lunes, 28 de octubre de 2024

LA CONVERSIÓN-VOCACIÓN DE SANTA CLARA por Lázaro Iriarte, OFMCap

 




LA CONVERSIÓN-VOCACIÓN DE SANTA CLARA
por Lázaro Iriarte, OFMCap
En un contexto familiar y social diferente del de Francisco, también Clara de Favarone conoció su itinerario penitencial que la llevó al descubrimiento del designio de Dios sobre ella. Lo mismo que Francisco, lo recordará al final de su vida en su Testamento.
La mediación humana de que Dios se sirvió, que para Francisco habían sido los leprosos, fue para ella el mismo Francisco. También ella habla reiteradamente de conversión: «El altísimo Padre celestial se dignó, por su misericordia y gracia, iluminar mi corazón para que, con el ejemplo y las enseñanzas de nuestro beatísimo Padre Francisco, hiciese yo penitencia, poco después de su conversión» (TestCl 24).
Clara no habla, como Francisco, de «los pecados» de su vida anterior; hubiera sido afectación, dada la limpidez de su infancia y de su adolescencia; pero reconoce que Dios la liberó de las «vanidades del mundo», es decir, de aquel cerco de convencionalismos sociales y de culto a la prosapia que condicionaba su vida, no obstante su dedicación a la piedad y al socorro de los pobres.
Hay una coincidencia entre la experiencia inicial de su conversión como una «iluminación del corazón» y la oración de Francisco ante el Crucifijo: «Ilumina, Señor, las tinieblas de mi corazón». Es un concepto genuinamente bíblico. La sola iluminación de la mente serviría de poco; Dios ilumina ese centro de los sentimientos y de las opciones de la persona humana que es el corazón; toca el corazón, lo purifica, lo cambia, lo crea de nuevo (Salmo 50,12.19).
Bajo el ardor de las exhortaciones de Francisco en aquellas citas secretas de ambos, Clara se abrió sin reservas al amor y al seguimiento de Cristo pobre y crucificado. Este ideal, en que la «plantita» irá más lejos que su guía y maestro, con un radicalismo mayor, se le ofreció como una aventura fascinante, para la cual no vaciló en arrastrar la pérdida de la reputación propia y la de los suyos con la fuga de la casa paterna. Años después, al tener noticia de la decisión de la princesa Inés de Bohemia de seguir a Cristo pobre, renunciando a la mano del emperador y al fausto de la corte, le escribirá para congratularse con ella: «¡Magnífico y estupendo negocio: abandonar lo temporal por lo eterno, granjearse lo celestial por lo terreno, recibir el ciento por uno y asegurar para toda la eternidad la vida bienaventurada!» (1CtaCl 30).
Como Francisco, también Clara habla de iniciativa de Dios, más aún, de «inspiración» divina en la vocación propia y en la de cada una de las hermanas que ella recibe como un don del Señor (TestCl 26; RCl 2,1; 6,3). Tiene conciencia de sentirse alcanzada amorosamente por un designio eterno, que ella, con precisión teológica, llama elección-vocación:
«Entre tantos beneficios como hemos recibido y estamos recibiendo cada día de la liberalidad de nuestro Padre de las misericordias, por los cuales debemos mayormente rendirle acciones de gracias, uno de los mayores es el de nuestra vocación y, cuanto ésta es más grande y más perfecta, tanto más deudoras le somos. El Hijo de Dios se ha hecho camino para nosotros, y ese camino nos lo ha mostrado y enseñado, con la palabra y el ejemplo, nuestro padre san Francisco, verdadero amante e imitador suyo... Hemos de admirar, por lo tanto, la copiosa benignidad de Dios, ya que, por su abundante misericordia y caridad, se dignó manifestarnos, por medio de su santo, este designio sobre nuestra vocación y elección» (TestCl 2-5, 15s).
Después de una breve experiencia, primero en la hospedería de las benedictinas de Bastia y luego con una comunidad de vida más sencilla en Sant'Angelo in Panzo -donde fue a juntársele su hermana Inés, fugada asimismo de casa, y alguna otra amiga de juventud-, el grupo de «hermanas pobres» se lanzó, en San Damián, al seguimiento heroico de Cristo en total inseguridad, sostenidas por la certeza del amor providente del Padre del cielo. Fueron comienzos duros, como lo recuerda ella misma: hubo «penuria, fatiga, tribulación, ignominia y desprecio del mundo». Pero todo lo tenían «por suma delicia». Francisco, visto el resultado, «se alegró mucho en el Señor» y trazó para ellas una forma de vida muy elemental. «Aquí, en poco tiempo, nos multiplicó grandemente el Señor por su misericordia y gracia», concluye Clara.

[L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 36-38

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