El tan común escuchar a la Iglesia hablar del amor, de la misericordia, del perdonarnos los unos a los otros… tan acostumbrados estamos a esas palabras y sermones, que ya no nos impactan ni despiertan la atracción que la Palabra de Dios debiera suscitar en sus oyentes.
No obstante, la Sagrada Escritura no dejará de recordarnos cuál es la dirección que debemos tomar frente a tantos caminos abiertos y posibles que se nos ofrecen.
Los maestros de la Ley distinguían en la ley 613 preceptos. Y los clasificaban en graves y leves. El escriba del evangelio le pregunta al Maestro Jesús: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?
Para una pregunta directa hay una respuesta directa. El amor es el principio unificador que elimina toda posible dispersión. No se observa el espíritu de la Ley si falla el amor en su doble vertiente: el amor a Dios y al prójimo.
La exigencia del amor, lo que Jesús llamará “su mandamiento” y el “mandamientos nuevo”, tiene como fundamento el reconocimiento del amor infinito con hemos sido tratados por Dios, porque Dios ha sido grande con nosotros…
San Juan afirma al inicio del relato de la institución de la Eucaristía y del lavatorio de los pies, que Jesús llegó hasta el fin en su amor por los hombres. “Los amó hasta el extremo…”
Al hacernos la señal de la Cruz al inicio y al final de la santa Misa, tenemos al alcance de nuestras manos el signo, la señal del amor divino. La Cruz nos quiere recordar siempre el evento del amor de Dios que condesciende hasta los límites de nuestros egoísmos. En la Cruz el amor se materializó como donación sin medidas, como un corazón grande que se abre en todas las direcciones, un corazón que mira al cielo y a la tierra.
La palabra “amor” ha quedado redefinida a partir de que Dios irrumpió haciéndose uno como nosotros. Jesús define en el diccionario de su vida qué es el amor.
En cada Eucaristía que celebramos, hemos de recordar aquella palabra que el Señor pronunció en la Cena del jueves: “hagan esto en memoria mía”, cuando instituye el Sacramento de su Cuerpo y Sangre; y el “hagan lo mismo que yo hice con ustedes”, cuando Jesús se agacha para lavar los pies de los apóstoles…
Hacer el memorial de la Pasión y hacer el gesto del servicio que baja al ras del suelo para levantar al caído, de eso nos está hablando hoy el Evangelio. La liturgia y la vida como los ámbitos donde el mandamiento del amor alcanza su concreción.
Sabemos que el amor es un hacer. Al cristiano le resta hacer ese amor, que no quiere decir inventarlo ni definirlo. Sabemos que el amor ya está hecho y consumado en Jesús. Sus palabras, sus obras y el misterio de su vida entre nosotros, son la revelación de un Amor inédito que se ha derramado en el corazón de los creyentes por la virtud del Espíritu Santo. Por tanto, el cristiano es portador y comunicador de esa gracia amorosa del Espíritu que hace nuevas todas las cosas.
“Se hace el bien, no en la medida de lo que se dice y de lo que se hace, sino en la medida de lo que se es, en la medida del amor que acompaña nuestros actos, en la medida en que Jesús vive en nosotros, en la medida en que nuestros actos son actos de Jesús obrando en nosotros y por nosotros… La persona hace el bien en la medida de su santidad: tengamos siempre presente esta verdad” (Beato Carlos de Foucauld)
p. Claudio Bert
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