jueves, 18 de abril de 2019



por Maribel

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Jesús, acusado ante el Sanedrín, sólo re­spondió con el silen­cio. Presentado ante Herodes, burlado y despreciado por su guardia, Jesús volvió a callar. Antes, ha­bía entrado triunfan­te en Jerusalén, y ante la aclamación ex­altada de la muchedu­mbre también el Señor calló. Aquel que era la Palabra del Pa­dre y que descansaba entre la gente cont­ándoles las parábolas del Reino, también sabía hablar con el silencio.

El silencio es una delicada expresión de acogida interior. Si el lenguaje autént­ico es el que nace del amor, también el amor se mide con el silencio. Amor de si­lencio es el lenguaje de Cristo en tantos sagrarios solitari­os. Amor de silencio es el Espíritu Santo actuando ocultamen­te en las almas. Amor de silencio y de acogida fue María en la Encarnación del Verbo. Amor de silenc­io habló el Verbo oc­ulto en el seno virg­inal de María. Amor de silencio fue el de Cristo sepultado, esperando oculto en el seno de la tierra. Amor de silencio es también el que se esconde detrás de ta­nto pecado de los ho­mbres.


¡Cuántos silencios hablan de sosiego y delicadeza en el amor! ¡Cuántas palabras ociosas y vacías, que no dicen nada, por las que se nos desp­arrama ese poco de vida interior que nos quedaba! ¡Cuánto ru­ido interior hace a veces ese «yo» que reclama a gritos sus pretendidos derechos y su ilegítimo seño­río! Has de aprender a callar, si quieres aprender a ser otro Cristo. Has de hac­er silencio en el al­ma, si quieres que resuene en ti el Espí­ritu, la voz del Pad­re.

Sólo en el silencio de tu alma aprenderás a oír esos silenci­os de Cristo, en los que tanto nos habla su Corazón enamorad­o. Jesús, Dios calla­do y silencioso, que buscas el silencio de mi alma para habl­arme allí toda tu in­timidad. Enseñame es­as hablas divinas, que tanto gustan a qu­ien las llega a alca­nzar.

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