sábado, 11 de septiembre de 2021

Jesús no busca palabras, busca personas

 

Jesús no busca palabras, busca personas
¡Buenos días gente buena!
XXIV Domingo Ordinario B
Evangelio
Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo,  Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».

«Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo? » Pedro le respondió: «Tú eres el Mesías».
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. 

Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, apártate de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Nueva, la salvará.
Palabra del Señor.

¡Quién soy yo para ti? Jesús no busca palabras, busca personas.
Jesús se encontraba en un lugar solitario para orar. Silencio, soledad, oración: es un momento cargado de la más grande intimidad para este pequeño grupo de hombres. Y los discípulos estaban con él… Intimidad entre ellos y con Dios. Es una de esas horas especiales en las que el amor se hace como tangible. Lo sientes encima, debajo, alrededor de ti, como un manto luminoso; momentos en los que te sientes “una dócil fibra del universo”.

En esta hora importante, Jesús hace una pregunta decisiva, algo de lo que después dependerá todo: fe, opciones, vida…pero ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Jesús usa el método de las preguntas para hacer crecer a sus amigos. Sus preguntas son como chispas que encienden algo, que ponen en movimiento caminos y crecimientos. Jesús quiere a los suyos poetas y pensadores de la vida. ”La diferencia profunda entre los hombres no es entre creyentes y no creyentes, sino entre pensantes y no pensantes”. (Card. Martini)

La pregunta comienza con un “pero”, pero ustedes, como un contrasentido, casi en oposición a lo que dice la gente. No se contenten con una fe “porque han oído decir”, por tradición. Pero ustedes, ustedes con las barcas abandonadas, ustedes que han caminado conmigo por tres años, ustedes mis amigos, a los que he escogido uno a uno, ¿quién soy yo para ustedes? Y lo pregunta ahí, en el seno cálido de la amistad, bajo la cúpula de oro de la oración.

Una pregunta que es el corazón palpitante de la fe: ¿quién soy yo para ti? No busca palabras, Jesús, busca personas; no definiciones de sí, sino compromiso con él: ¿qué te ha sucedido cuando me conociste? Se parece a las preguntas que se hacen los enamorados: ¿qué lugar tengo en tu vida?, ¿cuánto significo para ti? Y el otro tiene que responder…

Jesús no tiene necesidad de la opinión de Pedro para tener informaciones, para saber si es más decidido que los profetas de antes, sino para saber si Pedro está enamorado, si le ha abierto el corazón. Cristo está vivo solamente si está vivo dentro de nosotros. Nuestro corazón puede ser la cuna o la tumba de Dios. Puede hacer grande o pequeño al Inmenso. Porque el Infinito es grande o pequeño en la medida en que tú le haces espacio en ti, y le das tiempo y corazón. Cristo no es lo que yo digo de él, sino lo que yo vivo de él. Cristo no es mis palabras, sino lo que de él arde en mí. La verdad es lo que arde. Manos y palabras, y corazón que arden.

En todo caso, la respuesta a esa pregunta de Jesús debe contener, al menos implícitamente, el adjetivo posesivo “mío”, como Tomás en Pascua: ¡Señor mío y Dios mío! Un “mío” que no indique posesión, sino pasión; no apropiación sino pertenencia: ¡Señor mío! Mío como lo es el respiro, sin el cual no viviría. Mío, como lo es el corazón, sin el cual no existiría.

¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

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