por FOPSME. |
En presencia del juego de las inclinaciones y antipatías se levanta el mandamiento del Señor: ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’.
Tal precepto vale sin condiciones ni restricciones. El prójimo no es aquel que me simpatiza. Es todo hombre que se acerca a mí sin excepción. Y de nuevo se dice aquí: tú puedes, porque debes. Es el Señor quien lo exige y Él no exige nada imposible. O más bien hace posible lo que sería naturalmente imposible.
Los santos, que confiando en la palabra divina, decidieron elevarla hasta el amor heroico de sus enemigos tuvieron realmente la experiencia de esta libertad de amor.
Quizá una aversión natural se manifestará todavía durante cierto tiempo; pero no tiene fuerza y no puede obrar sobre la conducta que es guiada por el amor sobrenatural.
En la mayor parte de los casos, ella cede ante el poder superior de la vida divina que llena el alma más y más. El amor es, según su último sentido, el don del ser y la unión con el amado.
El que cumple la voluntad de Dios aprende a conocer el espíritu divino, la vida divina, el amor divino; y todo esto no es otra cosa más que Dios mismo. En efecto, al ejecutar con la entrega más profunda lo que Dios exige de él, la vida divina hace su propia vida interior: encuentra a Dios en sí mismo, cuando entra en sí.
Cuando el alma está llena de vida divina, es imagen de Dios Trinitario en un sentido nuevo y superior al que concierne a las demás creaturas y le concierne a ella misma según su estructura natural.
Edith Stein. Ser finito y ser eterno. Mexico. D.F: Fondo de cultura económica, 1996. pp. 459-460.
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