que nos pide el Papa Francisco, debemos comenzar por nuestra propia conversión, y luego, una vez convertidos, buscar el bien común mediante el ejercicio de las obras de misericordia, tanto espirituales (enseñar al que no sabe, dear buenos consejos al que nos los pide, corregir al que yerra, etc) como las corporales, (dar de comer al hambriento, etc) ¡De allí vendrá nuevamente el orden social cristiano!

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