El lavatorio de los pies ocurrido en la Última Cena, que recogen los Evangelios y veremos también en la liturgia del Jueves Santo, es una acción de Nuestro Señor que nos puede ayudar a meditar en esta Semana Santa. Lo hacemos de manos de dos místicas del siglo XIX y XX: alemana y española.
Testimonio de la Beata Ana Catalina Emmerich
“Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y aquél salió de la sala con sus criados. Jesús, de pie en medio de los apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo que les dejaría al separarse de ellos, etc. Enseñó también sobre la penitencia, la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies.
Vi también que todos reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas. Este discurso fue largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar agua al vestíbulo, y dijo a los apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo. Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras tanto, los apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de un triunfo terreno que estallaría en el último momento.
Jesús, en el vestíbulo, mandó a Juan que cogiera una jofaina y a Santiago, un cántaro lleno de agua; y que lo siguieran a la sala, adonde el sirviente principal había llevado otra jofaina vacía…
Entrando Jesús de un modo tan humilde, reprochó a los apóstoles en breves palabras la disputa que se había suscitado entre ellos, y les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor. Que se sentaran para que él les lavara los pies. Tomaron asiento en el mismo orden en que estaban sentados a la mesa.
Jesús iba del uno al otro, les echaba sobre los pies agua de la jofaina que llevaba Juan; luego, con un extremo de la toalla que lo ceñía, y se los enjugaba.
Nuestro Señor se mostraba lleno de ternura mientras hacía este acto de humildad. Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerle en su humillación, y le dijo: “Señor: ¿Tu lavarme los pies a mi?”
El Señor le respondió: “Tú no sabes ahora lo que hago, pero lo sabrás más tarde”. Me pareció que le decía aparte: “Simón, has merecido saber de mi Padre quién soy Yo, de dónde vengo y adónde voy; tú solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sobre ti mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza será con tus sucesores hasta el fin del mundo”. Jesús lo mostró a los apóstoles, diciendo: “Cuando yo me vaya, éste ocupara mi lugar”.
Pedro le dijo: ‘Tú no me lavarás jamás los pies”. El Señor le respondió: “Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo”. Entonces Pedro añadió: “Señor, lávame, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús respondió: “El que ha sido ya lavado, no necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros, pues, estáis purificados, pero no todos”. Estas palabras se dirigían a Judas.
Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, pierden su aseo constantemente si no se tiene cuidado. Este lavatorio de los pies fue espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no vio más que una humillación harto grande para su Maestro: no sabía que Jesús al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta sufrir muerte ignominiosa en cruz.
Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más afectuoso: acercó la cara a ellos; le dijo en voz baja que debía entrar en sí mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó, y le dijo; “Judas, el Maestro te habla”. Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: “Señor, ¡Dios me libre!” Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues lo hacía bastante bajo para que no le oyeran, y además estaban ocupados en ponerse el calzado.
En toda la Pasión nada afligió tanto al Salvador como la traición de Judas.
Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les dijo que el que servía a los otros era el mayor de todos; y que desde entonces debían lavarse con humildad los pies unos a otros; en seguida se puso sus vestidos. Los apóstoles desataron los suyos, que antes se recogieran para comer el cordero pascual.
Habla Jesús a Sor Josefa:
“Voy a empezar por descubrirte los sentimientos que embargaban mi Corazón cuando lavé los pies de mis Apóstoles.
Al reunir a los Doce, no quise excluir a ninguno: Allí se encontraba Juan, el discípulo amado, y Judas, el que dentro de poco había de entregarme a mis enemigos… Los reuní a todos porque era el momento en que mi Iglesia iba a presentarse en el mundo y pronto no habría más que un solo Pastor para todas las ovejas.
Quería También enseñar a las almas que aun cuando estén cargadas de los pecados más atroces, no las excluyo de las gracias, ni las separo de mis almas más amadas; es decir, que a unas y a otras las reúno en mi Corazón, y les doy las gracias que necesitan.
¡Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en el infortunado Judas estaban representadas tantas almas que, reunidas a mis pies y lavadas muchas veces con mi Sangre, habían de perderse…!
En aquel momento quise enseñar a los pecadores que, no porque estén en pecado deben alejarse de Mí, pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar. ¡No! ¡Pobres almas! No son éstos los sentimientos de un Dios que ha derramado toda su sangre por vosotras…
¡Venid a mí todos! Y no temáis, porque os amo. Lavaré vuestros pecados en el agua de mi Misericordia y nada será capaz de arrancar de mi corazón el amor que os tengo”.
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