martes, 29 de agosto de 2017

Sentirse especial

orar con el corazon abierto

ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Lo digo sinceramente: me siento especial a los ojos de Dios. Me siento como un hijo único, protegido de todo peligro. Me siento un elegido bajo la ternura del amor del Padre. No lo merezco. No puedo exigirlo. Pero esta sensación es un regalo divino. Pero cada vez que me muestro autosuficiente, soberbio, orgulloso, tibio, autocomplaciente… rechazo ese gran regalo que viene de Dios. En esto se demuestra claramente que el amor es un don y trabajo al mismo tiempo.
Dios me ama tanto —nos ama tanto— que su amor no se apaga nunca; tampoco ofrece una vida sencilla, ni exitosa, ni tan siquiera satisfactoria. Él otorga la libertad y sobre ella anhela entrar en cada corazón, purificar nuestra vida, renovarla interiormente. Dios que ama tanto quiere dar su gracia.
Si yo acepto este don con una fe firme, la ternura del amor de Dios alcanza lo más profundo de nuestro corazón. Así, uno experimenta la enorme alegría de vivir, siente que su existencia tiene sentido. Puede sentir que es tratado y cuidado de una manera única y especial. Cuando uno se encuentra frente a frente con el Amor le hace tomar conciencia de su realidad, de los valores que atesora, de su belleza interior. Le permite crecer de acuerdo con su compromiso con la verdad. El Amor, en definitiva, llena todo su ser.

Sin embargo, uno aprende que en su miseria y su pequeñez, en sus caídas constantes, ese amor maravilloso debe ser permanentemente purificado. Cuidarlo y perfeccionarlo. En la debilidad hay que dejarse amar por Dios por medio del Espíritu Santo. Por uno mismo esta tarea es difícil de lograr sin olvidar nunca que Dios ama al hombre no por su poderío, por sus méritos, por sus capacidades o por su virtudes; lo ama en la medida que es capaz de amar y depositar toda su confianza en Él.
Este sentirse especial tiene una segunda variante. La de María. A través de Ella uno también se siente un hijo amado. Y ella te descubre las enseñanzas del amor. Repasando tu vida y enfrentándola a la Suya comprendes que uno puede colocar a Dios en el centro en cada momento de la vida. María te acompaña cuando tus cansancios te ahogan, tus debilidades te derrotan, tus ilusiones se rompen o el dolor te empaña. Está también ahí cuando las necesidades son perentorias, la soledad te hiere o las flaquezas de debilitan.
Sentirse amado por Dios, por Jesús y por María. Amado de manera especial y privilegiada. Una invitación a ser sacando lo mejor de uno, no a ser huyendo de la realidad de la vida.

¡Señor, que mi vida sea siempre una constante alabanza, un canto de jubilo por lo que haces por mi! ¡Gracias, Señor, por el regalo de la vida, por mis talentos y virtudes, por mi fe viva y esperanzada, porque cada día que pasa está lleno de bendiciones que no merezco! ¡Te doy gracias por tantas cosas maravillosas que cada día iluminan mi vida y por ese amo que no tiene fin! ¡Te doy gracias por habernos dado a Jesús y a María, ellos me llenan de esperanza, despojan de mi corazón toda desesperanza y tristeza y sanan mi vida con su presencia! ¡Gracias porque a través de mi oración confiada a Jesús y a María recibo más que lo que te doy y siento como proteges a las personas que quiero! ¡Gracias, Padre, porque eres un Dios de amor, de gracia, de misericordia y de bondad infinita! ¡Quiero ser agradecido, Señor, y estar dispuesto a servirte para serte útil a Ti y a tu obra! ¡No permitas que me aparte de Ti! ¡Ayúdame por medio del Espíritu Santo a escucharte siempre porque es a través del susurro de la sabiduría como mi vida puede seguir el rumbo que tu me marcas! ¡Mi vida, Padre, es para servirte con amor y desde este amor servir a los demás! ¡Concédeme la dicha de servirte siempre y dar testimonio de Ti en la sociedad!

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