miércoles, 30 de mayo de 2018

Evangelio del día Octava semana del Tiempo Ordinario - Año Par

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“ ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? ”
Primera lectura
Lectura carta del apóstol san Pablo a los Romanos 12, 9-16b
Hermanos:
Que vuestra caridad no sea una fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.
Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran.
Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde.

Salmo

Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6 R. Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.
El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.

Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R/.

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.» R/.

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56
En aquellos días, Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -« ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» María dijo: -«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.» María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Reflexión del Evangelio de hoy
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
La visita de María a su prima Isabel la podemos ver reflejada en algunas de las actitudes que san Pablo pide a los cristianos de Roma.  

“Que vuestra caridad no sea una farsa… sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo”. María quería a su prima Isabel. Y como era un amor verdadero, se lo demuestra yendo a acompañarla en un momento delicado para ella, siendo cariñosa con ella, poniendo los intereses de su prima por encima de los suyos. Isabel necesitaba la presencia femenina de una persona amada. La caridad de María no es una farsa. Isabel, también persona guiada por el amor, agradece a María su gesto: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”.

“Con los que ríen estad alegres; con los que lloran, llorad”. Isabel, la que seguro había llorado su esterilidad, se llenó de alegría porque en la vejez había concebido un hijo y María, desde su “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”, quiso unirse a la alegría de su prima, acompañándola en la etapa final de su embarazo.

Pasando ahora al Magnificat, María en este canto, ante todo y sobre todo, reconoce agradecida las grandezas que Dios ha hecho en ella y las grandezas que el Señor, a través de ella, a través de Jesús, el Hijo de sus entrañas, ha hecho a toda la humanidad.

Todas las actitudes de María las podemos y debemos imitar. Quedándonos con las dichas en este comentario. Nuestro amor a los hermanos nunca debe ser una farsa. Siempre que esté a nuestro alcance les debemos echar una mano, debemos desearles, buscar y proporcionarles el bien que necesitan. Ojalá también nosotros sepamos vislumbrar cuándo las personas a las que conocemos necesitan nuestra visita, nuestra ayuda, nuestro consuelo, nuestra muestra de amor, nuestra palabra  y… las visitemos. Imitemos a María.

Debemos también imitar a María, alegrándonos con los que se alegran y manifestárselo. Para que ocurra esto, en nuestro corazón debe reinar la alegría, la alegría de ser seguidor de Jesús, la alegría de sentirse habitado por todo un Dios, la alegría de vivir con sentido y gozo la propia vocación… Un corazón habitado por la alegría se alegra de las alegrías de los demás. María se alegró de la alegría de Isabel. ¿Tenemos un corazón habitado por la alegría?

También hemos de imitar a María al reconocer las obras grandes que ha hecho en nosotros. Reconocer que todo en nuestra vida es un regalo de Dios, desde la vida hasta la vida eterna de la plenitud de felicidad, pasando por el regalo de su Hijo y todo lo que Él nos ha regalado y nos sigue regalando ya en este nuestro trayecto terreno. Imitemos a María.


Fray Manuel Santos Sánchez
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

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