jueves, 24 de mayo de 2018

CONTEMPLAR Y VIVIR CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS EL MISTERIO DE CRISTO EUCARÍSTICO





CONTEMPLAR Y VIVIR CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
EL MISTERIO DE CRISTO EUCARÍSTICO
por Michel Hubaut, franciscano

Celebrar la comida del Señor:
encontrar y acoger a Cristo vivo

Celebrar la Eucaristía, ¿no es ante todo creer y proclamar públicamente que Jesús está vivo? Un Viviente que hoy convoca y reúne a sus hermanos para conmemorarle. Al respecto nos sugieren claramente los evangelistas cómo esta comida es, desde los orígenes del cristianismo, el lugar privilegiado del encuentro del Señor y del reconocimiento en la fe de su presencia entre nosotros (aparición a los discípulos, Emaús).

Francisco acoge en este sacramento el «memorial» del amor vivo del Señor. Por esta comida, el Señor se hace presente a nuestra memoria, a nuestra inteligencia y a nuestro corazón. ¿Cómo olvidar este acontecimiento creador, salvador, siempre actual? Clara encuentra en él el alimento cotidiano de su fe. «El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánoslo hoy: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y sufrió», escribe Francisco en su Padrenuestro parafraseado (ParPN 6).


Luego veremos, analizando su primera admonición, que la Eucaristía es para él el encuentro, en la fe, de Cristo hoy: «Como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado» (Adm 1,19). La fe no crea esta presencia, la reconoce y la acoge en los signos escogidos por Cristo mismo. Si la fe condiciona este encuentro, no es su causa. Para un cristiano, el fundamento de la comida eucarística no es ni la asamblea más o menos cálida de los hermanos, ni lo que yo siento, ni los signos externos -lugar, ornamentos, mobiliario-, sino Cristo reconocido y acogido en medio de la Comunidad.

Francisco vivirá siempre en la irradiación luminosa de esta presencia viva y actual de su Señor. Así comienza espontáneamente una de sus cartas con el siguiente saludo original que remite explícitamente al Cristo eucarístico: «A todos los Custodios de los hermanos menores a quienes llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo y pequeñuelo en el Señor: salud en las nuevas señales del cielo y de la tierra [la Eucaristía], que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son consideradas insignificantes»; y al hilo de esta carta, su fe en la presencia de Cristo «Señor Dios, vivo y verdadero», significada por el sacramento eucarístico, se vuelve más apremiante y más admirativa: «Y cuando es consagrado por el sacerdote sobre el altar y cuando es llevado a alguna parte, que todas las gentes, de rodillas, rindan alabanzas, gloria y honor al Señor Dios vivo y verdadero. Y que de tal modo anunciéis y prediquéis a todas las gentes su alabanza, que, a toda hora y cuando suenan las campanas, siempre se tributen por el pueblo entero alabanzas y gracias al Dios omnipotente [Cristo eucarístico] por toda la tierra» (1CtaCus 6-8).

Invita, pues, a sus hermanos a ser verdaderos predicadores de la Eucaristía a fin de que toda la tierra se convierta en una inmensa acción de gracias por esta presencia viva de Cristo. Francisco acumula aquí los términos que expresan la totalidad del espacio y del tiempo a fin de subrayar la universalidad del señorío de Cristo eucarístico. Para él, celebrar esta nueva presencia es ante todo y sobre todo reconocer y acoger en el signo a Cristo «que ha de vivir eternamente y está glorificado» (CtaO 22).

Convencido de que esta nueva presencia de Cristo es la fuente de un mundo nuevo, donde la jerarquía de valores y las relaciones sociales quedarán trastocadas, tiene la audacia de escribir a los jefes de los pueblos: «Os aconsejo encarecidamente, como a señores míos, que, pospuesto todo cuidado y preocupación, recibáis con gran humildad el santísimo cuerpo y la santísima sangre de nuestro Señor Jesucristo en santa memoria suya». Y para subrayar que este memorial no es una simple ceremonia de recuerdo, sino un acto que compromete el presente y el porvenir de cada uno y de la sociedad, concluye la carta diciendo: «Y tributad al Señor tanto honor en medio del pueblo que os ha sido encomendado, que cada tarde se anuncie por medio de pregonero o por medio de otra señal, que se rindan alabanzas y gracias por el pueblo entero al Señor Dios omnipotente [¡se trata siempre del Cristo eucarístico]. Y si no hacéis esto, sabed que tendréis que dar cuenta ante el Señor Dios vuestro, Jesucristo, en el día del juicio» (CtaA 6-8).

¿Cabe decir más claramente que el Cristo eucarístico es una presencia viva, actual, permanente incluso en el centro de la vida social y política?

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