sábado, 5 de agosto de 2017

Dom 6 Ago 2017 Homilía Transfiguración del Señor Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

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Introducción
La Fiesta de la Transfiguración del Señor irrumpe en el Tiempo durante el Año como una invitación a contemplar el Misterio del Hijo amado. La visión profética de Daniel (cf. Dn 7, 9-10) llega a su plenitud en la persona de Jesús de Nazaret. Los «testigos oculares de su grandeza» (cf. 2 Pe 1,16) reconocerán después de la Pascua al «Hijo muy querido» (cf. Mt 17, 5) como el «Hijo del hombre» (cf. Mt 17, 9), Aquel cuyo ministerio compasivo es capaz de devolver toda dignidad y belleza al ser humano.


Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.
Convento de San José (Buenos Aires)

Evangelio de hoy y lecturas

Primera lectura
Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Salmo
Sal 96 R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.


Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
R./ El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.

Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro. 1, 16-19
Hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo no nos fundábamos en invenciones fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: “Éste es mi Hijo Amado, en Él me he complacido”. Esta voz traída del cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.

Evangelio del día
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."

Pautas para la homilía

Contemplar como «ver»
La postmodernidad ha creado un concepto de belleza que tiene más relación con una “cosmética” que con una “estética”. Cuando sólo pueden lucir aquellas realidades o situaciones que están “maquilladas”, la verdadera belleza queda velada por lo artificial.

Pedro, Santiago y Juan van a poder contemplar dos rostros de Jesús: el de la Transfiguración y el de Getsemaní. Pero sólo podrán comprender la belleza de estos rostros después de la resurrección, ya que la Cruz revela una estética pascual que tiene su fuente en el Padre. En ambas oportunidades pueden ser testigos de aquella divinidad de Cristo que se revela en el misterio de su humanidad.

Consciente de su identidad de Hijo amado, Jesús nunca ocultó la dimensión pascual de la misma. Consciente de su identidad mesiánica, Jesús nunca ocultó la dimensión profética de su muerte. Consciente de su identidad ministerial, Jesús nunca ocultó la dimensión compasiva de su misión. La fidelidad a su identidad lo llevará a asumir radicalmente la voluntad del Padre.

Contemplar como «escuchar»
Los discípulos escuchan la voz del Padre. El gran desafío para los hombres y mujeres de nuestro tiempo será aprender a escuchar la voz de Dios en medio de otras voces. Cuando el Padre habla invita a escuchar al Hijo amado, al predilecto.

La diferencia esencial entre «oír» y «escuchar» radica en la resonancia que la voz tiene en el corazón y en los sentidos. «Oír», normalmente, no toca la sensibilidad humana y mantiene al ser humano al margen de los acontecimientos. Pero «escuchar», como capacidad contemplativa, abre en el corazón espacios de búsqueda y discernimiento.

El temor que sienten los discípulos nace de la experiencia de una presencia que Jesús busca constantemente en la soledad y en el silencio. La voz del Padre confirma la identidad del Hijo y, en consecuencia, en base a lo que ven y escuchan, saben que el seguimiento de Jesús implica algo más que un discipulado. Se trata de hacerse hijos en el Hijo en toda su radicalidad.

Contemplar («ver y escuchar») los rostros y las voces de nuestro tiempo
Quien ha contemplado el rostro del Hijo y ha escuchado la voz del Padre no puede permanecer indiferente ante los rostros y las voces de nuestro tiempo.

Somos llamados a contemplar los rostros y las voces de quienes sufren la marginación, la violencia y la invisibilidad (mujeres, adultos mayores, vulnerados); el silencio de quienes quedan fuera del sistema (sobrantes, refugiados, desplazados); las víctimas de la violencia de género, de las guerras, de la miseria; de las ideologías y fundamentalismos.

Somos llamados a contemplar los gestos solidarios de quienes creen en un mundo, una sociedad y una Iglesia distinta. También a quienes siguen rescatando vidas, rostros e historias que la indiferencia ha invisibilizado. Hombres y mujeres que siguen creyendo que «no hay amor más grande que dar la vida» (cf. Jn 15, 13) como lo hizo Jesús, como lo hicieron tantas personas a lo largo de la historia.

Pero sabemos que toda contemplación debe poder traducirse en un compromiso real. En consecuencia, quienes quieran contemplar con amor un rostro humano podrán descubrir una belleza evangélica: aquella que no luce, que no cotiza, que no es publicable en los medios de comunicación ni en las redes sociales; aquella belleza que no vende ni provoca atracción.

Quienes asuman del invitación del Padre a «escuchar al Hijo amado», podrán ser testigos de un Jesús de Nazaret que se sigue transfigurando en muchos rostros desfigurados por la hipocresía y el sin sentido. Rostros que hacen visible la belleza pascual del rostro del Crucificado.


Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.
Convento de San José (Buenos Aires)
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