lunes, 6 de marzo de 2017

La tentación.

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La tentación.
El Mal es una fuerza que nació por sí sola, no lo ha creado Dios, pues Dios hace todo perfecto y el mal es una imperfección. Por eso Dios no tienta al mal, sino sólo al bien. La tentación viene o del demonio, o del mundo corrompido o de la carne, es decir, de las pasiones, de las concupiscencias. 
Siendo las cosas así, tenemos que estar preparados para no ceder a las tentaciones, y eso lo logramos con vigilancia y oración, además de sobriedad en las comidas y en las miradas. 
No es un mal el ser tentados, sino que el mal es ceder a la tentación cometiendo el pecado. Y no podemos culpar a Dios cuando pecamos, porque Dios nos da lo necesario para vencer la tentación, y no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Lo que sucede muchas veces es que nosotros queremos pecar, queremos ceder a la tentación, y nos exponemos al peligro de pecar y no acudimos a Dios y a la Virgen para pedir ayuda en el combate. 

Recordemos que tenemos un enemigo implacable que es el demonio, asesino por antonomasia y que busca constantemente perdernos para siempre. 
No podemos vivir despreocupadamente en este mundo lleno de peligros para el alma, puesto que sería nuestra ruina temporal y eterna el estar distraídos y divertidos sin hacer uso de las armas que el Cielo nos quiere proveer, que son la oración, los sacramentos, los sacramentales, la Palabra de Dios, etc. 
Y tengamos presente que el demonio suele insinuarse al alma y tentarla más, cuando ella está en la tristeza y la desazón. Efectivamente el diablo no tentará tanto cuando estamos con todo nuestro vigor y alegres, sino cuando estamos tristes y abatidos, como lo hizo con Jesús, que lo tentó cuando el Señor en el desierto “tuvo hambre”, indicando esta palabra que Jesús estaba realmente necesitado, y es ahí donde apareció el Tentador. 

También Jesús fue tentado grandemente en el Huerto de los Olivos, cuando dice la misma Escritura que su alma estaba triste hasta morir. 
Y a nosotros el demonio nos asechará especialmente cuando estemos tristes, desconsolados, abatidos, inquietos, angustiados, y turbados. 
Pero a no temer más de la cuenta, porque si Dios permite que seamos tentados es porque sabe muy bien que venciendo la tentación avanzamos en el camino del bien, en la santidad, y salimos vencedores del Maligno, y así somos semejantes al Señor que venció el Mal en todas sus formas. 
Así que no tengamos miedo. Seamos prudentes pero no tengamos miedo, porque Dios nos da todas sus ayudas para vencer. Sólo basta que nosotros queramos usar esas ayudas y no querer combatir solos, porque solos estamos perdidos, en cambio si acudimos a Dios y a nuestro Ángel Custodio, nuestra victoria es segura. 
Y si tenemos la desgracia de pecar, entonces no nos descorazonemos, porque nos servirá para ganar en humildad al ver lo débiles que somos. Vayamos al Sacerdote y confesémonos, y a levantarse de nuevo y a estar más atentos para la próxima vez, que Dios dará el premio no sólo a los perfectos, sino a quienes quisieron ser perfectos y pasaron por numerosas caídas pero se levantaron de ellas. 
No debemos cansarnos de levantarnos del pecado. Esa es otra astucia del Maligno, que nos quiere tener atrapados y nos sugiere que no estamos hechos para ser santos, y así nos desanima en el camino del bien. 
Y atención con la sugerencia del diablo cuando nos dice que pequemos, que total después nos podemos confesar y listo. ¡Cuidado! Nadie nos asegura que tengamos tiempo y forma de recuperar la gracia antes de morir. Aparte el pecar nos pone en las manos del demonio, y cada pecado, aunque perdonado, deja heridas en el alma, que debemos curar con la penitencia, y no profundizar las heridas del alma cometiendo más pecados. 
Estemos atentos a estas cosas porque hay un Cielo y un Infierno eternos.

Santísima Virgen. 

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