martes, 9 de octubre de 2018

¡Enséñanos a orar!

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ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Me gusta releer el capítulo 11 del Evangelio de san Lucas donde el Señor atiende la petición que sus discípulos le formulan: «Enséñanos a orar».
Jesús nos lo puso fácil. Nos ofreció —a los discípulos pero, sobre todo, a nosotros—, la oración del Padrenuestro, el valioso tesoro para nuestra oración cotidiana.
¡Como conoce Jesús las enormes dudas que los discípulos tienen acerca de la eficacia de su oración! ¡Dudas que también tenemos nosotros! ¡Y cómo quiere iluminarnos para hacerles ver la importancia de dirigirse al Padre!
Por eso les explica la parábola del amigo inoportuno. Es casi un comentario sobre la cuarta invocación del Padrenuestro: «danos hoy nuestro pan de cada día…». A través de ella, Jesús nos empuja a ser nosotros mismos inoportunos con el Padre en la oración, pues Él está siempre atento a las peticiones de sus hijos.
Sin embargo, Jesús enfatiza: «Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá».
Este es su mayor énfasis en todo el Evangelio, reforzado por la parábola del amigo inoportuno y la viuda obstinada.

La oración del que solicita se basa en dos certezas: cuando pedimos, obedecemos a Dios, Él quiere que le interpelemos. Y cuando preguntamos, estamos seguros de ser contestados.
Y Dios no solo responde sino que siempre ofrece cosas buenas a sus hijos, siempre escucha a los que se vuelven hacia Él con confianza.
Desafortunadamente, debido al ritmo agitado de la vida, no resulta sencillo orar —cuesta encontrar el tiempo, ¡qué paradoja!— y no perseveramos en la oración.
Y no es raro que nuestra confianza sea realmente muy limitada. Intentamos creer, pero dudamos. Nos situamos en el lugar de lo que queremos verificar sin ver.
La oración del que es verdaderamente creyente se coloca al lado de Dios. Este es el lado heroico de la oración: sean cuales sean las apariencias, asegurarse de que recibimos respuesta.
Si pedimos al Espíritu, lo recibiremos. Aquí radica la eficacia de nuestra petición: en nuestra apertura segura a la obra del Espíritu. Nos da la oportunidad de formular la oración correcta, la oración filial, la oración que no duda y, especialmente, la oración que nos ajusta a Dios.
Esta página del Evangelio toca, cada vez que la leo, mi pequeño corazón porque me permite descubrir la fuerza y ​​la eficacia de la oración con el corazón abierto en mi propia vida, como en las vidas de otros por quién habitualmente rezo. Hay una certeza: la oración salva la vida. ¡Y es un regalazo de Jesús! ¡Señor, hoy y siempre, enséñame a orar!

Hoy manducando la palabra en la oración, lenta, pausada y serenamente exclamo con alegría, devoción, confianza, fe, esperanza y amor:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

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