Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante
¡Buenos días, gente buena!
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
V Domingo de Cuaresma C
Evangelio:
Juan 8, 1-11:
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a el. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?».
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra».
E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?».
Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».
Palabra del Señor.
Era una trampa bien puesta: “que se defina el maestro, contra Dios o contra el hombre”. Le presentaron una mujer… y la pusieron en medio. Mujer sin nombre, que para escribas y fariseos no era una persona, era su pecado; todavía más, es una cosa que se toma, se lleva, se pone aquí o allá, donde les parece bien. Incluso se le puede llevar a la muerte. Son funcionarios de lo sagrado, convertidos en fundamentalistas de un Dios terriblemente equivocado. “Maestro, según tú, ¿es justo matar…?”
Aquella mujer se habría equivocado, pero matarla sería mucho más grave que el pecado que pretenden castigar. Jesús se inclinó y escribía con el dedo en la tierra… mostraba así el camino: invita a todos a inclinarse, a callar, a ponerse a los pies no de un código penal sino del misterio de la persona.
“Quien de ustedes esté sin pecado arroje la primera piedra sobre ella”. Jesús arroja al viento todo el antiguo ordenamiento legal con una sola expresión, con palabras definitivas y tan verdaderas que nadie pudo rebatir. Y todo se fueron. Entonces Jesús se levanta, a la altura del corazón de la mujer, a la altura de los ojos para estar más cercano; se levanta con todo el respeto debido a un príncipe, y la llama “mujer”, como haría con su propia madre: ¿Nadie te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Este es el verdadero maestro, que n la hace de juez, que no condena ni absuelve; pero hace algo más: libera el futuro de esa mujer, cambiándole no el pasado sino el porvenir: Ve y de ahora en adelante no peques más: pocas palabras que son suficientes para reabrir la vida.
El Señor sabe sorprender una vez más nuestro corazón fariseo: no pide a la mujer confesar su pecado, no le pide expiarlo, no le pregunta siquiera si está arrepentida. Es una hija que tiene en riesgo la vida y eso le basta a él que ha venido a salvar. Y la salvación es desatar las velas (yo la vela, Dios el viento): ya ven, no le pregunta de donde viene, sino hacia donde se dirige; no le pregunta qué ha hecho, sino lo que hará. Y se dirige a la luz profunda de aquella creatura, entinta la pluma como un sabio escriba: Escribo con una pequeña balanza como la de los joyeros. En un plato pongo la sombra, en el otro la luz. Un gramo de luz hace contrapeso a varios kilos de sombra… Le escribe en el corazón la palabra “futuro”. Le dice: “Mujer, tú eres capaz de amar, tú puedes amar bien, amar mucho. Harás esto…” Le dice: sal de tu pasado. No eres la adúltera de esta noche, sino la mujer capaz de amar y de conocer más a fondo que todos el corazón de Dios.
Jesús abre las pertas de nuestras prisiones, desmonta los patíbulos sobre los que frecuentemente nos arrastramos a nosotros mismos y a los demás. El sabe bien que solamente hombres y mujeres perdonados y amados pueden sembrar en torno suyo perdón y amor. Dos dones que no nos harán víctimas. Que no harán víctima ni fuera ni dentro de nosotros.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
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