jueves, 31 de mayo de 2018

SIGO LAS VERDADERAS DOCTRINAS DE LOS CRISTIANOS - SAN JUSTINO




SIGO LAS VERDADERAS DOCTRINAS DE LOS CRISTIANOS
De las Actas del martirio de san Justino y compañeros

Apresados los santos, fueron conducidos ante el prefecto de Roma, de nombre Rústico. Llegados ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino: «Ante todo cree en los dioses y obedece a los emperadores». Justino contestó: «El hecho de que obedezcamos los preceptos de nuestro Salvador Jesucristo no puede ser objeto ni de acusación ni de detención».

Rústico replicó: «¿Qué doctrinas profesas?». Justino dijo: «Me he esforzado por conocer todas las doctrinas, y sigo las verdaderas doctrinas de los cristianos, aunque desagrade a aquellos que son presa de sus errores». Rústico replicó: «¿Estas doctrinas te agradan a ti, desgraciado?». Justino contestó: «Sí, porque profeso la verdadera doctrina siguiendo a los cristianos».



Rústico preguntó: «¿Qué doctrinas son ésas?». Justino contestó: «Adoramos al Dios de los cristianos, que es uno, y creador y artífice de todo el universo, de las cosas visibles e invisibles; creemos en nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, anunciado por los profetas como el que había de venir al género humano, mensajero de salvación y maestro de insignes discípulos. Yo soy un hombre indigno para poder hablar adecuadamente de su infinita divinidad; reconozco que para hablar de él es necesaria la virtud profética, pues fue profetizado, como te dije, que éste, de quien he hablado, es el Hijo de Dios. Yo sé que los profetas que vaticinaron su venida a los hombres recibían su inspiración del cielo».

Rústico preguntó: «¿Luego tú eres cristiano?». Justino respondió: «Sí, soy cristiano». El prefecto dijo a Justino: «Escucha, tú que te las das de saber y conocer las verdaderas doctrinas; si después de azotado mando que te corten la cabeza, ¿crees que subirás al cielo?». Justino contestó: «Espero que entraré en la casa del Señor si soporto todo lo que tú dices; pues sé que a todos los que vivan rectamente les está reservada la recompensa divina hasta el fin de los siglos». El prefecto Rústico preguntó: «Así, pues, ¿te imaginas que cuando subas al cielo recibirás la justa recompensa?». Justino contestó: «No me lo imagino, sino que lo sé y estoy cierto».

El prefecto Rústico dijo: «Vamos al asunto que nos interesa y nos apremia. Poneos de acuerdo y sacrificad a los dioses». Justino respondió: «Nadie, a no ser por un extravío de su razón, pasa de la piedad a la impiedad». Rústico replicó: «Si no hacéis lo que os mandamos, seréis torturados sin misericordia». Justino contestó: «Es nuestro deseo más ardiente el sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo, para ser salvados. Este sufrimiento nos dará la salvación y la confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más terrible que éste».

Igualmente, los otros mártires dijeron: «Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificaremos a los ídolos».

El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo: «Por no haber querido sacrificar a los dioses ni obedecer la orden del emperador, que sean azotados y conducidos al suplicio, para sufrir la pena capital de acuerdo con las leyes».

Los santos mártires, glorificando a Dios, fueron conducidos al lugar acostumbrado; allí fueron decapitados y consumaron su martirio en la confesión de nuestro Señor Jesucristo.


SAN JUSTINO
Benedicto XVI, Catequesis del 21 de marzo de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia primitiva. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II. Con la palabra «apologista» se designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo.

San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa. Durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la «verdadera filosofía». Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz.

Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien san Justino había dirigido una de sus Apologías.

Las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, san Justino quiere ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Todo hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en sí una «semilla» y puede vislumbrar la verdad.

En conjunto, la figura y la obra de san Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, más bien que por la religión de los paganos. De hecho, los primeros cristianos no quisieron aceptar nada de la religión pagana. Sin embargo, la filosofía constituyó el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente en el ámbito de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos.

San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas después de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo siempre válida: «Dominus noster Christus veritatem se, non consuetudinem, cognominavit», «Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre».

En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión -así como en el diálogo interreligioso-, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar: «Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender».

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